BBC: El escándalo de los vuelos clandestinos en el Amazonas
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Hace tres meses, ocho personas desaparecieron en un vuelo sobre el Amazonas. Las avionetas son con frecuencia la única manera de desplazarse por esa zona, pero como la mayoría de las pistas de aterrizaje no son oficiales, los pilotos tienen que mentir sobre dónde han estado volando.
Y eso significa que cuando las avionetas desaparecen, no está claro dónde ir a buscar.
Sucedió pocos minutos después del medio día del 2 de diciembre del año pasado cuando Paulo Tridade de repente escuchó la voz tensa, con tono de urgencia, de su colega, el piloto Jeziel Barbosa de Moura.
La oyó a través de una transmisión de radio de avión a avión. El sonido no era de calidad, se oía chirriante.
«Paulo,» dijo. «Parece que perdí un cilindro. Hay una fuga de aceite por el parabrisas. Voy a aterrizar en Independencia».
Paulo, quien también se encontraba sobrevolando la selva del Amazonas, estaba a 22 minutos de distancia (de vuelo) de su colega.
Pero su recomendación no sirvió de nada. «No, no, decidí aterrizar en Independencia», contestó Jeziel. «Ya no puedo hacer más nada«.
De repente, la señal se cortó. Esas fueron las últimas palabras que Paulo escuchó de su amigo de 37 años.
Dio un giro en el medio de su vuelo y se fue a buscar a Jeziel. Pero fue inútil. Paulo entró derecho en una de las repentinas y aterradoras tormentas de lluvia típicas del Amazonas.
Y cuando eso sucede, las avionetas ligeras tienen que volar bajo, debajo de las nubes oscuras que se acumulan, para poder tener algo de visibilidad.
El aguacero terminó cuando Paulo sobrevoló Independecia, una pista que se había construido por una mina de oro que había quedado abandonada hacía mucho tiempo y que se la había tragado la jungla.
Al mirar hacía abajo, no vio señal alguna de una avioneta.
Jeziel había estado volando su avioneta monomotor Embraer, que servía como un taxi aéreo y cuya placa era PT-RDZ, desde el poblado indígena de Matawaré, en el Parque Nacional de las Montañas de Tumucumaque (cerca de la frontera norte de Brasil con la Guyana Francesa) hasta la ciudad minera de Laranjal do Jarí.
Se trata de un viaje de 1 hora y 45 minutos que Jeziel había hecho muchas veces antes.
A bordo había indígenas del poblado: un maestro llamado Pantia Tiriyó con su esposa Pansina y sus tres hijos, el más pequeño de apenas tres años, y una mujer mayor, Sepi Akuriyó, con su yerno Jesaraya Tiriyó.
Dos días después, la Fuerza Aérea Brasileña empezó una búsqueda que implicó 128 horas de vuelo en un avión especializado en operaciones de rescate, aviones de transporte Hércules y helicópteros Black Hawk.
Pero la operación se suspendió después de dos semanas sin resultado.
Desde entonces, organizaciones de pueblos indígenas le han pedido en reiteradas ocasiones al ministerio de Defensa que organice una búsqueda terrestre como ha sucedido después de otras desapariciones, pero ha sido en vano.
Y eso pese a que nueva información, aportada por un testigo, apunta a que vio una aeronave volando bajo como si hubiese estado a punto de aterrizar, el mismo día en que la PT-RDZ desapareció.
Flavia Moura, la hija del piloto, se encuentra desesperada. «Nos sentimos abandonados. Totalmente», dice. «Gritamos todos los días, tanto mis hermanos como yo. Suplicamos que se continúe con la búsqueda, pero nadie viene, nadie nos ayuda. ¿Es porque son indígenas, porque son personas comunes, a quien nadie ofrece ayuda?».
Esos ruegos han recibido un fuerte apoyo en el Ministerio Público de Brasil, que ha amenazado con llevar al Ministerio de Defensa a tribunales si no reanuda la búsqueda.
Alexandre Guimarães, el fiscal general del estado de Amapá, dice que la dificultad de encontrar la avioneta PT-RDZ expone una falla mucho más seria y de larga data del gobierno: la ausencia de control del tráfico aéreo en el Amazonas y otras áreas remotas de Brasil, que afecta desproporcionadamente su población indígena.
