Educación sexual, por María García de Fleury
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Soy María García de Fleury.
Todo niño nace de un papá y una mamá, por eso lo lógico y natural es que sean ellos quienes lo eduquen. Papá y mamá son los primeros y principales educadores de los hijos. Una verdadera formación no se limita a informar la inteligencia, sino que le presta particular atención a la educación de la voluntad, de los sentimientos y de las emociones.
La sexualidad comprende todos los aspectos de la personalidad humana, en la unidad de su cuerpo y de su alma, tanto aspectos biológicos como morales y espirituales de la personalidad del hombre y de la mujer. Dos dimensiones especialmente involucradas son la capacidad de amar, es decir, la afectividad y la procreación.
Tiene como fundamento heteronormativo la diferencia física entre varones y mujeres, la cual presupone un desarrollo psíquico y social esperable y normal. En efecto, para buscar la madurez de la vida afectiva sexual es necesario el dominio de sí mismo y eso presupone virtudes como la templancia, el respeto propio, el pudor, el respeto ajeno y la apertura al prójimo.
Le corresponde a cada uno, hombre y mujer, reconocer su identidad sexual y del reconocimiento y aceptación de la diferencia y complementariedad entre los sexos y de la orientación natural de la sexualidad es a donde se va al matrimonio y de eso depende la armonía, no solamente de los grupos familiares, sino también de toda la sociedad.
La escuela cumple la función secundaria de asistir y completar la educación sexual impartida por los padres. Como tal, una de las metas de la escuela primordial es generar condiciones que favorezcan la maduración afectiva del alumno. La escuela no está llamada ni a suplantar ni absorber la labor educativa de los padres hacia sus hijos, sino ayudarlos en esa labor. Los padres son los que mejor conocen las necesidades personales de sus hijos, así como el modo y momento adecuado para responder a sus preguntas o adelantarse a las situaciones sin ir más allá de lo necesario según la edad y la comprensión del niño.
En el artículo quinto, aparte C de la Carta de los Derechos de la Familia, se dice que los padres tienen el derecho de conseguir que sus hijos no sean obligados a seguir cursos que no van de acuerdo con sus convicciones morales y religiosas. En particular, la educación sexual, que es un derecho básico de los padres, debe ser impartida por su atenta guía tanto en casa como en los centros educativos elegidos y controlados por ello.
Toda sexualidad, toda enseñanza acerca de la sexualidad debe presentar una visión integrada que abarca ocho dimensiones de la vida de la persona, biológica, higiénica, psicológica, afectiva, social, cultural, ética y religiosa. El ancla de una buena educación de los hijos está en brindarles el apoyo necesario para su desarrollo humano integral y su crecimiento natural.
El mayor atributo del ser humano que lo distingue de todos los otros seres de la creación es haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. Comprender y valorar este hecho desde la perspectiva de nuestro ser sexuado como varón o como mujer es vital en el desarrollo personal y de los hijos porque así lo creó Dios desde el principio y con Dios siempre ganamos.
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