Ex Defensora del Pueblo criticó la ANC sin consulta popular y lamentó muertes en protestas
Redacción 800 Noticias
«La voz del pueblo es la voz de Dios», así tituló la ex Defensora del Pueblo, Gabriela Del Mar Ramírez, quien ocupó ese cargo entre los años 2007 al 2014, un escrito publicado este domingo en rechazo a la convocatoria a una Asamblea Constituyente por parte del presidente Nicolás Maduro en el cual criticó la actuación del actual Defensor del Pueblo, Tareck Wiliam Saab, y condenó las más de 50 muertos que han ocurrido en los últimos dos meses de protestas antigubernamentales.
En el texto, publicado en su cuenta de Facebook, Ramírez aseveró que ninguna Asamblea puede catalogarse como Constituyente «si primero no bebe de la soberanía popular». «Sus bases comiciales deben pasar por la aprobación universal y directa de todo el país. Es impensable elegir constituyentistas si todo el pueblo no aprobó antes cuales serán los términos y condiciones de esa elección. Y luego, esos señores deberán volver a someter a la aprobación popular el producto de su labor».
«Si tanto la consulta de elaborar una nueva Constitución como su texto íntegro fue sometido a Referendo Popular en el año 1999, fustigando el pasado absurdo en el que una cúpula se encerraba a pensar como creían ellos que nosotros queríamos ser gobernados ¿no es acaso una regresión en materia de derechos humanos retornar a esa práctica? ¿Acaso no es esa idea una violación flagrante de los derechos humanos de todo el pueblo a expresarse a través del voto? ¿Y que consecuencias terribles puede traernos a todos la tozudez de querer imponerla a trocha y mocha?».
TEXTO COMPLETO
LA VOZ DEL PUEBLO ES LA VOZ DE DIOS
Mi mamá siempre me decía que el único marido de una mujer es su trabajo porque es el que te va a mantener toda la vida. Un mensaje sencillo que transmitía que debes serle fiel, atenderlo con compromiso hasta el final y no sacar los ojos de la meta que sería tu jubilación; aspiración de cualquier persona común que viva de su profesión. Mirándolo así, realmente me enamoré de mi “marido” y dedicarme a él no era ningún sacrificio, sino mi plenitud de vida y la esencia para lo cual me formé en la Universidad como Trabajadora Social: servirle al pueblo. Aún así las mejores relaciones atraviesan diferencias irreconciliables y nos obligan a tomar decisiones, basadas en nuestros principios y valores.
Mi primera separación ocurrió cuando ya tenía unos 10 años de antigüedad en la administración pública. Mi jefa, una mujer proveniente de las bases en un movimiento popular catiense migró de la CausaR a un partido de derecha. Rompió con todos sus compañeros y se unió a Primero Justicia. La amistad no llegó a resentirse pero si nuestra relación laboral cuando mi corazón se transformó en una antorcha por el llamado de Chávez a una Asamblea Nacional Constituyente. En las noches un dilema me torturaba: si no es ahora, ¿cuando escucharemos y concretaremos los anhelos del pueblo?
Era el tiempo de ser coherente con mi conciencia y confundirme con el pueblo que bajaba y se mezclaba como aleación metálica en torno a un proyecto debatido y consensuado de país. ¡Éramos una espada capaz de cortar amarras! ¡Éramos una idea vertida en un pequeño libro azul! ¡Éramos imbatibles! Era el tiempo que un trozo de patilla compartido en medio de la multitud sustentaba a miles, amalgamados en una Carta de Derechos que nos visibilizaba a todas y todos.
Desde un curul en la Asamblea Nacional, me dejé arrastrar por el reclamo de las mujeres del pueblo para redactar una Ley sobre su derecho a vivir libres de violencia, por las expectativas de los protectores de la niñez a elevar la LOPNNA hasta su máxima cota asentando el buen trato como derecho humano, protegiendo la niñez en las Salas de Internet o promoviendo la lactancia materna. No era un curul personal. Eran las agrupaciones de derechos humanos redactando sus ideas en ese lugar que el pueblo me había prestado. Como Defensora del Pueblo, obtuve el apoyo de un equipo maravilloso para fundar la Escuela de Derechos Humanos de la Defensoría y formar y sensibilizar a más sesenta mil personas en todo el territorio nacional.
El último año fue muy diferente. El 2014 despuntó con un febrero convulso. Detenciones masivas en focos violentos que dificultaban que todo el personal defensorial pudiera entrevistar simultáneamente a tantas personas aprehendidas. Con esfuerzo logramos registrar casi todos los eventos de manera cronológica, recogimos los testimonios de todas las personas aprehendidas y nos convertimos en testigos de buena fe de las detenciones que considerábamos excesivas para interponer revisiones frente a los diferentes jueces de la República. Todo ello quedó en nuestro Informe Defensorial “Un Golpe a la Paz” que entregamos en la Oficina del Alto Comisionado de ONU y que estuvo a disposición de todos los periodistas aunque ya no pueda encontrarse para su estudio en la página web de la institución.
