ESPECIAL AFP | Mujeres de las FARC planean regresar a la vida civil
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Bajo una lona de camuflaje, estudio improvisado en las montañas de Colombia, Manuela Cañaveral conduce una radio de las FARC. Sin embargo, en tiempos de paz esta guerrillera no sueña con cambiar su fusil por un micrófono, sino con finalmente continuar sus estudios.
“Somos la voz del pueblo y para el pueblo”, exclama esta joven al saludar a sus oyentes, después de dedicar a “todas las madres de Colombia” la canción revolucionaria “Madre de guerrillero”.
La noche envuelve poco a poco el campamento del Bloque Martín Caballero de las FARC, cerca de San José de Oriente. Desde hace un mes, unos 200 rebeldes viven allí, en una de las 26 zonas donde se desarmará esta guerrilla, ubicada a 30 minutos de Valledupar (César), en el árido noreste del país.
Con el aparato transmisor sobre una mesa de plástico blanca y micrófono en mano, Manuela Cañaveral se encarga de la emisión durante cinco horas seguidas. La “Cadena radial bolivariana – Voz de la resistencia” emite de 05.00 de la tarde a 08.00 de la noche, tiempo durante el que se relevan tres equipos.
“La gente nos llama, de todo el valle, intercambia con nosotros”, cuenta a la AFP Cañaveral, de 22 años y seis en filas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC, marxistas), que firmaron en noviembre un acuerdo de paz para acabar con 52 años de conflicto.
Formadas en el oficio
Originaria de Medellín (noroeste), esta menuda chica de ojos brillantes y voz determinada fue líder de manifestaciones estudiantiles, indignada porque “no había dinero en mi casa para ir a estudiar, (y porque) había niños en las calles”.
Su compromiso la llevó un día a decidir entrar a las FARC, también “para proteger” su vida. “Los problemas de persecución paramilitar llegaron hasta mí, tanto que ya no podía más ir al colegio, por las amenazas”, cuenta.
También fue un incentivo el arresto en 2011 de su madre, militante sindical detenida por ocho meses. Y a los 15 años entró a la guerrilla.
Manuela rechaza que en la sociedad “venden un prototipo de mujer que tiene uñas largas, pelo largo”.
“Aquí, con la guerrilla, he aprendido que no, que las mujeres podemos tener el pelo corto y seguimos iguales. Tenemos igual más oportunidades de salir adelante que los hombres porque somos capaces de atender muchas cosas al mismo tiempo”, dice riendo y provocando que se muevan sus pendientes de plata.
De franela y gorra de las FARC, con las uñas pintadas de rojo, Erica Galindo, de 39 años, pasó 24 en las FARC. “¡Toda una vida!”, exclama esta indígena kankuama. Enfermera formada en el oficio por médicos “amigos” de la guerrilla, ha vivido “momentos muy duros”: como “cuando uno pierde compañeros en combates”.
En la vida civil espera “validar” sus conocimientos, continuar trabajando en la salud. Confiesa que su sueño es “trabajar con los más humildes”, “poderles brindar ese calor humano, cariño y curar a la gente”.
Estudiar en Cuba
Cuando los 7.000 miembros de las FARC, casi de ellos 40% mujeres, hayan dejado sus armas a fin de mayo, Manuela cuenta con reanudar su vida donde la dejó.
“Me llaman la atención muchas cosas. Quiero validar el bachillerato, estudiar filosofía, comunicación social, pero también la pedagogía”, dice, segura de algo: “Me gustaría estudiar en Cuba, porque hay muchas posibilidades y porque allá tengo una identidad política”.
Al otro lado del campamento, cerca de lonas verdes que funcionan como carpas, una veintena de rebeldes bailan al ritmo de cumbia. “Enemigo a la derecha”, y saltan hacia ese lado. “Enemigo a la izquierda”, y saltan hacia el otro. “Fusil en alto, dobla las rodillas”, cantan mientras danzan.
A la cabeza del grupo está Adriana Cabarrus, de 38 años y 18 de guerrillera, quien se balancea con gracia pese a sus botas.
“¿Después de esto? Voy a continuar en el movimiento político. Viviré donde me pongan. Me gustaría vivir en una patria libre, en un país donde haya justicia social. Quizás me quedo aquí, en esta zona que se convertirá en un nuevo pueblo”, dice esta pelirroja de piel blanca.
Manuela terminó la transmisión. Alegre y en botas de goma, se une a los bailarines. Con la paz, no se puede perder la forma: salsa y otros ritmos tropicales reemplazan las largas marchas en la jungla. Sin el miedo a entrar en combate.