Arquitecto diseñó el edificio más alto del mundo y no se construyó
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Hubo un tiempo en el que Iósif Stalin, el implacable dictador soviético, quiso convertir Moscú en su Manhattan particular. Era el final de la década de los años 30, las exposiciones internacionales copaban el interés de jefes de gobierno como él que, pronto, se dieron cuenta de que la arquitectura era el mejor vehículo para transmitir los valores de la nación al pueblo. «¡No debe asustarnos el cielo, camaradas! ¡Debemos conquistarlo!», se dice que pronunció delante del jurado de sóviets. En sus ansias aceleracionistas y megalómanas, no le tembló el pulso a la hora de imaginar el edificio más alto del mundo, aquel que le sobreviviría para honrar la revolución bolchevique para la posteridad y unir a todos los pueblos en torno al comunismo: el Palacio de los Sóviets, un edificio colosal que se propuso diseñar un ucraniano de Odessa de mediana edad recientemente huido de la Italia de Mussolini. Su nombre era Boris Iofán.
Decíamos Manhattan porque, a juzgar por las imágenes de este proyecto arquitectónico que nunca llegó a hacerse realidad por culpa de la ofensiva de los nazis contra Moscú, el boceto era calcado a ese otro gran edificio que los estadounidenses terminaron de construir unos pocos años antes al otro lado del Atlántico y que ahora es uno de los emblemas del mundo occidental: el Empire State Building. La única diferencia es que en su punta se colocaría una enorme estatua de Lenin de 100 metros de altura. Por su parte, la cumbre del edificio neoyorkino está desnuda. No hay ningún gran líder que la corone. Al menos, hasta que unos locos pioneros del cine colocaron en ella al gorila más famoso de la ficción, ‘King Kong’. Un tiempo durante el cual, Iofán preparaba los planos del Palacio de los Sóviets tras la demolición de la Catedral de Cristo Salvador por capricho de Stalin, una obra arquitectónica que hacía una ineludible referencia a la época zarista.
El precio que tuvo que pagar para mantenerse con vida durante las purgas de Stalin fue dedicar «un torrente continuo de elogios al líder»
Precisamente esta estatua de Lenin era la que se podía ver en miniatura debajo del escritorio del despacho del arquitecto, quien vivió hasta 1976, cuando la URSS todavía existía y no se había desintegrado. Así lo narra Deyan Sudjic, escritor británico y director del Design Museum de Londres, quien acaba de publicar una interesante biografía sobre la figura de Iofán tras haber investigado durante años su vida y obra, la cual dio a luz a otros proyectos arquitectónicos más funcionales para la vida cotidiana de los rusos como viviendas para trabajadores y complejos residenciales, pero nunca esta descomunal torre que pretendía llegar a los más de 400 metros de altura.
Sudjic visitó en 2008 el lugar de residencia de Iofán, la Casa del Embarcadero («House on the Embankment»), un enorme edificio con más de 500 apartamentos localizado a espaldas del Kremlin. Según describe, todo seguía en su lugar treinta años después de su muerte. Desde sus ventanas, atisbó las cúpulas doradas de la nueva Catedral del Cristo Salvador, una réplica de la histórica iglesia destruida por Stalin y reconstruida en la década de 1990 por Boris Yeltsin, primer presidente de la Federación Rusa. «En estas habitaciones, rodeado de amigos y colegas, muchos de los cuales serían pronto asesinados por Stalin, Iofán había celebrado su victoria en el concurso para diseñar el palacio que sería el edificio más alto del mundo», escribe Sudjic, en un adelanto editorial publicado en la web de la editorial de su libro, ‘The Mit Press Reader’.
Amigo íntimo de Rykov
«Cuando el ejército alemán amenazó Moscú en 1941, la corona de la catedral implosionó y reinó el silencio; así se mantendría hasta una década después de la guerra», prosigue. «Todas las esperanzas de Iofán para el proyecto finalmente se ahogaron cuando Nikita Khrushchev inundó el pozo de sus cimientos de agua para crear una piscina enorme al aire libre. Iofán no vivió para ver la reaparición de la catedral». Podemos imaginarnos la frustración del arquitecto de que su torre nunca llegara a hacerse realidad. Sin embargo, no pudo quejarse de su suerte, pues fue uno de los pocos hombres del entorno del dictador que sobrevivieron a las purgas. Al ser amigo íntimo de Alekséi Rykov, ex primer ministro de la Unión Soviética, su vida pendía de un hilo después de la tortura y asesinato a la que le sometió por opositor.
