El último lugar del mar, espectáculo de danza contemporánea
EFE
Las fronteras del movimiento y los límites de la representación del cuerpo son cuestionados en ‘El último lugar del mar’, un espectáculo de danza contemporánea en Ecuador que también hace una reflexión sobre la condición humana.
La obra, creada y dirigida por el artista Pablo Roldán, se estrena este jueves en el teatro de la Compañía Nacional de Danza, en Quito, con motivo de los 48 años de la fundación de esta institución, cuyo elenco contemporáneo será el protagonista sobre el escenario.
“Mi último lugar del mar es cuándo yo choco el puñito con mi papá un domingo. Él se recuesta en su cama, nos despedimos, yo salgo, voy a mi casa y al otro día mi papá sale a trotar y muere de un paro cardíaco”, relató Roldán a EFE respecto a lo que significa para él el título de su obra, que también se presentará el viernes y el sábado.
Bajo esta premisa, el artista invitó a los bailarines a trabajar, a hacerse la pregunta de cuál sería su último lugar del mar y que esa sensación, «que depende mucho de ellos y de ellas», dé lugar a los movimientos.
Este fue el punto de partida para la creación de esta obra transdisciplinaria que combina la danza con lenguajes de otras artes escénicas como el teatro, además de efectos visuales y sonoros.
La obra también se inspira en ‘Medea Meditativa’, del escritor francés Pascal Quignard, con la que Roldán propuso al elenco revisitar el mito griego de la hechicera Medea: una princesa bárbara que, tras ser traicionada por su esposo, el héroe griego Jasón, mata a sus hijos en común en un acto de venganza.
Ampliar los límites del movimiento
Huevos, ramas, proyecciones o agua son algunos de los elementos con los que los bailarines interactúan de manera continua y que en el espectáculo se convierten en potentes metáforas de la vida y la muerte.
Según Roldán, la obra de 50 minutos de duración es el resultado de un ejercicio de creatividad y entrega que busca escenificar, desde la intimidad, otra forma de movimiento y ampliar los límites de la representación del cuerpo en la danza contemporánea.
La obra se configura además como una representación donde la imaginación altera el cuerpo y trastorna el movimiento para borrar los límites entre el «mundo de adentro» y el «mundo de afuera». De allí, surge un sujeto danzante que es a la vez individual y colectivo, con una naturaleza mutable y una identidad elusiva.
“Es una obra que tiene una fisicalidad importante (…). La escenografía, la cual los bailarines tienen que hacer propia para que funcione dentro de la coreografía, busca justamente llegar a esos límites”, explicó a EFE Andrés Correa, productor de la Compañía Nacional de Danza.
Influencia de lo cotidiano
Para Cristina Baquerizo, asistente coreográfica en la obra, el principal desafío fue incluir la metodología del espectáculo, «que no es improvisación netamente, pero sí tiene que ver con que nunca lo que haces se repite». «Tienes que vivir ese momento realmente cada vez», dijo.
En ese sentido, Roldán confesó que su inspiración nace de lo cotidiano, desde literatura callejera, a través de rótulos o timbres (sellos), a influencias visuales en Instagram o musicales, llevando lo antiguo a lo contemporáneo, con John Cage o el ecuatoriano Mesías Maiguashca.
“Voy tomando lo que va aconteciendo en el mundo. No es una cuestión sólida, al contrario, voy tejiendo a la vez que voy caminando en la vida”, reveló sobre su proceso de creación.
El creador de la obra declaró que espera que la acogida sea un ‘boom’, aunque señaló que para él es suficiente con que cada espectador se llegue a cuestionar cuál es el último lugar del mar.
Foto referencial
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