«El líder del 4F manejó mi carro en una colita obligada hasta la BARU»
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El líder del 4F en el estado Zulia, Francisco Arias Cárdenas, tuvo una única aparición a través de RCTV, cuando el colega Aníbal Riera pudo llegar a la planta de transmisión en el sector La Lago, dejando a su equipo técnico y cámara retenidos en la RO. En el periódico, Humberto Matheus logró la gráfica de esa edición memorable.
Foto: Humberto Matheus
Esa mañana, desde muy temprano del 4 de febrero de 1992, despuntaba ser otro día caluroso con un sol radiante. Sabíamos que la situación estaba movida sin poder predecir lo que en adelante sucedería. ¿Tumbarían a Carlos Andrés Pérez y a su Gobierno o no? Salí del periódico desde temprano a la calle donde estaba la noticia
Me llamaron a mi casa pasadas las 11:00 de la noche, aproximadamente. Era la noche del 3 de febrero de 1992. Por mis medios, me trasladé en mi viejo Fiat azul Mirafiori. Lo pensé bien al decidir no montarme en la camioneta del periódico que fue a buscarme, porque quizá la historia en adelante no sería la misma que en lo profesional me sucedería al siguiente día, cuando Venezuela y el Zulia, respectivamente, amanecieron de golpe. Esa mañana, la calma y el sosiego dieron paso a momentos de angustia, incertidumbre y temor al saberse sobre un levantamiento militar en desarrollo que en el país arrojó muertos y heridos.
Llegué a mi sitio de trabajo, diario metropolitano La Columna de Maracaibo, adonde iban arribando ya en la madrugada otros colegas periodistas, reporteros gráficos, gente de taller, sala de diseño y, en fin, todo el mundo estaba habilitado ante el evento insurreccional que tomaba cuerpo en Caracas y en otras principales ciudades del país, donde grupos de oficiales y personal de tropa, básicamente del Ejército, decidieron rebelarse contra el juramento hecho a la Constitución de la República y propinarle un Golpe de Estado, primero de 1992, al entonces presidente del país y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Nacionales, Carlos Andrés Pérez.
En la década de 1990, el diario La Columna,, como otros del país, ya disponía de una buena gama de equipos tecnológicos a pesar de lo lejana que parezca esa época. Era un medio tabloide que imprimía su principal producto de forma digitalizada. Tenía, además, una buena rotativa, servicio telefónico, telex, fax y otros recursos. Lo esencial que permitió la madrugada del 4F de 1992 editar un EXTRA de 20 mil ejemplares, aproximadamente, de ocho páginas. Ganándole tiempo al tiempo ese tiraje quedó agotado a pocas horas de su salida. En el centro y otros puntos de Maracaibo, antes del amanecer, voló. A decir verdad, el país fue sorprendido por esa insurrección militar que tuvo un paso adelante del gobierno y otro de la opinión pública.
Hoy domingo está conmemorándose el 32 aniversario de aquellos sucesos cuando, a partir del 4 de febrero de 1992, la historia de nuestro país no sería la misma. Tuvo su motivación en un antes y un después. Un antes, cuando a pesar de los problemas sociales del día a día, económicos o de servicios públicos, los venezolanos teníamos la posibilidad de ir resolviendo la conflictividad propia de cada familia, por ejemplo, en los gastos del hogar.
En esa época, la familia venezolana podía disponer de alguna capacidad de ahorro, viajar en vacaciones, adquirir un vehículo económico, vivienda o comprar los estrenos de diciembre. Hoy eso es imposible. También podíamos reclamar los derechos ciudadanos procurando una mejor calidad de vida. El transcurrir de los años, según la gente, nos ha hecho ver, constatar y darnos cuenta que en ese tiempo, a pesar de los pesares, los venezolanos éramos felices y no lo sabíamos.
Un después, llegado de golpe que en adelante cambiaría, dividiría y fracturaría la historia del país y la vida de cientos de miles, de millones de personas o de familias enteras. Tenemos hoy por resultado, al paso de los años, que el remedio o la medicina propuesta y ofrecida en aquella revuelta militar, digamos, ha sido peor en el tiempo que la enfermedad que sufría el país por el hambre, desempleo, inseguridad, marginalidad, costo de la vida, economía, corrupción, malos sueldos, salarios y otros males que fue el lamento alegado y justificado por los alzados en armas.
