Cómo sería nuestra vida sin memoria
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A principios del siglo XX el médico francés Édouard Claperede tuvo que asistir a un paciente muy especial. Como resultado de una lesión cerebral la pobre mujer había perdido la capacidad para crear nuevos recuerdos. Si Claperede tenía que salir de la habitación, al regresar tenía que volver a presentarse porque ella no recordaba haberle visto antes.
Un día, Claperede intentó algo diferente. Entró en la habitación y, como de costumbre, le tendió la mano para saludarla. Ella actuó como siempre. Pero al darse la mano la paciente la retiró enseguida: Claperede había ocultado una chincheta entre sus dedos. Entonces salió de la habitación. Al regresar ella seguía sin reconocerle, pero se negó a volver a darle la mano. No sabía decir por qué, pero no quería.
Claperede había llegado a significar para ella un peligro: ya no era un simple hombre o un médico entre otros muchos. Aunque la paciente no tenía memoria consciente de la situación, su subconsciente había aprendido que darle la mano a Claperede podía provocarle algún daño.
La interpretación de éste y otros experimentos relacionados con la pérdida de memoria no se pudieron interpretar fácilmente en aquella época. Pero investigaciones posteriores nos han permitido descubrir que lo Claperede había estado observando en su paciente era el funcionamiento de dos mecanismos de memoria: uno que intervenía en la formación de recuerdos de experiencias, que los mantiene almacenados para evocarlos conscientemente más tarde, y otro que funciona fuera de la consciencia y controla la conducta sin que tengamos conocimiento explícito de un aprendizaje pasado.
Cuando en nuestras conversaciones habituales hablamos de memoria nos referimos a la memoria consciente. La inconsciente se encuentran asociados a situaciones peligrosas, que provocan miedo. Dicho de otro modo: son respuestas producidas por miedo condicionado, lo que algunos psicólogos llaman “memoria emocional”.
Henri Mnemonic
Hacia mediados del siglo XX los investigadores del cerebro habían renunciado a buscar el lugar donde se encuentra la memoria. La razón, un hombre: Karl Lashley, el padre de la psicología fisiológica moderna y uno de los investigadores del cerebro más influyentes de su época. A raíz de numerosas investigaciones con ratas Lashley propuso que la memoria no dependía de un mecanismo particular, sino que se encontraba distribuida de manera dispersa por todo el cerebro.
Pero fue en 1953 cuando, por obra y gracia de otro hombre, todo cambió. Quien lo provocó fue un joven que padecía un caso de epilepsia aguda por la que fue sometido a una operación en la ciudad norteamericana de Hartford, Connecticut. Miles de neurólogos y psicólogos lo conocen por sus iniciales: H. M. Sufría terribles ataques epilépticos desde los 16 años y fue operado cuando tenía 27, después de que los médicos comprobaran, impotentes, que ningunas medicación podía controlar los ataques. La operación era el último recurso, drástico y terrible, para atajar la enfermedad. Dicho en pocas palabras, los neurocirujanos debían extirparle la parte del tejido cerebral que contenía los puntos o focos principales de la enfermedad. En su caso, le cercenaron amplias zonas de sus dos lóbulos temporales.
Médicamente, la operación fue un éxito: a partir de entonces fue posible controlarle los ataques epilépticos con anticonvulsivos. Pero los efectos secundarios de esa intervención pero sus consecuencias fueron terribles: H. M. Perdió la capacidad de crear recuerdos explícitos conscientes a largo plazo. Dicho más sencillamente, H. M. perdió lo que comúnmente llamamos memoria.
Dos investigadores de la memoria, Neal Cohen y Howard Eichenbaum resumían en 1993 y con estas palabras el estado de H. M.: “Hoy día, tras casi 40 años desde la operación, H. M. no conoce su edad o la fecha actual; no sabe dónde vive; ni conoce el hecho de que sus padres han muerto hace mucho tiempo y no sabe nada de su propia vida”. Otro investigador, Larry Squire, añadió: “Su incapacidad para aprender cosas nuevas es tan grave que precisa atención constante. No aprende nombres ni reconoce los rostros de las personas que ve cada día. Habiendo envejecido desde que fue sometido a la operación, no reconoce ni siquiera una fotografía de sí mismo”. H. M., un hombre afable y más inteligente que la media, es el paciente que más y mejor ha sido estudiado por la neurología, y nunca sabrá lo mucho que ha hecho por ella.
A tenor de todo esto me gustaría que reflexionaras sobre lo siguiente: ¿puedes imaginarte lo que significa vivir sin recordar nada de tu propia vida, ni siquiera a ti mismo?
Con información de Muy Interesante.