Del primer disco, editado en septiembre de 1997, se vendieron hasta el día de hoy más de 9 millones de ejemplares en todo el mundo.
La película del cineasta alemán Wim Wenders, que siguió en estudios y exteriores a estos fascinantes veteranos asombrados como niños durante el famoso concierto en el Carnegie Hall el 1º de julio de 1998, conmovió a un amplio público y contribuyó a lanzarlos a la fama.
«Aquel concierto es nuestro mejor recuerdo, porque hubo mucha emoción», afirman al unísono la cantante Omara Portuondo y el guitarrista Eliades Ochoa, hoy estrellas de un grupo que sigue llenando salas.
¿Quién no recuerda la frágil silueta de Ibrahim Ferrer, sus bigotes finos y su gorra, a Compay Segundo, su habano y su panamá, o a las increíbles notas del pianista Rubén González?
El Buena Vista sobrevivió a las sucesivas desapariciones de los más veteranos y supo renovar a sus integrantes.
«Yo no quiero que se termine la aventura, pero lo que me da más gusto es constatar que el mundo entero no quiere que el Buena Vista se detenga», dijo a la AFP Eliades Ochoa.
El «guajiro» (paisano) y su famoso sombrero tejano, principal embajador del «son», la música del oriente cubano, es uno de los cinco miembros originales del grupo.
– «Una aventura increíble» –
«El Buena Vista, más allá de quienes lo integran, sigue siendo un abanderado de la cultura y la música cubanas», agrega Omara Portuondo, la «reina» del bolero.
La aventura del Buena Vista es aún más bella si se toma en cuenta que es fruto del azar, ya que nació como resultado de otro proyecto que fracasó.
Eliades Ochoa evoca aquel momento: «Yo estaba en Londres por dos conciertos y Nick Gold –jefe del World Circuit — me llamó para comunicarme su proyecto de reunir a un grupo de músicos cubanos y malíes en un estudio de La Habana».
Los músicos africanos nunca llegaron a La Habana por un problema de visas.
«Nick Gold y su equipo ya habían alquilado los estudios Egrem y estaba descartado que pudiesen irse de Cuba sin un disco grabado», cuenta Eliades Ochoa.
Fue entonces que Nick Gold solicitó a Juan de Marcos González llamar a músicos locales. Líder en aquella época del afrocubano All Stars y gran conocedor de la música de su país, tuvo la idea de recurrir a glorias del pasado junto a músicos experimentados.
«Estaba convencido de que iba a funcionar, porque la música cubana tiene un ritmo y una magia que no se va a apagar jamás», afirma Omara Portuondo, quien integró en los años 50 y 60 el cuarteto femenino Las de Aidas.
El Buena Vista se convirtió en vitrina de la música «clásica» cubana, presentada en toda la riqueza de su diversidad: bolero, cha-cha-cha, son, mambo, salsa, danzón…
«Lost and Found», el disco que acaban de editar, propone grabaciones inéditas del primer período del grupo e incluye varias canciones del álbum original.
«Es una aventura increíble, porque ya no es una cuestión casual, se ha convertido en una necesidad, en una formidable idea muy bien desarrollada, porque los artistas que reunía eran artistas esenciales», dice Eliades Ochoa.