En su periplo para surtir gasolina esto fue lo que encontró
Redacción 800 Noticias
El corresponsal de la BBC en Venezuela, Guillermo D. Olmo, contó cómo le ha impactado la escasez de gasolina para el ejercicio de la profesión.
En un reciente trabajo señala que el combustible fue una de las primeras víctimas de la pandemia del coronavirus en Venezuela.
“En el país con las mayores reservas probadas de petróleo del planeta, encontrar combustible se ha convertido en una búsqueda desesperada”, indicó
Cuando comenzó la escasez, la información, o desinformación más bien, empezó a circular en grupos de Whatsapp. Como casi siempre en Venezuela, reseña.
«Los periodistas con carnet pueden adquirir gasolina en la estación de Los Mangos», llegaba en otro. Mi alegría inicial se evaporó cuando seguí leyendo: «Ocho horas de cola aproximadamente», añadía.
Durante su recorrido, como buen periodista pudo recoger el viacrucis que sufren los venezolanos.
Parte de su crónica para la BBC:
En busca del ansiado carburante, recorría la normalmente ajetreada Caracas. Muchos de los buhoneros que normalmente se buscan la vida en sus calles habían desaparecido tras la llegada del coronavirus.
En realidad, pronto lo descubrí, en la Caracas de la pandemia, si uno aspiraba a llenar el tanque, debía estar dispuesto a comenzar la carrera el día antes.
En la gasolinera de la avenida Araure, en Chuao, ya en la medianoche algunos empezaban a formar la fila.
La Policía aparecía cada dos horas para hacer valer las medidas de distanciamiento social vigentes y ordenaba marcharse a los conductores, pero estos se concentraban entonces en alguna calle aledaña.
Muchos conductores tienen que guardar la cola desde la noche antes.
Parados como sus autos, los habituales de la fila conversaban mientras esperaban a que la madrugada les fuera propicia y el nuevo día les premiara el tesón. Para los más afortunados, habría treinta litros, el máximo establecido por el gobierno. Para las motos, solo 4.
Mi recorrido nocturno me llevó por otros lugares de la ciudad.
En la autopista que lleva a Prados del Este encontré al oncólogo Rafael Barrios, de 71 años. Pertrechado con una lonchera con emparedados y libros que leer, ya era un experto en esas veladas a la intemperie.
«Ya es la sexta vez que vengo, aunque solo en dos conseguí gasolina», me dijo.
«Si no tengo gasolina, no puedo llegar a la clínica. El cáncer no se detiene por la cuarentena y tengo una paciente a la que operar en dos días».
A la mañana siguiente, me alegró recibir la noticia de que esta vez el doctor sí había tenido éxito.
Yo seguía buscando.
Mejor, en moto
Recordaba haber pasado muchas veces por una gasolinera junto a una base militar en la zona de las Mercedes, donde además había conocido a un empleado afable llamado Nelson, así que decidí probar suerte allí.
Nelson no estaba y un letrero colocado a la entrada no dejaba lugar a la duda: «No hay gasolina, no insista».
En Venezuela, donde en muchos bancos no hay dinero por la escasez de efectivo, ahora las gasolineras habían dejado de tener gasolina.
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A esas alturas, un amigo me dio un oportuno consejo. «Muévete en moto; gasta menos».
La escasez de gasolina ha llevado a que cada vez se vean más ciclistas por Caracas.
Mientras continuaba mi periplo, ahora sobre dos ruedas, intentaba que los expertos del sector petrolero a los que suelo acudir como fuentes me explicaran el porqué de esta molesta sequía y, sobre todo, cuándo iba a terminar.
La mala gestión de PDVSA, la petrolera estatal, arruinó su capacidad de producir gasolina, así que el gobierno se había acostumbrado a obtenerla a cambio de petróleo, pero las sanciones de Estados Unidos y el colapso del mercado petrolero mundial por la crisis del coronavirus le habían dejado sin socios para esos tratos.
Por resumirlo en palabras del profesor Francisco Monaldi, del Baker Institute: Venezuela estaba en «una tormenta perfecta».
«¿Y cuándo terminará?»
«No en el corto plazo».
Cada vez eran más quienes habían llegado a esa conclusión y las calles empezaban a llenarse de ciclistas que desafiaban a la cuarentena y a las empinadas cuestas del irregular trazado urbano caraqueño.
No todos pueden.
Jaime Rojas*, enfermo de cáncer de 37 años, espera conmigo en la cola de Petare en la que hago mi último intento. Tiene que acudir día sí, día no, al hospital Domingo Luciani a recibir quimioterapia y su estado de salud no le permite esfuerzos como montar en bicicleta.
Las fuerzas de seguridad controlan el suministro de combustible.
«Llevo aquí desde las seis de la mañana», me dice, sudando el calor del mediodía del trópico en el asiento del conductor de su 4×4.
Le tienta arrancar el motor y conectar el aire acondicionada pero hay que economizar cada gota de combustible.
Como los militares que controlan el suministro le exigen presentarse y mostrar un certificado médico que acredite su enfermedad, tampoco puede pedirle a un familiar que haga la cola por él.
¿Los enchufados?
Aquí, se supone, solo se despacha combustible a funcionarios y personal de salud.
Pero Jaime, desde el pedazo de asfalto en el que está varado, ha notado cosas raras.
«¿Ves esas dos camionetas grandes? Acaban de llegar y ya están adelante en la cola», indica con rabia.
Harto de que la fila no avance, decido caminar por ella.
Es tan larga que la vista de los autos se pierde en el horizonte de los ranchos que se apelmazan en los cerros que rodean la ciudad.
Soldados de la Guardia Nacional con viejos fusiles colgados en bandolera vigilan el flujo de vehículos que desde cuatro calles distintas confluyen hacia la gasolinera.
Incluso funcionarios de seguridad y personal sanitario tiene que esperar un día entero para llenar el tanque.
En realidad, en otros lugares del país hace tiempo que se resignaron a esperas bíblicas como esta para repostar, pero el problema es nuevo en Caracas, de la que siempre había oído decir que era una «burbuja» en la Venezuela de la crisis.
La burbuja parece haber reventado.
«Nunca imaginé que llegaríamos a esto», dice Jaime antes de despedirse y desearme suerte.
Todavía más rezagada en la cola encuentro a la joven Pamela Torres*. Trabaja como doctora en prácticas en el mismo hospital en el que a Jaime le dan su quimioterapia.
Allí hace guardias de 24 horas. Casi el mismo tiempo que lleva esperando en su viejo auto.
«Llegué ayer a las ocho de la noche. Estoy ya agotada. No entiendo por qué el gobierno no nos da una explicación».
Las apariciones de Maduro se han multiplicado en la cuarentena, pero el presidente evita hablar del problema de la gasolina.
Cuando comenzó el racionamiento, las autoridades informaron de que los profesionales sanitarios tendrían prioridad por su papel en la lucha contra el coronavirus, pero eso no ha acortado las esperas de Pamela.
En mensajes sin preguntas de la prensa, Maduro aparece casi a diario en las pantallas de los venezolanos para dar partes de contagiados, felicitarse porque hay pocos o incluso aconsejar el malojillo, una infusión tradicional, como protección frente al coronavirus.
Solo Diosdado Cabello, otro destacado dirigente, habló de ello en su programa semanal. Le recordó a la Guardia Nacional que sería inaceptable que se dedicara al contrabando de carburante.