Crónica | Una Traviata inspirada en «La Dolce Vita» de Fellini sorprende en Caracalla
EFE
Los salones parisinos del siglo XIX se transforman en la frenética vía Veneto de «La Dolce Vita» de Federico Fellini para una sorprendente puesta en escena de La Traviata, que inauguró la temporada estival de la Ópera de Roma en las Termas de Caracalla y que arrancó hoy los aplausos del público.
El Teatro de la Ópera romano apostó por una arriesgada versión de la obra de Giuseppe Verdi, confeccionada para un publico formado por quienes se aproximan por primera vez a la lírica y por los turistas que quieren conjugar la espectacular vista de las restos arqueológicos con el Bel Canto.
La dramática historia de amor entre Violetta y Alfredo trasladada a la glamurosa, pero también violenta, frenética y despiadada «Dolce Vita» que relató el cineasta Fellini, sorprende y funciona.
Esta Traviata cinematográfica firmada por el director de escena Lorenzo Mariani y dirigida por el maestro franco-canadiense Ives Abel se representará en Caracalla hasta el 20 de julio y forma parte de un programa que se completa, entre otras obras, con Carmen de Bizet dirigida por Ryan McAdams y con la nueva versión del ballet Romeo y Julieta de Serguéi Prokófiev.
En el papel de Violetta se intercambiarán en las calurosas noches romanas la soprano rusa Kristina Mkhitaryan y la italiana Valentina Varriale, mientras que Alfredo es interpretado por Alessandro Scotto di Luzio y Giorgio Germont por Fábian Veloz.
Tras los primeros compases, uno se da cuenta que la trágica historia de Violetta, inspirada en la Dama de las Camelias de Alexandre Dumas, bien se puede encuadrar en aquellos años de glamour y frenesí, pero también de decadencia y falsedad, de la Roma que relató Federico Fellini.
Violetta se convierte así en una joven diva del cine que se presenta ante el público con un ceñido vestido rojo ante el gigantesco y felliniano cártel de su última película y rodeada de paparazis.
El salón parisino pasa a ser la traficada via Veneto con el típico policía municipal de uniforme blanco, los romanos que pasean en «Vespa» y bailan el twist y Alfredo que entona su brindis desfilando sobre la alfombra roja.
Y mientras se canta el conocido «Libiamo ne’lieti calici» se proyectan en las paredes de los vestigios de las Termas antiguos anuncios publicitarios de las famosas bebidas para el aperitivo italiano.
La casa de campo donde viven su amor Alfredo y Violetta y donde interviene el padre del joven, Germont, para convencer a la protagonista de que le abandone, se traslada al litoral romano con sus elegantes sombrillas y tumbonas blancas.
Mientras que el libreto prosigue con rigor y con una excelente interpretación, La Traviata cambia casi al genero del Musical durante la fiesta de Flora, donde el coro de gitanas y toreros se convierte en un espectáculo de cabaretistas entre cojines de terciopelo rosas a forma de corazón, corpiños con lentejuelas, ligueros y un explicito erotismo.
Contribuye a esta Traviata felliniana el vestuario elegido por Silvia Aymonimo, que va desde el recuerdo de las hermanas Fontana, las estilistas italianas que vistieron a las estrellas de Hollywood en los años 60, a trajes inspirados al «Moulin Rouge» parisino.
Violetta no acaba su vida en la cama enferma de tuberculosis sino, como un personaje de Fellini, aplastada por su propia fama y cantando su trágico final rodeada de paparazzi que quieren fotografiar su declive hasta el último suspiro.
Durante la presentación, el director de escena Mariani explicó que leyendo el libreto original se encontró inmerso «en una historia terrible, en una sociedad cruel, devoradora de destinos, de bienes y de emociones y donde la esperanza de felicidad se apaga en cada página».
«Y cómo no compararla con la visión de Fellini de ese mismo frenesí, obsesión por la apariencia y desencanto de la humanidad», asegura.