Crisis con Irán revela el declive de la Royal Navy británica
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La Royal Navy, el orgullo de Gran Bretaña que un día dominó los mares del mundo y sustentó un poderoso imperio, está hoy en sus horas más bajas. La crisis con Irán, con el apresamiento de un petrolero con la Union Jack en el estrecho de Ormuz, ha destapado las graves carencias en la Marina Real y ha disparado las críticas por los recortes que las han propiciado. Así lo reseña abc.es
Efectivos de la Guardia Revolucionaria a bordo de lanchas y un helicóptero se apoderaron del Stena Impero el pasado día 19 con la excusa de que había embestido a un pesquero, aunque en realidad era una represalia por el apresamiento de un petrolero iraní en Gibraltar, como reconocerían más tarde las autoridades de la república islámica. La fragata HMS Montrose, el único buque de la Royal Navy en el golfo Pérsico, se encontraba en esos momentos a una hora de distancia y nada pudo hacer por evitar la captura.
El último ministro de Exteriores de Theresa May, Jeremy Hunt, se vio obligado a pedir, en una comparecencia ante el Parlamento poco antes de dejar el cargo, que una misión europea se encargara de proteger los petroleros que navegan por la región.
El presupuesto militar cayó de 2010 a 2015 en 8.000 millones de libras (8.900 millones de euros), un descenso del 18%. Este recorte ha impactado en las dimensiones de la Royal Navy, que ha pasado de tener más de 60 destructores y fragatas en 1982, en la época de la guerra de las Malvinas, a solo 19. Cuenta con un único portaviones, el HMS Queen Elizabeth -puesto en servicio en diciembre de 2017, hasta entonces estuvo un tiempo sin ninguno-, al que se sumará otro en 2020, con un coste entre ambos de 6.200 millones de libras (casi 7.000 millones de euros). Posee además diez submarinos nucleares.
«Nuestra Marina Real es demasiado pequeña para gestionar nuestros intereses por todo el mundo, si esas son nuestras intenciones futuras, y eso es algo que el próximo primer ministro necesitará reconocer», aseguró a principios de esta semana Tobias Ellwood, entonces ministro de Defensa en el gobierno de Theresa May.
Los medios británicos, desde los más serios a los tabloides sensacionalistas, se han llenado estos días de duros comentarios sobre el deplorable estado de la Armada. En un artículo en «The Guardian», el almirante Adam West, antiguo primer lord del Mar, es decir, comandante de la Royal Navy, lamentaba que esta se hallara «vergonzosamente escasa de barcos» a causa de los recortes a la flota por parte de los sucesivos gobiernos. En su opinión, debería haber cuatro buques de la Marina escoltando a los barcos británicos en el Golfo. En el artículo, publicado pocos días antes de que Boris Johnson sucediera a May al frente del gobierno, el almirante West advertía de que el nuevo primer ministro «se va a enfrentar a una grave crisis internacional en cuanto asuma el cargo».
Pequeña y con deficiencias
El contralmirante Alex Burton, excomandante de las fuerzas navales británicas, reconoció por su parte a la emisora BBC Radio 4 los efectos de la disminución de la flota: «No hay duda de que el tamaño de la Marina desde 2005 –que se ha reducido de 31 fragatas a 19 en la actualidad– ha tenido un impacto en nuestra capacidad de proteger nuestros intereses alrededor del mundo».
Con todo, el investigador principal del Real Instituto Elcano Félix Arteaga matiza que en la valoración hay que distinguir criterios cuantitativos y cualitativos. «Si solo nos fijamos en las cifras, la Marina Real ha pasado de 171 buques y submarinos en 1990 a 77 en 2018, un 60% menos. Sin embargo, se destina a la Marina la mayor parte del gasto en inversiones de los próximos años: la cuarta parte del 40% del 2% del PIB». Según el experto, «se ha cambiado calidad (submarinos nucleares y portaviones) por cantidad (destructores, submarinos o fragatas y medios de acompañamiento)».