Esa mañana en el estado Zulia, desde muy temprano del 4 de febrero de 1992, despuntaba con ser otro día caluroso de un Sol radiante. Sabíamos que la situación estaba movida sin poder predecir lo que en adelante sucedería. ¿Tumbarían a Carlos Andrés Pérez y a su gobierno o no? Salí del periódico, pauta en mano, desde temprano a la calle donde estaba la noticia.
Lo mismo harían otros equipos reporteriles instruccionados por el jefe de redacción, Jorge Villalobos Hernández (+) y el director, Héctor García Arcaya. Me acompañaba el gráfico Fernando Ferrer Pineda ‘Ferpin’ (+) veterano reportero del lente. Nos dirigimos a la residencia de gobernadores (RO), donde Oswaldo Álvarez Paz, primer Gobernador electo del Zulia en 1989, a través del sufragio y de la descentralización política, estaba “retenido” o “secuestrado” por militares.
Otro grupo de políticos y funcionarios corrían similar suerte en ese lugar. Entre ellos, Silio Romero La Roche, secretario de Gobierno y Manuel Marín, presidente de la Asamblea Legislativa como era llamado el parlamento regional en esa época. Eso lo confirmamos luego de esperar un rato fuera de la RO, cuando salió un oficial desconocido impartiendo órdenes, distribuyendo tareas y asignándole instrucciones a subalternos armados, vestidos de verde y camuflaje militar.
Cerca de media hora sin bajarnos y con el carro encendido, previo a haber entregado las credenciales de periodistas, esperábamos por una respuesta que nos permitiera ingresar a la RO. Eso nunca pasó. Sin dejar de moverse ni de gesticular el oficial que había salido del inmueble, terminó por acercarse del lado del piloto. Obviamente, su propósito era trasladarse en mi carro al destino final en un vehículo civil para no levantar sospechas, ni llamar la atención en caso de toparnos con tropas leales.
“Muévete, por favor, a un lado que voy a manejar”. “Me dijo Arias Cárdenas y de inmediato tomó la dirección de la unidad mientras el colega Ferrer se pasaba al asiento trasero, donde también se embarcaron dos militares de menor rango con quienes iniciamos un periplo que nos llevó a la base aérea Gral. Rafael Urdaneta, donde se encontraba un grueso número de militares leales al movimiento golpista”, puede leerse en las páginas A16 y A17 de La Columna, en su edición del 5 de febrero de 1992.
¿Comandante puede explicarme las motivaciones de este movimiento?.
“En este momento, hemos tomado la determinación de irnos a las armas”, dijo, mientras el reportero le indicaba tener cuidado a lo largo de cada una de las esquinas de la 3Y hasta salir nuevamente a Bella Vista y buscar la Falcón con rumbo al aeropuerto. Destino final de los sediciosos.
“Hemos iniciado una movilización a nivel nacional con el objetivo de imponer en el control de la dirección del país a elementos realmente venezolanos, a favor de la gente y del conglomerado nacional. Ese es nuestro planteamiento y nuestra idea fundamental”.
¿Cuál es la motivación principal del movimiento?
“La motivación principal estriba en los casos de corrupción que se dan; en el extremo que ha llegado el vicio del ejercicio del poder político corrompido, como elemento de dominio y de control”.
En la Circunvalación Nro. 1, a la altura del puente de Cañada Honda, viniendo desde San Francisco, a lo lejos recuerdo divisamos un Jeep militar que lo llevó a cambiar de canal y a orillarse sin detener la marcha. Teniendo a la unidad rústica ya más cerca, la tensión del líder rebelde disminuyó, cuando a sus ocupantes pudo identificárseles el tricolor nacional en un brazalete colocado en sus brazos. Eran efectivos plegados al golpe de Estado.
El Fiat volvió a sentir el peso en el acelerador y de allí bajamos hacia la avenida Sabaneta rumbo a la BARU, donde al llegar una larga cola de vehículos estaba estacionada en la entrada de esa dependencia castrense. Había allí muchos militares afectos que recibieron a Arias Cárdenas. Otros, supe después, eran empleados que llegaban a su sitio de trabajo. Algunos, quizá, ignorando los sucesos que en caliente estaban en pleno desarrollo a esa hora en nuestra región y en otras ciudades del país. El propósito de llegar a la base aérea Gral. Rafael Urdaneta, BARU, me enteraría posteriormente, no fue otro que subir a un helicóptero militar UH 1H y recorrer algunas áreas del estado Zulia que habían sido controladas desde horas de la madrugada.