Fue Rykov quien previamente le encargó diseñar la Casa del Embarcadero en la que viviría hasta el día de su muerte. ¿Cómo consiguió conservar su puesto en las altas instancias del Kremlin, mientras observaba cómo eran ajusticiados muchos de sus amigos? «El precio que tuvo que pagar fue mantener un torrente continuo de elogios al líder», admite Sudjic.
Dejando de lado el proyecto del Palacio de los Sóviets, la obra arquitectónica acabada más asombrosa de Iofán sería el pabellón soviético, presentado en la Exposición Internacional de París de 1937. No tan monumental como la anterior, su gran atractivo reside en la escultura ‘Obrero y koljosiana’ que se colocó sobre ella, una estatua de 24 metros y medio de acero inoxidable realizada por la escultora Vera Mújina. Se trata del símbolo más paradigmático del comunismo y el mayor ejemplo del estilo realista socialista, pues sus protagonistas son un hombre y una mujer que sostienen una hoz y un martillo; él un trabajador industrial, fruto del vertiginoso desarrollo socioeconómico del país tras la revolución, y ella una campesina.
Enmarcada dentro del plan «propaganda monumental» leninista, fue una obra polémica en su día porque el rostro del trabajador se asoció al de León Trotksy, enemigo número uno de la URSS. Del mismo modo, se habló que el trozo de túnica que agarra por detrás la campesina era una representación alegórica del gobierno soviético ahogando al pueblo ruso. A pesar de estas críticas, Mújina defendió orgullosa su obra en París, que impresionó al mundo entero. A la vuelta, fue colocada en la entrada de lo que ahora es el Centro Panruso de Exposiciones de Moscú.
Su obra más acabada e imperecedera
La Casa del Embarcadero en la que vivía Iofán al final de sus días fue, según Sudjic, su mayor herencia dejada a la población rusa y al gobierno estalinista. Al fin y al cabo, como la describe el escritor, más que un simple edificio es una ciudad dentro de una ciudad por su enorme tamaño. Popularmente, se la conoció con otros nombres, sobre todo entre aquellos que más sufrieron la represión soviética: ‘Casa del encarcelamiento previo’ o ‘Casa de vítimas y verdugos’, según cuenta la escritora Tatiana Pigariova en su libro ‘Autobiografía de Moscú’.
«En 1976, una enfermera se le encontró encorvado en un sofá, sin vida, en el sanatorio de Barvikha, el primer edificio que diseñó»
Cuando Iofán pensó en su diseño, quiso que en ella los ciudadanos pudieran realizar todas las actividades cotidianas, incluso ir al cine o al teatro. Tal y como lo explica Pigariova, este entorno era único en el mundo, al ser una especie de gran centro comercial con viviendas en las que todo era compartido y existía una fecunda vida colectiva: «Los pisos de más cien metros de esta casa-ciudad eran enormes para su tiempo, pero tenían cocinas muy pequeñas, ya que se daba por supuesto que los habitantes usarían los comedores colectivos», escribe, en un fragmento recogido por el blog ‘Guía roja de Moscú’. Sin embargo, en ella se dieron crímenes políticos de lo más cruentos. No se conoce la cifra exacta de víctimas que fueron ajusticiadas por ser sospechosas de conspirar contra Stalin.
A juzgar por las crónicas de Sudjic y la reseña que hace de la novela ‘La Casa del Embarcadero’ de Yuri Trifonov, compañero, vecino y amigo de Iofán, la vida del arquitecto no fue nada feliz después de haber sido el artífice de estas grandes obras soviéticas. Se pasó el resto de su vida enterrado en las paredes de esta casa de dimensiones descomunales, intentando no levantar sospechas de conspiraciones infundadas que llevaban a varios de sus compañeros al calabozo y luego al pelotón de fusilamiento.
«Después de 1953, los encargos se agotaron», comenta el periodista Dan Jonas Roche, quien ha reseñado el libro de Sudjic en la revista ‘The Arquitect’s Newspaper’. «Iofán realizó tres obras más bien intrascendentes desde entonces hasta el momento de su muerte. En 1976, una enfermera se le encontró encorvado en un sofá, sin vida, en el sanatorio de Barvikha, el primer edificio que diseñó después de mudarse a Moscú». Según el historiador, tenía en sus manos un boceto de aquella estatua diseñada por su compañera y amiga Vera Mújina. El trabajador industrial y la campesina, una obra artística para la inmortalidad que llega hasta nuestros días en fotos y postales del siglo pasado. Una estatua que, siguiendo de cerca a ‘La Victoria de Samotracia’, intenta encarnar la gloria de un tiempo de uno de los mayores imperios de la historia de la humanidad. Una gloria manchada de sangre y terror.
Con información de El Confidencial.
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