El agua y la luz, bienes escasos también en Venezuela debido a la sequía - 800Noticias
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EFE

Era de noche cuando Ana debía tomar el baño, sabía que era el momento no por la hora, sino por el sonido que hace el drenaje de los techos de las casas cuando corre la lluvia, el aviso de la única fuente de agua en La Bombilla, una barriada de Caracas, que vive con rudeza la sequía.

Mientras las casas crujen por el golpe de las gotas sobre las láminas de lata de los tejados, Ana debe terminar de sacar el turbante de espuma que dejó el champú sobre su cabeza lo más rápido posible, así sus hermanos y vecinos, que han hecho fila en la mitad de la calle sin ropa y con jabones en mano, también podrán tomar una ducha, y ella llevará el balde que se ha ido llenando hasta su casa.

Solo apenas cuando llueve, como lo ha hecho los últimos días en Caracas, los habitantes de esta favela pueden bañarse directamente con el agua que cae o recogerla en baldes, ya que a su barriada de La Bombilla, en la populosa favela de Petare, llega el agua corriente solo una vez cada 20 días.

Las consecuencias del fenómeno climático El Niño, que ha ocasionado los dos años de sequía más extrema vividas en el país, han puesto contra la pared al país petrolero no solo por la distribución de agua sino también porque depende de la generación hidroeléctrica en más de un 60 por ciento.

Las autoridades anunciaron que las lluvias, que han aliviado la carga de algunas zonas populares solo son temporales, por lo que serán insuficientes para llenar los embalses de agua que abastecen al país y que justifican la crisis eléctrica y los grifos secos bajo los que reposan columnas de platos sucios de días sin lavar.

El Guri, el embalse que sirve a la principal central hidroeléctrica del país, está a 141,86 metros sobre el nivel del mar, varios metros por debajo de la zona crítica que, según algunos expertos, es un nivel de colapso.

El declive -según las autoridades- continúa a unos 15 centímetros por día.

Con las noticias del descenso de la central hidroeléctrica, en su nivel más crítico en los 60 años de funcionamiento, vienen cada semana nuevos anuncios del Gobierno de Venezuela para ahorrar energía, medidas que abren un nuevo ojal al cinturón del venezolano cada día más apretado y que castiga con más fuerza a los más pobres y a las zonas rurales.

Las líneas chavistas para ahorrar electricidad han incluido el cese del trabajo en las oficinas públicas a las 13.00 horas, el cierre los viernes, y medidas que llevaron a las tiendas a abrir a mediodía.

Los condominios añaden cada vez más información a los letreros informativos: «tomar previsiones, no habrá agua», «no usar la lavadora», «el tanque es solo para emergencias».

La última medida ha sido el corte de energía cuatro horas diarias en todo el país, excepto Caracas, durante 40 días anunciado el pasado jueves por el ministro de Energía Eléctrica, Luis Motta Domínguez.

El racionamiento eléctrico iniciado este lunes busca disminuir el ritmo de descenso de la cota de El Guri de 15 a 8 centímetros hasta que lleguen las previstas lluvias a mediados de mayo.

La oposición acusa, sin embargo, al Gobierno de no haber invertido lo suficiente en el desarrollo de fuentes de energía alternativa frente a un escenario que, aseguran, era previsible.

Con cada medida, el jefe de Estado, Nicolás Maduro, alienta a los venezolanos a ahorrar electricidad para que las medidas no sean aún más duras.

Pero Guadalupe, una anciana de 76 años de La Bombilla, sentada junto a la ventana desde donde se escucha la risa de los niños que se bañan bajo la lluvia, escupe con tristeza la descripción de una vida que siente racionada, y a la que, aún con rabia, se siente acostumbrada.

«Primera vez que vivo esta vida que estoy viviendo (…) aquí todo nos llega de a poquito o de a nada», dice luego de enumerar una lista de cosas que no consigue por la escasez de alimentos del país caribeño y a la que se le suma el agua que no recibe a excepción de la que entra por las filtraciones de su casa.

«Cuando llueve estoy mal porque la casa adentro se me moja, y cuando no hay lluvia entonces estoy mal porque no tengo agua», agrega.

Mientras tanto, frente a la casa de Ana, todos su vecinos semidesnudos se frotan el jabón en la acera, bajo la lluvia y frente a una pared de la humilde barriada que por ironía o casualidad es un mural de un profundo estanque repleto de agua.

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