El hombre que defendió la inmortalidad - 800Noticias
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La sensación de trascendencia que sentimos al contemplar las estrellas, escuchar una melodía conmovedora o enamorarnos profundamente ha acompañado al ser humano desde los albores de la civilización. Estas experiencias, aunque tan íntimas como comunes, nos invitan a mirar más allá de nuestra vida cotidiana y a cuestionar el lugar que ocupamos en el vasto cosmos. ¿Qué es lo que nos hace sentir esa conexión con algo mayor? ¿Es solo el resultado de una serie de reacciones químicas en el cerebro, o hay algo más profundo que trasciende la materia?

La ciencia ha avanzado mucho en su comprensión de cómo nuestras emociones y sensaciones son procesadas por el cerebro. El acto de enamorarse, por ejemplo, activa áreas relacionadas con el placer y la recompensa, como el núcleo accumbens, mientras que la música puede provocar una activación simultánea del sistema límbico, la región responsable de nuestras emociones.

Contemplar el cielo nocturno, por su parte, parece tener un efecto en el córtex parietal, la región que procesa nuestra percepción del espacio y el tiempo. Sin embargo, aunque conocemos estos datos, algo parece faltar en la explicación meramente biológica de estas experiencias.

El físico y novelista Alan Lightman plantea una idea fascinante en El cerebro trascendente, recientemente publicado por Pinolia: la de un «materialismo espiritual». Según Lightman, aunque nuestras experiencias emocionales, estéticas y espirituales surgen del cerebro y el sistema nervioso, no debemos descartarlas como simples productos de la materia. Para él, estas sensaciones son fenómenos emergentes, es decir, respuestas complejas que nacen de la interacción de elementos más simples y que, aunque tienen una base material, no pueden reducirse únicamente a ella.

Un ejemplo claro de este fenómeno es cómo grupos de luciérnagas logran sincronizar sus destellos sin un líder que las dirija. De la misma manera, nuestras experiencias más trascendentes podrían ser el resultado de la interacción de nuestras neuronas, sin que necesariamente se limiten a una interpretación puramente científica.

La neurociencia aún está lejos de comprender completamente la conciencia y las emociones humanas en su totalidad. El misterio de por qué sentimos una conexión con algo más grande que nosotros mismos al mirar las estrellas sigue sin resolverse del todo. ¿Es esta una adaptación evolutiva, que ha permitido a los humanos colaborar y sobrevivir en sociedad? ¿O es una ventana hacia una realidad más profunda que la ciencia aún no ha sido capaz de desentrañar?

Estas preguntas no solo fascinan a científicos como Lightman, sino también a filósofos, psicólogos y teólogos que llevan siglos reflexionando sobre ellas. Uno de los pensadores más destacados en este ámbito fue Moses Mendelssohn, un filósofo judío del siglo XVIII, que defendió la existencia del alma con un enfoque que combinaba la lógica científica con la espiritualidad.

En su obra Fedón o sobre la inmortalidad del alma, Mendelssohn plantea que la naturaleza humana no puede ser reducida a un mero mecanismo físico. Al igual que una orquesta necesita un director que guíe a sus músicos, el cuerpo necesita un alma, una entidad que integre y dé sentido a nuestras experiencias. Esta alma, argumentaba, no es divisible ni material, y su existencia trasciende el mundo físico.

Para sumergirnos más en la fascinante mente de este filósofo de la Ilustración, ofrecemos en exclusiva un extracto del primer capítulo del libro El cerebro trascendente de Alan Lightman, donde se describe una escena imaginaria con Moses Mendelssohn. Descubre cómo Lightman conecta la espiritualidad y la ciencia a través de la vida de uno de los pensadores más importantes de su tiempo.

Con información de Muy Interesante

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