Hoy miro con tristeza aquella institución que fue vigorosa y orgánica durante, la Defensoría del Pueblo, a la que la mayoría de sus servidores prefirieron abandonar y quedarse sin empleo antes que ser usados como el público de un titular que parece estar más interesado en defenderse a sí mismo que al pueblo, explayando su historia personal en cada intervención.
Bajo presiones indecibles en el año 2014 una de mis declaraciones fue manipulada para acusarme de justificar la tortura contra estudiantes aunque la verdad fue exactamente lo opuesto. El equipo defensorial de entonces, conocedor de la labor de defensa y vigilancia de derechos humanos extremó todos sus esfuerzos para que, prioritariamente, los jóvenes que en efecto sufrieron tratos crueles o torturas recuperaran su libertad. Sus causas siguen pendientes de impulso por ante el MP por el actual titular de la Defensoría. ¿Lo hubiéramos logrado arrodillándonos ante el hambre de información sesgada? No lo creo. Cada uno de ellos lo agradeció privadamente, sabiendo que tanto ellos como la Defensoría éramos el botín de las noticias. Todavía conservo el aceite de la Rosa Mística que recibí de las manos del estudiante Marco Coello. En toda confrontación la verdad es esa doncella que los contrincantes se disputan con vehemencia. Ninguno debe quedarse en el medio porque esa es la línea donde chocan los bandos y quien se pare allí sería arrasado.
Desde entonces me mantuve en algunas labores educativas en una institución del Estado, al margen de decisiones importantes pero sufriendo en mi ánimo cada esfuerzo “necesario” para salvaguardar… ¿el legado de Chávez? ¿Pero, que nos trajo hasta acá? ¿No fue acaso el deseo insobornable de hacer valer la voz del pueblo? ¿No era esa la consigna? ¿Con Chávez manda el pueblo no era la síntesis de nuestro proyecto político? ¿Qué discurso leguleyo, que punto o que coma puede dar al traste con una consulta ampliada a lo que la mayoría de los venezolanos desean para su patria en esta hora violenta y oscura? ¿Qué articulo en solitario puede violar la esencia de todo un texto que grita en cada párrafo que somos una democracia participativa y protagónica?
Ninguna Asamblea puede catalogarse como Constituyente si primero no bebe de la soberanía popular. Sus bases comiciales deben pasar por la aprobación universal y directa de todo el país. Es impensable elegir constituyentistas si todo el pueblo no aprobó antes cuales serán los términos y condiciones de esa elección. Y luego, esos señores deberán volver a someter a la aprobación popular el producto de su labor.
Si tanto la consulta de elaborar una nueva Constitución como su texto íntegro fue sometido a Referendo Popular en el año 1999, fustigando el pasado absurdo en el que una cúpula se encerraba a pensar como creían ellos que nosotros queríamos ser gobernados ¿no es acaso una regresión en materia de derechos humanos retornar a esa práctica? ¿Acaso no es esa idea una violación flagrante de los derechos humanos de todo el pueblo a expresarse a través del voto? ¿Y que consecuencias terribles puede traernos a todos la tozudez de querer imponerla a trocha y mocha?
Desde hace dos meses hay vidas que se escurren como agua derramada por un desagüe que ninguno parece capaz de contener. Y si entendemos que se violan derechos humanos por actuación u omisión, impedir esas muertes es una enorme responsabilidad del Estado y la Sociedad porque si no somos capaces de sentir compasión por la muerte de un compatriota –y ya son más de cincuenta- no merecemos ser definidos como humanos.
Me divorcié de mi primer trabajo o marido como lo llamaría mi mamá con entusiasmo y seguridad porque tenía otro pretendiente: un texto maravilloso pintado con un crisol de pueblos. Ahora, quizá por causa de mi edad, no veo quien vendrá. Pero es mi deber de mujer patriota decir que si apartan al pueblo, también he sido apartada. La voz de Dios es la voz del Pueblo, solía repetir un hombre con mirada de indio, pelo recio y voz acerada. Y muchos le seguimos porque nos sentíamos hablados por su lengua.
Quizá “mi ex” me llame traidora o desleal. Yo demandaré como causal de separación que este no es el hombre con el que me casé. Y no me cansaré de repetir que las lealtades son con nuestra madre, Venezuela, con todo su pueblo, a quien teníamos la obligación de mantener enamorado y con sus símbolos patrios.
Tenía que decirlo. Es todo.