Científicos viven una odisea para registrar el adiós del último glaciar venezolano
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Los apagones dejan sin electricidad los refrigeradores donde los científicos tienen sus muestras de laboratorio. La escasez de gasolina hace que a veces tengan que trabajar desde sus casas. En ocasiones, incluso reutilizan papeles ya impresos para guardar información porque cuesta conseguir nuevos suministros. Mientras Venezuela se desmorona, un equipo de científicos está decidido a ignorar la turbulencia política y económica, y registrar la desaparición del último glaciar que queda en el país
Las temperaturas en Venezuela están subiendo más rápido en las partes elevadas de la Tierra que en los llanos, lo que ha conllevado a que los científicos pronostiquen que el glaciar Humboldt -una capa de hielo en las montañas andinas- podría desaparecer en 20 años. “Si nos vamos y volvemos en 20 años, nos habremos perdido todo esto”, expresó Luis Daniel Llambí, ecólogo de la Universidad de Los Andes de Mérida.
Los especialistas aseguran que Venezuela será el primer país sudamericano que se quedará sin glaciares.
El monitoreo del glaciar Humboldt de Venezuela requiere visitas continuas, según Llambí. E incluso en las mejores circunstancias, no es fácil llegar a pie desde Mérida hasta la capa de hielo del Parque Nacional Sierra Nevada de Venezuela, a casi 5.000 metros (16.500 pies) sobre el mar.
Cuando Llambí y otros tres científicos fueron al glaciar a mitad de año para trabajar en un nuevo proyecto, primero se montaron en un teleférico y luego caminaron todo un día hasta un campamento que usan como base, levantando sus carpas bajo la lluvia.
Todos los días tenían que escalar la montaña durante tres horas para llegar al glaciar, a veces usando cascos y aferrándose a sogas en vista de lo escarpado del terreno. Algunos de los científicos habían tratado sus viejas botas con cera de vela derretida para que resistieran el agua.
El trabajo en la montaña es siempre agotador, pero la crisis que padece Venezuela desde 2013 hace que tareas sencillas resulten grandes obstáculos. “Las cosas que uno da por descontadas en una investigación –la internet, la gasolina, la electricidad– empiezan a escasear y todo se hace imprevisible”, dijo Llambí.
Lo más duro tal vez ha sido ver a muchos de sus colegas y estudiantes partir, sumándose a los más de cuatro millones de personas que se fueron de Venezuela en los últimos años. “Cada semana alguien me pregunta ‘¿por qué no te has ido?’”, dijo Alejandra Melfo, física de la Universidad de los Andes e integrante del equipo.
“El cambio climático es real y hay que documentarlo”, explicó. “Hay que estar ahí”.
El Instituto de Ciencias Ambientales y Ecológicas de la Universidad de Los Andes fue fundado hace 50 años, en 1969, y los científicos que trabajan allí se sienten custodios de la información recogida a lo largo de los años sobre cómo las temperaturas y la flora están cambiando en la región, incluido el ecosistema andino conocido como los páramos, una pradera con matorrales de montaña que se encuentra entre el límite forestal y el fondo del glaciar.
Mientras que la mayoría de las tundras tienen escasa vegetación, los páramos son famosos por sus frailejones, plantas que pueden ser más altas que un ser humano y que parecen una cruza de cactus y palmera. La zona almacena agua que alimenta las ciudades y las tierras de cultivo más abajo.
Los glaciares andinos son fundamentales en el ciclo del agua en la región. “Más de 50 millones de personas de América del Sur reciben agua de Los Andes”, dijo Francisco Cuesta, ecólogo tropical de la Universidad de las América de Quito, quien se maravilla del trabajo que hace el equipo venezolano en condiciones tan adversas.
Cuando un glaciar se derrite, lo único que queda al principio es un “lecho de roca”: a veces una gravilla rugosa, otras una roca lisa, desgastada por milenios, de contacto con el hielo.
Pero en pocos años o décadas, bacterias y líquenes colonizan la zona. Descomponen los minerales de las rocas y sus cuerpos se pudren y se transforman en materia orgánica, el primer paso en la formación de tierra. La tierra es la base del nuevo ecosistema pues ofrece una estructura que puede retener agua y donde pueden crecer las raíces de las plantas.
“La formación de tierra es la diferencia entre un ecosistema que surge rápidamente y uno que se demora siglos”, dijo Llambí.
En las rocas que quedarán al descubierto con el derretimiento del glaciar los científicos creen que podría surgir un nuevo ecosistema parecido al de los páramos. Sin embargo, hay muchos interrogantes: ¿Tomará décadas el surgimiento de tierra? ¿Las especies animales y vegetales que sobreviven a baja altura podrán hacerlo más arriba? ¿Podrán adaptarse a temperaturas que cambian constantemente?
Venezuela tiene las reservas de petróleo más grandes del mundo, pero una economía que gira desde hace décadas en torno a la demanda del combustible ha resultado inestable. Llambí cree que tiene una obligación especial de ayudar a informar al público acerca del impacto del cambio climático en un país en el que un ciclo caracterizado por altibajos en la exploración de combustibles fósiles ha dado forma a la vida de casi todos los venezolanos.
“Nuestra universidad se encuentra en Mérida, que es llamada desde hace tiempo ‘la ciudad de las nieves eternas’”, comenta Llambí. “Estamos descubriendo que la eternidad no dura para siempre. Tenemos que habituarnos a un mundo con cambio climático”.
Para leer el trabajo completo: El Estímulo.