El muro de Berlín fue la representación de una división traumática en la historia
EFE
Alemania recordó este martes la construcción del muro de Berlín, un gigantesco operativo logístico que se inició a la una de la madrugada del 13 de agosto de 1961 y al que siguieron 10.680 días de división traumática.
«La construcción del muro produjo una escisión histórica a escala mundial (…) El destino de los berlineses quedó marcado por ese trauma durante décadas», afirmo el alcalde de la capital alemana, Michael Müller, en el aniversario del día en el que Berlín despertó atravesado por alambradas.
El acto en memoria de una de las fechas más traumáticas en la memoria colectiva ciudadana berlinesa tuvo lugar hoy en la Bernauerstrasse, una de las calles que quedó partida, símbolo ahora del desgarro humano, urbano y político que se desencadenó.
Ahí queda aún en pie uno de los fragmentos del muro, la llamada Capilla de la Reconciliación y el monumento en recuerdo a sus al menos 135 víctimas documentadas, ciudadanos muertos al tratar de huir al oeste en los 28 años que estuvo en pie la «Franja de la Muerte».
El centro de documentación que acompaña al memorial trata de trasladar al visitante actual -en general, turistas- la magnitud de ese desgarro, desde esa mañana de agosto hasta su caída el 9 de noviembre de 1989.
La descomunal operación que precedió al trazado de esa división, que dejó encorsetado el sector oeste entre 155 kilómetros de alambradas, primero, y muro de hormigón, después, estuvo precedida por un desmentido más que delator.
«Nadie tiene la intención de construir un muro», había dicho el 15 de junio el jefe del Estado y del Partido, Walter Ulbricht, en una concurrida conferencia de prensa.
Era evidente ya entonces que la República Democrática Alemana (RDA) temía despoblarse y que el principal coladero para quien quería huir al mundo libre era la frágil división entre los sectores este y oeste de Berlín.
Tras la capitulación del Tercer Reich y la división del país entre las potencias aliadas, más de tres millones y medio de ciudadanos germano-orientales habían dejado la RDA, con 16 millones de ciudadanos.
A través de Berlín cruzaban a diario hacia el oeste familias enteras, sin síntoma alguno de que la tendencia fuera a invertirse.
Mientras Ullrich pronunciaba ese desmentido, en las afueras de Berlín estaban almacenados ya miles de kilómetros de alambradas y toneladas de bloques de hormigón, lo que -según documentos recientemente desclasificados- no había pasado desapercibido a los servicios secretos de las potencias occidentales.
El espionaje del mundo libre dejó hacer, aparentemente porque las potencias occidentales temían que tratar de impedirlo desencadenaría un conflicto con la Unión Soviética.
Mientras tanto, el régimen germano-oriental entrenaba a miles de efectivos de sus fuerzas de seguridad para lograr el bloqueo entre los sectores, que debía desplegarse en una sola noche y que implicaba a simples operarios civiles.
El principal desafío era el trazado del muro a través de la ciudad, una frontera urbana de 43 kilómetros -al que seguiría el corsé de 155 kilómetros alrededor de todo el sector occidental-, que obligaba a cortar líneas ferroviarias, metro y trenes de cercanías.
A la una de la madrugada se cerraron las estaciones y terminaron de facto las comunicaciones entre ambos sectores.
Lo que empezó esa madrugada con el tendido de alambradas a través de la ciudad se reforzó paulatinamente con bloques de hormigón y torretas de vigilancia, entre cuadrillas de operarios custodiados por soldados de la RDA.
Los berlineses despertaron ese día, un domingo, horrorizados y probablemente conscientes de su indefensión, ante la impasibilidad de las tres potencias que tras el final de la II Guerra Mundial se repartieron el sector occidental: EEUU, Reino Unido y Francia.
En la República Federal de Alemania (RFA) seguía al frente del Gobierno el conservador Konrad Adenauer, el primer canciller del país desde su fundación; el alcalde del Berlín occidental era el socialdemócrata Willy Brandt.
Para ambos fue un día amargo, al que siguieron 28 años con Berlín estigmatizada como ciudad mártir de la Guerra Fría, plasmada en la cruda realidad de la llamada «Franja de la Muerte».
La RDA reforzó en los meses posteriores las alambradas con la construcción del muro de hormigón hasta convertirlo en infranqueable, bautizado con el eufemismo de «Muro de Protección Antifascista».
Siguieron 10.680 días de división forzada, hasta que el 9 de noviembre de 1989 el portavoz del Politburó, Günter Schabowski leyó un comunicado según el cual la RDA permitía a sus ciudadanos viajar al oeste. El muro había caído.