El día en el que el “barbudo” revolucionario conquistó el corazón del imperio
EFE
La legendaria longevidad de Fidel Castro fue tan tozuda que ya es casi imposible encontrar testigos de la semana de primavera de 1959 en el que el líder revolucionario cubano, cuyas cenizas van camino a su sepultura, pisó Washington por primera vez para conquistar el corazón del “imperio”, pero no el de la Casa Blanca, que no consiguió alejarlo del comunismo.
“No queda nadie entre nuestros expertos que se pueda remontar tan atrás”, explica la oficina de prensa de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados (SAIS), cofundada por Christian Herter, el primer funcionario estadounidense que tuvo la ocasión de reunirse en esta ciudad con el “barbudo” de 32 años que buscaba en su vecino del norte legitimidad internacional para su revolución.
Castro, según cables del Departamento de Estado, le pareció a Herter “casi un niño”, verde no solo en la vestimenta sino también en cuestiones de gobierno, una persona torpe en el inglés pero que se inflamaba hasta a un punto “algo salvaje” al hablar en español de su revolución, la que hacía solo tres meses había entrado triunfante en La Habana para derrocar al dictador Fulgencio Batista.
La sintonía de Castro con los miembros de la Administración del presidente Dwight Eisenhower fue buena -a excepción de los miedos por la nacionalización en el sector azucarero-, la prensa lo retrató como a un héroe y los washingtonianos le seguían allá a donde iba. La relación comenzó bien pero no tardó en torcerse en el escenario de la Guerra Fría.
Fue cerca de la antigua sede diplomática cubana de la calle 16, reabierta ahora, donde Sherry Hayes Santana, entonces una bebé de 16 meses, se topó con Castro y protagonizó la primera imagen de la comunión de la idealista revolución cubana con el pueblo de EE.UU.
El líder cubano no quería “balcones”, según explicaba la crónica del Washington Post de aquel 17 de abril, y se lanzó desde la legación a la calle 16, columna vertebral de la ciudad, y al cercano parque “Malcom X”, nombre que le han dado los washingtonianos en honor a otro histórico revolucionario americano.
“Un fotógrafo de UPI me cargó y me dejó en brazos de Castro. Mis padres me encontraron jugando con él y rodeada de periodistas”, cuenta a Efe 58 años después Hayes, que recibió posteriormente una carta firmada por Fidel.
“Debí ser la persona más joven en los archivos de la CIA”, bromea Hayes, que recuerda con cariño aquel encuentro histórico, que sus padres desempolvaron cuando ya la Guerra Fría dejó de hacer temer a los estadounidenses la mutua destrucción.
Respetado en la capital
Castro, que fue invitado por la Asociación Nacional de Editores de Periódicos (ASNE), fue recibido como un héroe en un Washington, que poco después lo vilipendiaría y tendría en el “barbudo” a uno de sus mayores villanos de la Guerra Fría.
Washington es una ciudad joven pero de costumbres coreografiadas y el líder revolucionario mantuvo una agenda que aún copian los recién inaugurados mandatarios al visitar el centro del poder estadounidense: habló en el Club Nacional de Prensa, almorzó con funcionarios estadounidenses, compareció en el programa dominical Meet the Press y visitó el Capitolio, donde se encontró con el entonces vicepresidente, Richard Nixon.
“En 1959 Castro era un revolucionario joven, el victorioso defensor del ciudadano de a pie”, explica Hayes, que dice que se alegró cuando el presidente Barack Obama decidió restablecer las relaciones con Cuba.
Hayes se define como “una niña de la Guerra Fría” y no se olvida de los ensayos de ataque nuclear, las carreras para esconderse bajo la mesa de la escuela durante la Crisis de los Misiles y el silencio durante años sobre el paseo de Castro por el centro de Washington.
“Todos los vecinos se acordaban, mis padres, que son de mente abierta, mantenían los recuerdos, que nos enseñaron años después (…) Me hubiese gustado visitar Cuba antes de su muerte”, reflexiona Hayes.
Pero la política se interpuso a las buenas intenciones: Castro nacionalizó empresas estadounidenses, el comunismo y la amistad con la Rusia soviética se consolidaron y aquel joven de 32 años gobernó durante cinco décadas Cuba de espaldas a su vecino.
Riordan Roett, el veterano director de estudios latinoamericanos de SAIS, opina que para finales de 1959 Washington tenía bastante claro que Castro no iba a optar por un sistema democrático ni de libre mercado y las buenas formas se acabaron.
Ahora, señala, “Cuba está a la defensiva”, con una economía anémica y ante la perspectiva de una administración de Donald Trump que “no sabemos si se inclinará por la ideología o el pragmatismo”.
Los muertos que le precedieron, la mayoría de los testigos de aquellos días de primavera, escribieron de Castro hace casi 58 años para el Departamento de Estado: “Sería un serio error subestimar a este hombre. Pese a su apariencia de novato, su falta de sofisticación o ignorancia en muchas materias, es claramente una personalidad fuerte, un líder nato”.