De la depravación de los pingüinos al amor oculto de los tordalinos
Agencias
Por norma general, el sexo entre humanos suele ser privado. No se practica delante de los demás, aunque esté socialmente legitimado y sea acorde con las normas. Pues hay un ave que hace exactamente lo mismo. Los tordalinos que viven en los desiertos de la península arábiga recorren largas distancias para copular fuera de la vista de los miembros de su grupo. Para ello se toman un buen número de molestias. El macho dominante se escabulle y se dirige a un lugar que solo sea visible para su pareja. Recoge un palito con el pico y lo menea como señal ante sus ojos. Si un extraño le sorprende, el macho soltará el palito y disimulará como si nada. Pero si, como suele decirse, ‘no hay pájaros en los alambres’, la pareja se escapará junta y pasará el rato a escondidas, detrás de un arbusto.
Esta es una de las historias que la científica estadounidense Jennifer Ackerman recoge en su último libro, «La conducta de los pájaros» (Ariel). Si en el superventas ‘El ingenio de los pájaros’, la autora se fijó en la inteligencia y destrezas de aves de todo el mundo, comparables incluso a las de los seres humanos, en el nuevo volumen describe su asombrosa variedad de formas de hacer las cosas. Diferencias que se aprecian en el trabajo, la comunicación, la crianza, el juego y, claro está, el sexo.
Porque si los tordalinos podrían considerarse unas aves encantadoramente discretas, otras hacen del amor una exhibición constante. Los frailecillos atlánticos se besuquean con un suave roce de los picos antes del sexo, el ave lira presenta pétalos de flores y los Fischer, unos loros de Tanzania, se acicalan, se mordisquean con el pico e incluso se dan de comer el uno al otro, regurgitándose la comida. La collalba negra macho, una pequeña criatura de 40 gramos que se encuentra en la península Ibérica, transporta en vuelo kilo y medio de piedras para esperar a las hembras en nidos hechos en acantilados y así impresionarlas con su fuerza. La proeza, nada desdeñable, es como si un humano adulto de peso medio llevara encima una carga de 4.500 kilos.
Más deslumbramientos. La esquiva cacatúa enlutada fabrica una herramienta similar a una ‘baqueta’ con la que tamborilea con la pata como si fuera el batería de una banda de rock, al tiempo que emite un silbido agudo, hace piruetas y sus mejillas se tiñen de un rojo brillante. Todo un espectáculo como el que ofrece el ave del paraíso de Carola, de Nueva Guinea, que construye una pequeña pista de exhibición con una percha donde las hembras se pueden posar para mirar. Limpia su escenario, extiende una alfombra de hongos y baila sobre ella una compleja danza.
Necrofilia y violación
Esos son los del almíbar y la delicadeza (si regurgitar la comida puede considerarse delicado). En la otra cara de la moneda están las prácticas que a nuestros ojos parecen de lo más aberrantes. Y aquí los pingüinos de Adelia se llevan la palma por su descontrol sexual. Lo que hacían conmocionó tanto a George Murray Levick, cirujano del equipo de una expedición británica a la Antártida en 1910, que los consideró unos «vándalos» y «depravados». Su escandoloso informe fue declarado no apto para su publicación y no vio a la luz hasta 2012, cuando unos científicos lo recuperaron de los archivos del Museo de Historia Natural de Tring, en Gran Bretaña.
Lo que había horrorizado tanto a Murray Levick era la conducta de los machos sin pareja, capaces de aparearse entre sí, con hembras heridas o con otros pingüinos muertos. Incluso con el suelo, todo les venía bien. Ackerman recuerda que esta ‘necrofilia’, por rara o anómala que nos parezca, también es propia de otras aves. Charranes, golondrinas, alondras o patos intentan copular con miembros muertos de su propia especie pero, como explica la investigadora, esto no puede verse de ninguna manera como si un ser humano pretendiera hacer lo mismo con un cadáver. No hay una explicación única para estos actos, que han sido atribuidos a una postura incitante (conducta daviana), una respuesta tras un momento de alarma o a cambios endocrinos relacionados con la crianza. Quizás algunas especies de patos sean aún peores, atacando en grupo con tal saña a las hembras reacias que incluso llegan a matarlas.
Ojo. En algunas especies, como los falaropos o los playeros manchados, son ellas las que tienen el plumaje más llamativo o sofisticado. En esos casos, los machos incuban los huevos y las hembras defienden el territorio y se pelean entre ellas por acceder el mejor galán. ¿Otras curiosidades? Hay quien escoge lugares extraños para hacerlo. Los vencejos comunes son capaces de practicarlo en pleno vuelo y los picabueyes, encima de otro animal. En cuanto a la duración, muchos tardan uno o dos segundos (juntando sus cloacas) pero una pareja de loro vasa se empleó durante 104 minutos. Pocos, como los patos, tienen pene.
Papá y papá cuidan un huevo
En cuanto a las parejas del mismo sexo, Roy y Silo, los pingüinos del zoo de Central Park en Manhattan, se hicieron muy populares en la década de 1990 por ignorar a las hembras, amarse mutuamente e intentar incubar una piedra redonda parecida a un huevo. Cuando el personal de las instalaciones les dio un huevo de verdad, lo cuidaron hasta su eclosión y criaron al polluelo. Hay ejemplos similares en otros zoos. Igualmente, la investigadora recuerda que estas parejas se forman en más de 130 especies ornitológicas, entre las que se encuentran algunas tan comunes como las ocas o los gansos. Tampoco es raro que las hembras de gaviota construyan el nido juntas. Entre las causas posibles, la selección de los líderes, el aumento del vínculo social en el grupo y la eliminación de las situaciones tensas -como hacen los bonobos-, o que, simplemente, «aman a quien aman».
Ackerman recoge en su obra un sin fin de anécdotas y datos interesantes que acaban con la idea errónea de considerar a las aves unos seres simples a mucha distancia de los mamíferos. Muy al contrario, sus ejemplos muestran la extraordinaria y fascinante diversidad de estas criaturas emplumadas. En el mundo viven más de 10.000 especies diferentes de pájaros. Todas tienen sus peculiaridades y algunas resultan especialmente insólitas y enigmáticas.
Cada pájaro es distinto
Durante mucho tiempo se ha considerado que los pájaros de una especie respondían de la misma forma ante una situación dada. Sin embargo, los naturalistas se han dado cuenta de que que cada individuo puede tener una personalidad única. Desde luego, los pájaros se reconocen unos a otros como individuos. Solo hay que ver cómo los patitos aprenden a reconocer a determinados adultos por su aspecto, voz y personalidad. Las aves marinas aprenden a reconocer desde lejos a sus parejas mientras estas están volando. Muchos pájaros son amables con sociables con algunos de sus vecinos y hostiles con otros.
Por ABC.es