Diana Trujillo | Una migrante colombiana detrás de la misión a Marte - 800Noticias
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Agencias

La colombiana Diana Trujillo tenía sólo 17 años cuando llegó a EEUU sin saber hablar inglés pero con un sueño: llegar lo más lejos posible, incluso al espacio. Y lo ha logrado. Al menos una extensión de su trabajo ha aterrizado en Marte bajo su dirección en la histórica misión Perseverance, una palabra que define no sólo el proyecto sino también su propia vida.

Cuando pisó suelo estadounidense sólo contaba con 300 dólares en su cartera que volaron muy rápido. Por eso, orgullosa de su vida, explica que tuvo que limpiar casas, hasta cuatro trabajos acumuló, para poder pagar sus estudios de ciencias del espacio y luego de Ingeniería Aeroespacial que la han llevado a ser la primera latina en la NASA.

En la misión, que está previsto que recoja muestras de rocas para ser analizadas en la Tierra, hay cuatro cuatro directores de vuelo, uno de ellos Diana, que liderarán todo el proceso y análisis del robot. Además, su grupo ha sido el encargado de insertar el brazo robótico que será clave para completar la misión.

Diana ha reconocido en varias entrevistas que salió de Colombia huyendo de un destino que la encasillaba en algo que no estaba dispuesta a ser: «Hay una visión de lo que la mujer tiene que hacer, cómo se tiene que ver, cómo se tiene que comportar y cuáles son las aspiraciones de una mujer y para poder hacer lo que yo quería tenía que luchar contra todo eso», explica a la BBC.

Por eso decidió que lo mejor era dejar Colombia e ir a un país en el que podía desarrollar todo lo que tenía dentro, todos sus sueños: «Yo sabía que era capaz de hacerlo. No podía hacerlo por el entorno y es lo que cambié. Por eso tenía que venir a EEUU».

El conflicto que vivió de pequeña en su Cali natal le hizo mirar más al cielo que a la tierra. Diana ha contado como cada vez que ella y sus dos hermanos querían salir a la calle alguien les advertía del peligro de una bala perdida en la pelea entre bandas o de meterse en un fuego cruzado… «Por eso, la forma de despejarme era acostarme en la tierra y mirar el cielo en la noche. Sólo escuchaba los animales y veía pasar las estrellas para calmarme», asegura.

En esa paz inmensa supo que todo se movía sin parar en ese cielo a pesar de la sensación de quietud que se observaba desde la Tierra y en un orden casi perfecto que ella quería saber cómo funcionaba. Por eso habla de la importancia de los referentes y hasta del síndrome del impostor que muchas mujeres que rompen techos de cristal sufren a lo largo de su carrera y por el que ella misma ha pasado.

Así que si le piden un consejo para esas niñas que se sientan en el suelo de sus casas a pensar en qué quieren hacer ella lo tiene claro y cuenta esta metáfora: «Es como un pajarito. Una dice tengo esta idea como un pajarito chiquito y quieres ver si abre las alas y vuela, pero te da miedo. Entonces compartes el pajarito y viene alguien y te dice que no, que no deberías estar haciéndolo. Y dudas y a veces terminas por no hacerlo. Así que el consejo es que cuidemos a ese pajarito, que no hay que compartirlo con nadie y cuando sea grande y vuele, todo el mundo querrá compartirlo contigo».

Diana advierte de que el problema con las carreras STEM es que muchas veces, los consejos vienen de hombres «estudiando en Harvard» que te dicen lo que tienes que hacer, pero «ni soy hombre, ni estadounidense, y lo veo todo distinto».

Por eso insiste en que hay que vencer ese síndrome de las mujeres de pensar que no son lo suficientemente buenas porque a «las mujeres siempre nos han dicho que ahí no, que así no es, que esto no está bien, que es mejor así, entonces busca uno como esa validación necesaria».

Ella ha roto el destino que le impusieron en la cuna de ser una mamá y quedarse en casa y ha conseguido que su vida esté ahora más en Marte que en la Tierra de donde, asegura, se puede venir con la impresión de que lo mejor es cuidar nuestro planeta.

Fuente: El Español

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