«Elvis», un musical de vértigo
EFE
Excesiva, acelerada y lujosa… así ha retratado Baz Luhrmann la vida de Elvis Presley en un filme que mantiene el inconfundible sello del director de «Moulin Rouge» y se centra en la compleja relación que el rey del rock, encarnado por Austin Bautler, mantuvo con su representante.
Desde su descubrimiento, como un joven aficionado a la música en la vibrante escena de Memphis, hasta su muerte, exhausto en su suite de Las Vegas, el camaleónico Butler recrea, durante casi tres horas de metraje que no dejan descanso al espectador, todas la etapas del icono musical.
«Verlo en este papel es algo que no sucede de manera habitual. Desde que él envió un vídeo para la prueba, desde que entró por la puerta, mostró un nivel de aprendizaje y cuidado que es espectacular», afirma Luhrmann sobre el protagonista en una conversación con Efe por el estreno del filme este fin de semana.
Casi una década después de dirigir a Leonardo DiCaprio en «The Great Gatsby» (2013), y más de veinte tras la emblemática e inolvidable «Moulin Rouge» (2001), el cineasta australiano ha repetido su fórmula grandilocuente para narrar las luces y sombras de la carrera de Presley en el contexto de la revolución cultural y la pérdida de la inocencia en Estados Unidos.
«El espectador es lo único que me importa. Hago películas para el cine, y espero que la vea el público más variado posible», explica sobre su estilo.
Ni siquiera sus propios actores saben lo que esperar de sus ideas: «Cuando estás filmando te hace repetir las cosas de muchas maneras y trabaja con cuatro cámaras. Así que no tenía ni idea de lo que iba a ver», reconoce el propio Butler.
LA VIDA DE UNA ESTRELLA Y SU HOMBRE DE CONFIANZA
Apoyado en trucos de realización sorprendentes y un ritmo vertiginoso, «Elvis» va más allá del clásico musical biográfico contando, en verdad, la historia de dos personas: el músico y su descubridor.
Un irreconocible Tom Hanks constituye la otra pata del filme al ponerse en la piel del enigmático mánager de Presley, el coronel Tom Parker, un empresario que descubrió su talento y gestionó, entre aciertos y errores, su astronómica carrera.
Así, en una elección que solo Luhrmann podría hacer, la cinta arranca desde el prisma del agente que encontró en el joven Presley, de voz aterciopelada y un agitado movimiento de caderas, el espectáculo definitivo para hacerse de oro.
Es precisamente a través de esos espectáculos, la manera en la que el guion del filme avanza. Con un Elvis distinto en cada escenario, envuelto en una estética evolucionada y ante un público diferente.
«No fue fácil. Seleccioné yo solo cada concierto pero basándome en aquellos que contaban mejor la historia, no en mis favoritos», señala Luhrmann.
Aunque un gran porcentaje de las dos horas y cuarenta minutos del metraje está ocupado por las actuaciones más trascendentales en la carrera del músico, el filme aprovecha los silencios para narrar las piruetas que Presley tuvo que llevar a cabo.
Desde muy joven lidió con una opinión pública que se escandalizaba por su explotación de la sensualidad masculina y era reacia a su vinculación con la lucha por los derechos civiles.
La película evita que detrás de cada estrategia, de cada actuación y entrevista, siempre estuvo Parker, su hombre de confianza, que podía llevarse hasta el 50 % de sus ganancias con el beneplácito del músico.
Ni la vida de Presley con Priscilla (Olivia DeJonge) en la famosa villa de Graceland, ni su vínculo con referentes de la música negra como B.B. King o Little Richard, eclipsan la fijación de Luhrmann por acercarse al equipo que formaron Parker y Presley. Tan lucrativo como destructivo.
Cuando su fama en Hollywood comenzaba a mostrar señales de agotamiento, el representante se lo llevó a Las Vegas para que protagonizara un espectáculo fijo que se alargó durante seis años en los que Presley llegó a la bancarrota y desarrolló una adicción a los medicamentos hasta su muerte.
Parker, ludópata empedernido, moriría después rodeado de ruletas y máquinas de juego.
Así, a pesar de su ritmo vertiginoso, «Elvis» narra ante todo la creación de un icono que no tuvo miedo a las alturas ni a la degradación de las personas que se ocultaron bajo el personaje.