En el semáforo que existió frente a la estación de servicio Tarazón, que aún funciona en ese lugar para entrar a Gallo Verde en Sabaneta, frente al Albergue de Maracaibo, recuerdo que el soldado sentado atrás del lado derecho de la puerta asomó el FAL a un conductor que quería atravesar en el sentido hacia el centro de Maracaibo, cuando su paso lo interrumpió el Fiat Mirafiori. No valió mucho sonar la corneta y reclamar airado, aún cuando el semáforo le diera la razón, pero el arma de alto calibre que asomó el efectivo por la ventana lo llevó a morderse la lengua, desistir y a ceder el paso.
Un dato, poco conocido, fue la llegada posterior de Arias Cárdenas al helipuerto del cuartel El Libertador donde un error de comunicación casi provoca el derribo de la aeronave, cuando el aparato recibió disparos de fuego amigo en su fuselaje, pero por fortuna a que en su diseño posee una protección a cierto calibre de proyectiles, esa vez sólo impactaron en el blindaje.
Lo sabido es que luego de ser controlada y asegurada la estabilidad del país, el jefe de la sublevación en el Zulia viajó en un avión militar a Caracas a entregarse. Estaría durante dos años en la cárcel de Yare, estado Miranda, junto con Hugo Chávez Frías y otros oficiales hasta ser sobreseídas sus causas por decisión del expresidente Rafael Caldera Rodríguez.
Resultaría ser el jefe de la sublevación militar en esta parte del país. Eso lo sabríamos después de regresar a La Columna luego de dejarlo en la base aérea Gral. Rafael Urdaneta donde me entregó el carro que él manejó durante “una colita obligada” desde la RO. Gracias a Dios fuimos y regresamos sanos y salvos. Quizá no muy preocupados de que las tropas leales del gobierno de CAP nos detuvieran o dispararan por la importancia del pasajero que estuvo a bordo, sino más bien comprendiendo el nerviosismo del momento en el oficial que conducía mi vehículo. Su expresión no era normal, puedo asegurarlo, certificarlo, en medio de aquella circunstancia, cuando me tocó ir a su lado entrevistándolo.
“No tratamos de hacer un Golpe militar” dijo el teniente coronel (Ej.) Francisco Javier Arias Cárdenas al aceptar responderme. El jefe del levantamiento en el estado Zulia cuando tomó el mando del Mirafiori cargaba uniforme de campaña, en tanto, sus escoltas sentados en la parte trasera del carro no disimulaban el armamento que portaban, consistente en fusil FAL, pistola, chalecos, granadas y cargadores de proyectiles. Ferpin quedó en el centro, cual jamón y queso en medio de dos rebanadas de pan, casi inmovilizado. No fue, en principio, cosa fácil que Arias Cárdenas accediera a responder mis preguntas.
No quería declaración ni fotos. No obstante, la insistencia reporteril surtió efecto cuando inquiriendo ¿Quién era o de dónde venía?. ¿Casado?. ¿Cuántos hijos tenía?, resultó ser la llave que abrió la puerta del diálogo, disipando lo tenso del momento, serenándose, lo cual permitió, entre el jefe de la asonada y el reportero de la fuente de política de La Columna, conversar a lo largo de 30 kilómetros, aproximadamente, desde la RO hasta llegar a la entrada de la base aérea militar contigua al aeropuerto internacional La Chinita.
Saliendo de la BARU la preocupación del equipo reporteril sería otra. No quedarnos varados en medio del camino cuando en el tablero del carro observé que la luz roja de la reserva de la gasolina, estaba intermitente indicando el llamado de “échele” muy seguro de dejarnos botados. Al llegar a la estación de servicio en la entrada del aeropuerto La Chinita, la salvación del momento permanecía cerrada, aún cuando a lo lejos pude observar a un bombero que estaba en su sitio de trabajo.
No obstante, la emergencia tuvo que prolongarse cuando tres efectivos de la Guardia Nacional nos indicaron el peligro de permanecer allí. La razón fue que la Torre de Control estaba tomada y, presuntamente, habían oído detonaciones. Decididos a no esperar una bala pérdida o al aire de los pulmones, nos devolvimos en ‘U’ y seguimos. Pasando la entrada de la cárcel de Sabaneta llegamos a otra estación de servicio, —aún existe sin prestar servicio—, que permanecía abierta y abastecimos de combustible. Llegamos al periódico y en adelante el país sabría que sucedió el 4F de 1992 en el estado Zulia, cuando Venezuela amaneció de Golpe.