En beneficio de la memoria histórica XII, por Fernando Ochoa Antich - 800Noticias
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Después de la alarmante llamada que me hizo el almirante Elías Daniels, Inspector de las Fuerzas Armadas, desde el Ministerio de la Defensa, me dirigí al despacho del presidente Carlos Andrés Pérez para informarle lo que estaba ocurriendo:

“-Presidente, dos compañías, una de tanques y otra de paracaidistas, tienen rodeada la Base Libertador. No aceptan rendirse y existe la posibilidad de que intenten tomar la base. Si los tanques rompen la cerca y entran en la pista van a ser atacados por los F-16 y los demás medios aéreos bajo control del general Visconti. Se iniciaría un combate de consecuencias impredecibles. El Alto Mando Militar recomienda presentar a Hugo Chávez en la televisión para que haga un llamado a los comandantes de las unidades insurrectas a fin de que se rindan.

«El presidente Pérez reflexionó unos minutos. Después, me respondió:

“-Ochoa, lo autorizo, pero antes graben el mensaje”. (1)

Me dirigí al teléfono, en la Secretaría Privada, a continuar mi  conversación con el almirante Daniels:

«-El presidente autoriza la presentación, pero quiere que antes se grabe el mensaje.

«-Ochoa, no hay tiempo. El ataque a la Base Libertador es inminente. Si no lo hacemos, de inmediato, comenzarán los combates.

«-Daniels, si la situación es tan grave, bajo mi responsabilidad, presenta a Chávez, sin grabarlo, ante los medios de comunicación.

«-De acuerdo, Ochoa”. (2)

Carlos Andrés Pérez ofrece, en Memorias Proscritas (3), una versión algo distinta de este hecho. Él mantiene que la idea de presentar al T.C. Hugo Chávez surgió de mi persona en conversación con el general Santeliz. No fue así. En el momento en que tomé esa decisión, el general Santeliz se encontraba, desde mucho antes, en el  Ministerio de la Defensa.

El mensaje de Hugo Chávez, dirigido a los venezolanos a través de la televisión, fue corto, pero impactante:

“’Lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital, es decir, aquí en Caracas, no logramos controlar el poder. Ustedes lo hicieron muy bien allá, pero ya es tiempo de evitar más derramamiento de sangre’.

“¿Evaluó el Alto Mando Militar, con suficiente objetividad, la situación militar para recomendar esa solución al presidente de la República y al ministro de la Defensa? Estoy convencido que sí. De iniciarse los combates la estabilidad del gobierno constitucional se podía ver comprometida, ya que era muy difícil prever la actuación que podían tener muchos oficiales ante el hecho de verse obligados  a  combatir en contra de sus propios compañeros de armas. El espíritu de cuerpo es un valor muy arraigado en el estamento militar. ¿Fue una ligereza mía no obedecer la orden del presidente Pérez de grabar dicha intervención antes de hacerla pública? La certeza que me transmitió el almirante Daniels de la posibilidad que se iniciara un combate entre los F-16 y dos compañías, una de  paracaidistas y otra de tanques, era de tal gravedad que exigía tomar una decisión. No hacerlo habría sido una irresponsabilidad. Posiblemente, se hubiesen iniciado los combates”. (4)

Sorprendentemente, esas palabras tuvieron un gran impacto en la opinión pública. ¿Era eso previsible? Sin duda que no. Hugo Chávez era un oficial que nunca había tenido oportunidad de presentarse en un medio de comunicación y sus condiciones histriónicas eran desconocidas. Además, su condición era la de un derrotado que se había rendido sin combatir, permitiendo que sus compañeros de aventura arriesgaran su vida mientras él permanecía, a buen resguardo, detrás de los gruesos muros del Museo Militar.
El error no fue presentar a Hugo Chávez en televisión, sino permitir que lo hiciera en la forma altiva, con cierta actitud de rebeldía y hasta mejor uniformado que quienes, se suponía, lo estaban custodiando. No obstante, es innegable que esa circunstancia contribuyó, de manera determinante, al cese de las hostilidades, evitando así males mayores.

Por otra parte, nunca he dejado de reconocer que cometí algunos errores durante mi actuación en esa aciaga fecha. Así lo he hecho en diferentes entrevistas, en artículos de prensa y en las páginas de mi libro. Así mismo, creo haber tenido muchos aciertos y que el balance de mi actuación fue positivo. Mi mayor satisfacción es, a pesar de las 35 víctimas ocurridas ese día entre soldados, estudiantes y policías, la de haber evitado un mayor e impredecible derramamiento de sangre. Eran todos jóvenes venezolanos que merecían vivir. Los responsables de esos asesinatos son los jefes de la sublevación militar, en particular el teniente coronel Hugo Chávez Frías. De todas maneras, en lo que no me equivoqué fue la estrategia que utilice para dominar la insurrección. Sin ninguna pretensión de estratega, creo que, una vez más, quedó demostrada la pertinencia de la tesis de Sun Tzu: “La mejor victoria es vencer sin combatir”, «y ésa es la distinción entre el hombre prudente y el ignorante”. Ésa es la verdad.

Finalmente,  Manuel Caballero afirmaba que la historia no es tribunal de nadie, que sólo narra los hechos. No estoy de acuerdo con ese criterio. Creo que ella al narrar, en el tiempo, un acontecimiento, valora con sentido crítico la actuación de los protagonistas. Espero, sin temor, el juicio de la historia. Tengo mi conciencia tranquila.

Con este artículo doy fin a esta serie de artículos que decidí escribir, sobre los acontecimientos del 4 de Febrero, con el solo propósito de contribuir a evitar la distorsión de unos hechos que, a pesar de haber ocurrido en una fecha relativamente reciente, son frecuentemente, interesada o desinteresadamente, tergiversados. Sin embargo, en próximas entregas, me dedicaré a dar respuesta, a una serie de interrogantes y dudas que merecen ser aclaradas, ante la opinión pública, para mayor comprensión de lo ocurrido.

(1) (2) (4) Ochoa Antich, Fernando, “Así se rindió Chávez”, Libros de El Nacional, Caracas, 2007, pp. 171,172 y 173.
 
(3) Pérez, Carlos Andrés, “Memorias Proscritas”, Hernández Ramón, Giusti Roberto, Libros de El Nacional, Fuera de Serie, Caracas, 2006, p. 371.

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