El gran ejemplo de resiliencia de un migrante invidente venezolano en Bolivia
EFE
La del venezolano Carlos García es una historia de resiliencia ante la pérdida total de la vista y un viaje en pos de mejores días desde su natal Zulia hasta la ciudad boliviana de Santa Cruz, desde donde ahora reivindica la inclusión laboral y el uso de las tecnologías de asistencia.
«La sociedad a veces es más ciega que el ciego. Si la sociedad supiera las capacidades que hay en cada persona que tiene una discapacidad no existieran esas separaciones ni discriminación de ningún tipo», dijo García a Efe.
El venezolano tiene 39 años y llegó hace tres a Santa Cruz, la mayor ciudad boliviana, donde sobre todo se dedica a dar clases sobre el uso de la tecnología adaptada para personas con discapacidades visuales, auditivas o físicas.
A veces también da asesorías de tesis de grado en ingeniería o educación y cuando no le sale ninguno de esos trabajos, subsiste elaborando y vendiendo pan o comida típica venezolana, comentó.
Pero «eso es una lotería» que apenas le ayuda, ya que es diabético insulino dependiente y además envía dinero a su esposa e hijos en Venezuela, y como no tiene un empleo fijo, no puede traerlos a vivir a Bolivia.
El venezolano no busca asistencia, sino una oportunidad laboral para mostrar sus capacidades y tener la estabilidad suficiente para cumplir su más grande anhelo, que es reunirse con su familia.
CAMINO DE ADAPTACIÓN
García es ingeniero de sistemas y técnico superior en electrónica industrial, aunque en Bolivia solamente se le reconoce el segundo oficio porque sus otros documentos quedaron en Venezuela.
Hace doce años perdió la vista totalmente a causa de una retinopatía diabética y ha pasado por un proceso de adaptación «traumático» en el cual fueron vitales el apoyo de su familia y amigos, así como la decisión de dar el primer paso.
Cuando tuvo el problema era supervisor de producción en una empresa avícola, diseñaba páginas web y daba clases en una universidad, entonces le invadieron las dudas y el temor al qué dirán alentados por los prejuicios sobre la discapacidad, comentó.
«Dije cómo voy a trabajar ahora, qué va a ser de mi familia, qué me van a decir mis amigos, cómo voy a salir a la calle, ya nadie me va a querer, me van a rechazar, etc, porque es como le han enseñado a uno a percibir la discapacidad», indicó.
Estos mitos se fueron derrumbando cuando decidió avanzar por el camino de la rehabilitación, que «no fue fácil» y es algo que tienen que tener presente quienes quieran emprenderlo, aseveró.
Con disciplina, constancia y dedicación, García adaptó sus conocimientos previos a su nueva realidad y resolvió dedicarse a la formación sobre el alcance de las tecnologías en las personas con discapacidad.
Pero la crisis le empujó a salir de su país en busca de mejores días para él y su familia.
LUCHA POR LA INCLUSIÓN
Así llegó a Santa Cruz, donde no se le abren las puertas para tener un trabajo estable, «una por el hecho de ser ciego y otra por ser extranjero», manifestó.
Y es que en Suramérica «la ceguera es la discapacidad que es más difícil de incluir a nivel laboral, educativo y social», pues «siempre prefieren a una persona con una discapacidad física o auditiva sobre una con discapacidad visual, incluso en demérito del grado de profesionalización, experiencia o cualquier otra competencia curricular que se pueda tener».
«En Europa o en Norteamérica la sociedad responde a los procesos inclusivos. Nosotros acá estamos bastante lejos de ello, tenemos basamentos legales, instituciones y todo, pero ahí se queda», lamentó.
Con todo, García no se rinde y desde donde le toca busca difundir la importancia de que las personas, sobre todo las con discapacidad aprendan a usar las tecnologías, «ya que con ellas se logra disminuir los índices de deserción educativa, se potencia las capacidades laborales, educativas y sociales».
Así, el venezolano enseña a otros no videntes a usar el teléfono móvil, a manejar algunos programas de computación como Word, Excel, Power Point y a usar sus correos electrónicos, entre otros conocimientos.
Una de sus alumnas es la cruceña Hilda Helguero, una maestra de braille que aseguró a Efe que «al principio todo cuesta, pero hay que ponerle empeño para poder lograrlo».
«Sería bueno que todos nosotros nos pudiéramos capacitar para cambiar eso, la deserción laboral y la educativa», remarcó Helguero, quien también cuestionó que se piense erróneamente que ser ciego es «sinónimo de que no se puede hacer nada».
El camino a la inclusión es largo, pero García tiene clara su meta, que es reunirse con su familia.
«Si tengo que salir de Bolivia y atravesar medio mundo porque allá va a haber esta oportunidad laboral, lo voy a hacer por el bienestar de ellos», agregó. EFE