DE ULTRATUMBA| ¿Puede un ser humano caminar once pasos después de muerto?
ABC
La Revolución Francesa otorgó un protagonismo sin precedentes a Madame Guillotine, que cercenó 15.000 cabezas pensantes. El espectro de testas que pasó por su regazo fue de lo más variopinto, hubo tanto varones como mujeres, cortesanas (madame Du Barry), asesinas (Carlota Corday), reinas (María Antonieta)…
Se han escrito ríos de tinta sobre si la decapitación por guillotina causa mucho o poco dolor. Lo que nadie pone en duda es su rapidez, en un máximo de tres segundos la persona guillotinada queda inconsciente a consecuencia de la hemorragia y, a pesar de que el cerebro conserve sangre y oxígeno, no puede sobrevivir más allá de unos quince segundos más. Aunque en algún caso se ha descrito que las cabezas cortadas mueven los ojos y la boca durante más tiempo, realmente son los espasmos involuntarios causados por la química cerebral.
Así pues, la figura de los cefalóforos –los que llevan su cabeza entre las manos- es tan sólo producto de las leyendas, el folclore y la martirología cristiana. Aunque algunos relatos nos quieran hacer creer lo contrario.
A pesar de que se tiende a pensar que Hamburgo mira al mar, lo cierto es que lo hace a las profundas aguas del río Elba, que finalmente desembocará en el mar del Norte, pero a más de cien kilómetros de distancia. En una de sus plazas, ubicada junto a los muelles, se rinde honores al pirata Klaus Störtebeker (1360-1401), un gigante de rostro duro y barba bermeja. Era un pirata de agua dulce en el más estricto sentido de la palabra, ya que faenaba en las aguas del río Elba, pero no por eso sus acciones delictivas fueron menos punibles.
El nombre de Störtebeker viene de la corrupción del germano «Stürz den Becher«, que significa «acabar con el jarro», porque al parecer era capaz de beberse, sin respirar y de un solo trago, una vasija de cuatro litros de cerveza. Una hazaña que seguro también tiene en su haber algún que otro estudiante universitario.
Störtebeker no pudo resistirse a entrar en la nomina de la corona sueca durante la guerra que libró este país con Dinamarca, y su actividad básicamente consistió en aprovisionar con víveres a Estocolmo, tarea que ejecutó con gran acierto.
Cuando la conflagración finalizó Störtebeker y su tripulación, a la que se conocía por aquel entonces como los Vitalienbruder (Hermanos de las vituallas) decidieron ampliar su caladero al mar Báltico y asaltar a sus anchas a barcos holandeses, rusos y daneses.
Zancadilleando después de muerto
En una de las muchas tropelías que cometieron, Störtebeker y sus setenta y tres hombres fueron aprehendidos por las autoridades de Hamburgo y condenados a morir decapitados. El capitán, en un gesto que le honra, retó al alcalde a dejar en libertad a uno de sus hombres por cada paso que pudiera dar una vez decapitado. El regidor accedió ante tan inusual propuesta y pidió al verdugo que lo decapitara de pie. Ante la sorpresa de todos los allí congregados, una vez convertido en acéfalo, Klaus comenzó a caminar, consiguiendo dar once pasos. Es posible que hubiese podido dar alguno más, si el alcalde, furibundo, no le hubiera puesto la zancadilla. Claro está, como Störtebeker ya no tenía cabeza, no le vio venir y cayó al suelo. ¿Qué pasó con sus hombres? Como buena historia de piratas, el alcalde no cumplió lo prometido y mandó ejecutar a los setenta y tres piratas restantes.
Seguramente a más de uno el nombre de «Störtebeker» no le sea del todo desconocido, ya que es una marca de cerveza oscura, con un porcentaje de alcohol del 5% y con un aroma a malta tostada y madera. Es posible que a partir de ahora cuando la paladee le venga a la mente las largas jornadas de navegación, el mal tiempo en altamar, los grumetes vomitando en la sentina, un contramaestre amarrando un calabrote a la popa de un bergantín… y al bueno de Klaus caminando once pasos sin cabeza.