Crónica | Caracas apela al Nazareno al que rezó contra la peste para frenar el COVID-19 - 800Noticias
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EFE

En 2020 como en 1696. Los caraqueños se asomaron este miércoles a sus balcones y ventanas -los más atrevidos incluso se echaron a las calles- para ver pasar al Nazareno de San Pablo, la imagen a la que pidieron en el siglo XVII que acabara con la peste y a la que apelan en pleno XXI para que termine con el COVID-19.

Con su procesión comienza habitualmente la Semana Santa caraqueña, un acto marcado en rojo para los devotos de una estampa de origen colonial y sevillana que consideran ha recobrado todo su sentido.

Y es que, en plena epidemia de peste en Santiago de León de Caracas en 1696, los habitantes de la entonces capital de la Capitanía General de Venezuela acudieron en su desesperación a la oración frente a una talla que había sido elaborada unos años antes a orillas del Guadalquivir.

UNA CRUZ, UN LIMONERO Y UN MILAGRO

Según el mito, el Nazareno le habló a su escultor al terminar la obra policromada de 174 centímetros: «¿Dónde me has visto que tan perfecto me has hecho?»

Ya en Caracas y mientras la población era diezmada por la enfermedad, los supervivientes se echaron a las calles con su Nazareno a hombros y le rogaron el cese de la peste en una solemne procesión por las calles.

Cuenta la tradición que la cruz que porta el Nazareno de San Pablo chocó con un limonero en una de las esquinas de Caracas. En la corona de espinas se enredaron varias ramas y los frutos cayeron al suelo.

La gente hizo entonces limonada y, siempre según la historia, se obró el milagro: cesó la peste.

No en vano, a la esquina en que chocó la cruz la conocen popularmente como «Miracielos» y al árbol le comenzaron a llamar «Limonero del Señor».

LA TRADICIÓN REVITALIZADA

En plena pandemia de COVID-19, muchos caraqueños han visto en esta tradición una ventana a la esperanza en la cuarta semana de confinamiento.

«Es fuerte lo que estamos viviendo pero no hay que perder la fe, la esperanza de que vamos a salir de esto», dice a Efe Libey Contreras, una mujer que ha sorteado el confinamiento y a sus 51 años ha honrado la tradición familiar, eso sí, entre lágrimas.

Con una mascarilla morada, camiseta del mismo color y la cabeza tocada con una tejido a juego, Contreras explica que ella ha acudido al encuentro con la imagen del Nazareno porque sintió «la inquietud» y «porque, pese a que haya que respetar las normas» establecidas de usar guantes y tapabocas, no pudo contenerse y tuvo que seguir la tradición.

NI LA TRADICIÓN RESISTE LA PANDEMIA

Eso sí, una tradición alterada por la coyuntura. La imagen no se trasladó este año a hombros de los fieles, sino en el mismo papamóvil que utilizó Juan Pablo II durante su visita a Venezuela en 1985 y que tuvo algún problema técnico durante su recorrido.

La peculiar procesión comenzó puntual a las 9 de la mañana, como manda la tradición en Miércoles Santo, desde la céntrica basílica de Santa Teresa, en la que fue montada a lomos del papamóvil.

Escoltada por funcionarios de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) y de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) en moto, así como por algunos militares, la imagen recorrió buena parte de Caracas.

El jeep de la GNB que guiaba el recorrido junto a dos camiones de la Iglesia en los que se escuchaban las oraciones de rigor, era el primer testigo de cómo los caraqueños se asomaban a cumplir con una tradición que muchos consideraron que retomaba su sentido.

CARACAS EN PAPAMÓVIL

A su paso por los comercios de comida, los únicos autorizados a permanecer abiertos, los clientes hacían una parada y se acercaban a la imagen, se arrodillaban o simplemente la saludaban, mientras que la talla y el vehículo, adornado con banderas de Venezuela, se abría paso por las calles y avenidas.

Así surcó los barrios de Sucre, Catia, Propatria, 23 de enero y desembocó a través de las autopistas de la capital venezolana para recorrerla de oeste a este.

«Señor Jesucristo, ayúdanos cómo nos ayudaste con la peste», le pidió Deisy Torreaba al ver a su Nazareno.

No muy lejos, Yorman Merida, de 27 años, aseguró haber acudido por su devoción y tradición al paso del Nazareno de San Pablo, del que algunos feligreses dicen que cada año está más encorvado por el peso de la cruz y los dolores de sus creyentes.

«Vine a cargarlo pero por la epidemia no se pudo, aquí estoy esperando hasta la hora que sea. Hacía falta que lo sacaran, ahora más que nunca para que la gente le pida por el mundo entero», asegura.

Y antes de despedirse agrega: «La fe mueve montañas», acaso una de las frases que escuchó el Nazareno de San Pablo en 1696 y que hoy le repite la feligresía entre algunas miradas escépticas, sin duda muchas más que las que le dirigieron en el siglo XVII.

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