El «cadáver» de Pablo Picasso convertido en una obra de arte
ABC
Hay algo de necrófilo en el trabajo de Eugenio Merino (Madrid, 1975). Desde aquella edición de ARCO en la que le voló la tapa de los sesos a Damien Hirst, hasta esa cabeza de Donald Trump que a finales de 2016 metía en un caja de cartón para su exposición en la galería Unix de Nueva York. Eso por no hablar de los mandatarios –vivos y muertos–, de todo signo político (imposible abstraerse de su polémica con Franco), que decidió hace unos años criogenizar en neveras. Le toca el turno ahora a Pablo Picasso, del que no hay día que pase sin que su figura genere un nuevo titular (el último, el de la «exigencia» del Parlamento vasco de que su «Guernica» sea trasladado al País Vasco).
En esta ocasión, más que matarlo, lo que el artista quiere hacer con el cuerpo del malagueño es exhumarlo, sacarlo de su lugar de descanso en el castillo de Vauvenargues (Francia), para colocarlo en pleno centro de Málaga. De manera metafórica, se entiende… «Aquí murió Picasso» es el título a modo de reclamo de la propuesta que Merino desarrollará desde el jueves y hasta mediados de julio en la sede de la Alianza Francesa en esta capital andaluza, cita con la que su creador se propone realizar una crítica incisiva –como todas las suyas–, cuyos dardos se dirigen contra el turismo de masas.
Un problema como en Barcelona
«Pretendo hacer reflexionar sobre su impacto en una ciudad como Málaga, en la que ha crecido de forma brutal, camino de convertirse en un problema como en Barcelona, y que, en este caso, se está llevando a cabo a una velocidad de vértigo y asociado al arte. Cada vez abren aquí más museos, llegan más y más cruceros con turistas dispuestos a hacerse esa ruta, lo que da pie a un conflicto entre el que llega, y en el que se vuelcan todos los esfuerzos para cubrir sus necesidades, y el ciudadano, que es el que tiene que vivir aquí y sufre incomodidades».
Merino no es el primer artista que alerta sobre el turismo mal entendido en la Costa del Sol. Él mismo recuerda la serie «Ciudad Picasso», de Rogelio López Cuenca, que se inspiraba también en la larga sombra del autor de «Las señoritas de Aviñón»: «Por eso se hacía necesario –argumenta– matar al padre; matar a Picasso. Acabar con la marca que ha transformado Málaga en ciudad-marca». En definitiva, lo que el artista busca es arramplar contra el turismo empleando sus estrategias, analizando cómo se maneja al falso viajero haciéndole creer que verá algo que es auténtico pero al que al final se le ofrece «un escenario, una recreación, un cartón-piedra», apostilla.
«Proponemos una nueva atracción turística en la Alianza Francesa, país en el que está enterrado Picasso, que se inserta en un recorrido que ya existe en Málaga y que está dedicado a la figura (más que a la obra) de este autor». Y que, efectivamente, estira como un chicle los tan solo diez años que el pintor-minotauro vivió en Málaga. A saber: su casa natal en la plaza de La Merced; la parroquia de Santiago, en la que fue bautizado; su colegio, el de San Rafael; el instituto Vicente Espinel, «sede de su último examen»… Hasta la Plaza de La Malagueta, donde se desarrollaría, suponemos que en la distancia, su devoción por las corridas, o la Plaza de San Francisco, lugar de encuentro. Hasta el Museo-Picasso, franquicia parada obligada ahora en este parque temático del picassianismo ilustrado. El «viaje emocionante y para toda la familia» que promete el folleto de Merino (y que forma parte de su propuesta, que, con técnicas de guerrilla urbana, pretende infiltrar entre la publicidad turística real) culmina en un trocito de Francia, escenario real del deceso del artista, y que «se trae» hasta España.
Se hacía necesario –argumenta Merino– matar al padre; matar a Picasso. Acabar con la marca que ha transformado Málaga en ciudad-marcaEn la Alianza Francesa, una falsa lápida de mármol (el artista reconoce haber sido incapaz de acceder a la original) marcará el hito y le dará la rotundidad histórica necesaria de las placas conmemorativas. Dentro nos esperará una de las hiperrealistas esculturas de Merino, que ahora última en el taller. Picasso de marinerito, sobre una peana, elevado, y lo más importante: separado del curioso por un cordón de seguridad. «Es otra de las estrategias del turismo que criticamos, como cuando ves «La Gioconda» separada de ti por un cristal. Eso le otorga interés. Como la cola que queremos que se forme en la puerta limitando el aforo. Esa sensación de que la espera merece la pena. También nos estamos planteando lo de un precio de entrada o donativo. De esta forma subrayamos también cierta actitud en el mundo del arte de valorar sólo lo que se paga. Esa tontería que he oído a muchos coleccionistas de que hay obras que son “demasiado baratas”».
Merino, que prepara en paralelo su inminente individual para ADN, su galería en Barcelona, deduce que una ruta que incide todo el rato en la biografía del artista más que en su producción «conduce a la necesidad de ver el cuerpo. Incluso, de hacerse un “selfie” con él. Se demuestra así a los demás que “se estuvo allí”. La idea, bajo el comisariado de Los Interventores («capitales para confrontar mi visión como turista de Málaga con la real»), forma parte de las iniciativas que desarrolla de tanto en tanto fuera del cubo blanco, «un espacio desactivado», en las que «los públicos son muy diferentes». De hecho, Merino es consciente de que no todo el mundo percibirá su propuesta como una obra de arte, sino como una atracción turística más. Entonces, él sí que descansará en paz.