¿Electrodos para superar la anorexia? Médicos experimentan con esta nueva técnica
Con información de La Vanguardia
Ocho mujeres con anorexia severa crónica probarán en el hospital del Mar la estimulación cerebral profunda con electrodos para mejorar no su apetito o sus vómitos, sino la depresión y los pensamientos obsesivos que suelen acompañar y ahondar su enfermedad. Es otra de las enfermedades en las que se ha podido demostrar que la estimulación profunda en dos zonas del cerebro en concreto – el cíngulo subgenual y el núcleo accumbens– produce una clara mejoría a la mitad de las tratadas.
En anorexia hay muy poca experiencia en el mundo, sólo Canadá y China han publicado sus resultados con tres grupos de pacientes que en total suman solo 12 mujeres. Pero el hospital del Mar lleva años detrás de intentar esta vía de tratamiento y ahora sus equipos de neurocirugía y psiquiatría, en colaboración con el Instituto de Trastornos Alimentarios (ITA), han logrado financiación del Ministerio de Sanidad, una beca FIS. Esta aportación permitirá hacer por primera vez un ensayo en el que se compara en las mismas pacientes qué ocurre con tratamiento y sin él, que es el primer paso para que se puede aprobar como terapia.
Esta cirugía no está pensada para toda persona enferma de anorexia, sino para casos severos y crónicos. Las candidatas son mujeres (como nueve de cada diez afectados ) que llevan más de diez años en tratamiento por anorexia sin éxito y que tienen alguno o varios de los trastornos que suelen asociarse a esta enfermedad. Su estado les lleva a frecuentes ingresos hospitalarios y no tienen a la vista ninguna otra salida.
“Son pacientes crónicas, pero la mayoría ronda los 30 años, mujeres jóvenes a las que la enfermedad y no poder salir de ella les mantiene en un absoluto aislamiento social, personas que no han podido sacar adelante un proyecto vital, ni relación de pareja, ni un trabajo normalizado. La mayoría está en casa de su familia. Aun cuando vivan solas, siempre tienen necesidad de ser cuidadas por otros”, describe Gustavo Faus, director asistencial del Instituto de Trastornos Alimentarios de Barcelona.
Si se suele calcular que entre el 25% y el 30% de las personas afectadas de anorexia acaba cronificando su estado, las que podrían beneficiarse de estas intervenciones con los electrodos que estimulan una determinada zona del cerebro sumarían entre el 5% y el 10%. “Son las que tienen más invalidada la vida normal, personas atrapadas por pensamientos obsesivos en torno a la comida, el peso, su cuerpo, lo que no les permite ese cambio fundamental para salir de la enfermedad. Creemos que el tratamiento les mejorará en ese sentido, para abrir paso a ese cambio y que la enfermedad no lo ocupe todo. Para que al menos puedan aprovechar de forma más efectiva los tratamientos psicológicos y que entren en su vida otros intereses”.
El protocolo del ensayo exige que las candidatas hayan alcanzado al menos un índice de masa corporal mayor de 13 (se considera un peso normal entre 18,5 y 24,5), porque con menos la operación tendría riesgos y para tener dónde colocar la pila que emite impulsos en su cerebro y que se inserta habitualmente en el abdomen (véase el gráfico). Estas pacientes deben llevar al menos un año sin consumir sustancias tóxicas, no estar embarazadas ni sufrir enfermedades mentales como esquizofrenia o trastorno bipolar. “Y sobre todo, han de dar su consentimiento con pleno conocimiento, libres de presión familiar o de la propia enfermedad”, recuerda el responsable de psiquiatría del hospital, Víctor Pérez. Por ese motivo, cada caso será evaluado por otro profesional ajeno al equipo que asegurará que hay una aceptación libre.
Los electrodos no mejorarán su peso, pero sí su estado de ánimo, su ansiedad, “normalizarán la actividad metabólica del cerebro, que sabemos es distinta en una persona con anorexia”, explica la neurocirujana Gloria Villalba. Eso lo comprobarán con un tipo de prueba de imagen llamada tractografía de tensores DTI. Podrán observar las diferencias en circuitos neuronales determinados con o sin estimulación y qué partes de la actividad cerebral responde y qué partes no.
Los psiquiatras defienden que mejorar esos estados depresivos y obsesivos severos dará una calidad de vida aceptable a personas a menudo sin salida. La anorexia es una enfermedad grave que afecta al 2% o 3% de la población, mujeres en nueve de cada diez casos y con un riesgo de suicidio que supera el 15%. Suele aparecer en la adolescencia, entre los 16 y 17 años.
“Ahora tenemos que ver si vale la pena: ese es nuestro objetivo, comprobar en los próximos tres años en estas ocho mujeres que se producen suficientes casos de mejoría y suficiente mejoría como para ofrecerlo a más pacientes. Con los datos de los estudios publicados hasta ahora no lo sabemos”, concreta Víctor Pérez.
La intervención es semejante a la que se hace de forma casi rutinaria en enfermos de parkinson y que está también aprobada para trastornos obsesivos compulsivos (TOC) que no responden a la medicación –se hace en Bellvitge– y que se ha probado en esquizofrenia y depresión en Sant Pau. Las zonas de actuación en el cerebro son semejantes para la anorexia y para la esquizofrenia. En el Mar, tienen experiencia en el uso de electrodos para el control de dolor y, aunque de forma muy diferente, también en el diagnóstico de la epilepsia con este tipo de intervención. “Para mejorar la precisión, utilizamos la ayuda de un brazo robótico. Los riesgos principales son un 1% de crisis epilépticas y otro 1% de posible hematoma. Lo bueno es que es del todo reversible: basta con apagar la señal eléctrica”, indica Villalba. “Es una intervención muy cara, por eso es un tratamiento que cuesta extender”, aclara la neurocirujana. “Cada intervención cuesta unos 20.000 euros, básicamente por los electrodos y el generador. Este hay que cambiarlo cada dos o tres años y cuesta unos 12.000 euros”. La beca de la sanidad pública, que alcanza los 97.000 euros, “nos da ocho oportunidades”.
A lo largo del siglo pasado se intentó tratar la anorexia nerviosa severa con varias soluciones quirúrgicas que hoy ponen los pelos de punta. Se probó primero con lobotomías, luego en los años 70 se usó la ablación de cíngulo. Hoy se lleva acabo un tipo de radioablación, con rayos gamma, sin herida y con gran precisión, que crea una pequeña lesión en el cerebro con el mismo objetivo que los electrodos. Pero, en este caso, es un tratamiento irreversible.