Más que declive de la Royal Navy, en su opinión «habría que hablar de un desfase entre la ambición de ser una gran potencia global y los recursos económicos para serlo». En este sentido, las últimas revisiones de sus planes de Defensa, en 2015 y 2018, «han tenido que prescindir de capacidades tradicionales para salvar sus programas estrella en medio de presupuestos decrecientes».
«El ajuste se ha mostrado, una y otra vez, insuficiente según las revisiones periódicas (National Security Capability Review y National Audit Office) debido a las desviaciones de gasto, la caída de la libra o el incumplimiento de los recortes previstos», apunta.
Cambio de estrategia
En cuanto a sus desafíos actuales, Arteaga señala que «la estrategia marítima tradicional británica debe cambiar, debido a que crecen tanto las marinas locales como los medios de los que disponen los países ribereños para impedir el acceso y operaciones de las armadas occidentales. Como resultado, continúa, «los grandes buques son muy vulnerables a los ataques lanzados a distancia o en masa desde las zonas costeras donde hasta hace poco solían “pasear la bandera”».
El investigador del Real Instituo Elcano considera que esa es la razón por la que «Estados Unidos quiere ajustar la estructura de sus fuerzas navales reduciendo los grandes buques de superficie, aumentando los de menor tamaño e introduciendo los no tripulados». «A diferencia de los Estados Unidos, el Reino Unido puede seguir reduciendo su presencia naval en todas las aguas y líneas de comunicación marítimas importantes como en los últimos años», apunta.
En consecuencia, la Royal Navy «no puede actuar en solitario en zonas como las de Ormuz y tiene que limitarse a un papel de apoyo a los Estados Unidos o a formar parte de una coalición de países europeos de la OTAN».
En todo caso, lo sucedido en el estrecho de Ormuz, así como el más reciente apresamiento de un petrolero ruso por Rusia en el mar Negro, pone de manifesto que, pese a que vivimos tiempos de guerra cibernética, misiles nucleares y sofisticados satélites espía, el poderío naval sigue siendo clave para las grandes potencias desde un punto de vista geoestratégico. Portaviones y submarinos son elementos de disuasión imprescindibles para toda potencia que se precie.
De hecho, el país que disputa en los últimos años a Estados Unidos la primacía económica, China, se ha embarcado en un ambicioso plan para reforzar su fuerza naval. Su libro blanco de la defensa indicaba en 2015 que la «mentalidad tradicional de que la tierra tiene más peso que el mar debe abandonarse, y debe darse gran importancia a gestionar los mares y océanos y a proteger los derechos e intereses marítimos». Tres años después, en 2018, el presidente Xi Jinping iba más allá y recalcaba que «la tarea de construir una marina poderosa nunca ha sido tan urgente como hoy».
El refuerzo de China
Fruto del proceso de modernización de los últimos años, la Armada del Ejército Popular de Liberación chino ha pasado de los 57 destructores y fragatas en 1996 a una flota en superficie de más de 300 buques, superando incluso en número a la Marina de EE.UU. Cualitativamente, esta sigue siendo la más poderosa del mundo, con once grandes portaviones, más de 20 cruceros y más de 60 destructores, además de medio centenar de submarinos nucleares.
Pero las predicciones apuntan que los esfuerzos de Pekín por mejorar su fuerza naval harán que en 2030 cuente ya con cinco o seis portaeronaves, al menos 60 destructores y unos 30 o 40 submarinos nucleares, sumando en total más de 530 barcos, lo que supone una flota más que respetable.
Según Félix Arteaga, hoy día «priman las nuevas funciones de seguridad marítima sobre las tradicionales de combate y las marinas modernas cada vez dedican más atención a las misiones de vigilancia, adiestramiento, recursos, medio ambiente y afines, que priman sobre las tradicionales misiones aeronavales y anfibias».