El virtuosismo y el humor de Ara Malikian brillan en el Royal Albert Hall
EFE
Cuando Ara Malikian (Líbano, 1968) coge el violín el público del Royal Albert Hall contiene el aliento, embelesado ante el virtuosismo de este genio de las cuerdas frotadas, pero cuando lo que hace es hablar, su genuino sentido del humor hace que suelten todo el aire en forma de sonoras carcajadas.
La audiencia ha disfrutado de lo lindo la noche de este lunes en el emblemático teatro londinense, donde Malikian ha debutado en el marco de su gira mundial «Royal Garage Tour», un título inspirado en sus inicios musicales.
Cuando apenas contaba ocho años estalló la guerra civil en su país, una contienda que se alargó durante más de dos décadas y que encaró, antes de huir para forjar su brillante carrera, aprendiendo a tocar el violín en el garaje de su casa.
El libanés reconoce que no lo hizo por voluntad propia, sino por imposición paterna, algo que le agradece infinitamente a su progenitor, tal y como aseguró hoy sobre el escenario.
El intenso y profundo sonido del violín acompaña a este relato bélico de una familia también marcada por el genocidio armenio, en donde ahondan sus raíces.
Sin embargo, la tragedia no es, ni mucho menos, lo que define a este irreverente violinista, tan alejado a cómo cualquiera imaginaria a un violinista tradicional.
Ataviado con traje, eso sí, uno sin mangas -para mostrar su torneados y tatuados brazos-, con pronunciado escote y con solapas rojas con estampado de leopardo, Malikian se mueve por el escenario como una auténtica estrella del rock, dando vueltas, brincos y patadas sin desentonar una sola nota.
Y no se puede olvidar su verdadera seña de identidad, un frondoso pelo negro que luce a lo afro y que le da el aspecto desaliñado que tanto contrasta con la dulzura de su voz y la ternura y gracia de sus anécdotas.
Una tras otra, entre canción y canción, el violinista ha ido desentrañando hilarantes episodios de su vida que han desatado las risotadas a lo largo y ancho de la vetusta sala.
Un malentendido por su escaso conocimiento del alemán que le llevó a hacerse pasar por músico judío durante cuatro años, sus andaduras con una banda noruega que le presentaba como un castor o su intoxicación con pescado cuando compartía avión con su idolatrada Bjork, son algunas de las historias que ha relatado con maestría.
Tanta como la que ha demostrado en cada una de las piezas en las que, acompañado de otros siete músicos sobre las tablas -violín, viola, guitarra, piano, batería y violoncello- ha dejado al público, en ocasiones de forma literal, con la boca abierta.
Canciones propias y algunas versiones como la de «Sweet Child O’Mine» de Guns N’ Roses como tributo a Slash, guitarrista de la banda y uno de sus ídolos, o partes de las bandas sonoras de Star Wars y Pulp Fiction, han sonado en una velada que se ha alargado durante casi tres horas.
Entre concierto y concierto de una gira que tiene previsto dure tres años, el artista aún ha tenido tiempo de sacar su último disco «Royal Garage» en el que ha colaborado con Andrés Calamaro, Pablo Milanés, Kase.0, Franco Battiato, Bunbury o Estrella Morente, entre otros, y que presentó el pasado sábado en la madrileña plaza de Callao.
Malikian lleva años residiendo en España, de donde es natural su esposa, Natalia Moreno, madre de su único hijo, y responsable del documental «Una vida entre cuerdas», que narra la apasionante vida de su marido.
Además, este año el músico ha formado parte por primera vez del jurado del Premio Princesa de Asturias de las Artes, que ha recalado en el dramaturgo inglés Peter Brook.
Aunque ha reconocido que, precisamente, el inglés no es su fuerte, Malikian se ha defendido a la perfección en la lengua de Shakespeare durante la noche pero, si no, habría dado igual, lo suyo es el lenguaje de la música y con eso le basta. Y le sobra. Larga vida a Ara Malikian.