Planes de vuelo falsos
La PT-RDZ estaba volando clandestinamente, pero no porque su piloto lo hubiese elegido así.
La mayoría de las pistas de aterrizaje que sirven a comunidades indígenas en el Amazonas no están registradas porque no reúnen los estándares de seguridad exigidos por las autoridades. Y eso significa que los pilotos no pueden aterrizar o despegar oficialmente desde las mismas.
Por eso, con el objetivo de proveer transporte a comunidades aisladas, los pilotos están obligados a presentar planes de vuelo falsos, en los que dan puntos de partida y aterrizaje incorrectos.
Obviamente, eso hace difícil saber por dónde buscar cuando un avión desaparece.
Adrian Young, de la consultora holandesa To70, dedicada al sector de la aviación, le ofrece asesoría a aeropuertos, aerolíneas y gobiernos de diferentes países.
«Un sistema regulatorio que requiere que los pilotos falsifiquen sus planes de vuelo, mientan sobre información básica es escandaloso. No es seguro y en semejante región aislada, no le puedes negar a la gente que pueda viajar», indicó.
A la mayoría de los pilotos les da miedo hablar abiertamente sobre la situación, por temor a que sus licencias puedan ser canceladas si admiten haber mentido a quienes dirigen el control del tráfico aéreo.
«Tienes que volar en silencio, con el transpondedor algunas veces apagado y ni los controladores de vuelos ni el gobierno realmente saben sobre esos vuelos. No son monitoreados por ningún controlador«, Paulo Nortes señaló.
Volar sobre el Amazonas puede llegar a ser muy peligroso. «Hay unas pistas de aterrizaje que son como montañas rusas y debes estar atento al clima todo el tiempo, para no dejarte arrastrar por una tormenta fuerte porque jugará con tu avión como si se tratara de un anave de papel, un juguete».
La activista indígena Cecília Apalai ha estado luchando por años para que el gobierno mejore las pistas de aterrizaje y, de esa forma, puedan tener licencias.
Ha viajado dos veces a la capital, Brasilia, para sostener conversaciones con las autoridades.
«Estamos muy preocupados porque nosotros somos los usuarios de este sistema de transporte», indica.
«Las pistas de aterrizaje necesitan ser más seguras no sólo para los indígenas, sino también para los empleados gubernamentales quienes ofrecen servicios de sanidad y educación, y usan pistas de aterrizaje todo el tiempo».
Pero hasta ahora no ha habido resultado, pese a que un fallo judicial, obtenido por Alexandre Guimarães hace seis años, obligaba a la Autoridad de Aviación Civil y otras instituciones responsables a mejorar dicha pistas.
«Hay 249 pistas de aterrizaje que no están reguladas por la Autoridad de Aviación Civil y esas pistas están en territorio indígena», señala. «Todo esto es culpa de esos órganos gubernamentales que no han cumplido con su deber legal de regularizar esas pistas de aterrizaje».
Eso les costaría mucho dinero, pero Cecília Apalai dice que es esencial porque los indígenas están obligados a viajar a las ciudades para poder ejercer sus derechos como ciudadanos brasileños.
Las personas que reclaman las pensiones estatales deben presentarse en las oficinas gubernamentales una vez al año para demostrar que siguen vivos.
En la mayor parte del Amazonas no existen avenidas o carreteras y el transporte a través de los ríos es con frecuencia muy poco práctico. Esas son razones por las que avionetas privadas que funcionan como taxis, como la PT-RDZ, son la única opción, pese a que son muy costosas.
Un viaje de ida y vuelta en una de estas aeronaves, que tienen espacio para seis personas, desde Matawaré hasta la capital del estado Macapá podría costar 10.000 reales brasileños, que son cerca de US$2.000.
Sepi, la mujer mayor que viajaba en la PT-RDZ, estaba viajando para cobrar su pensión. Se cree que es la única persona en Matawaré y una de las últimas en todo el país que habla el idioma nativo de Akuriyó.
Amigos y familiares de los desaparecidos empezaron su propia búsqueda después de que la Fuerza Aérea suspendiera su misión.
Tuvieron que caminar por ocho días desde el poblado más cercano, Bona, incluso antes de que pudieran establecer un campamento de base en la pista de aterrizaje de Independencia, la que mencionó el piloto en su última llamada.
Se desplegaron metódicamente, todos los días por varias semanas, y se adentraron en el difícil y montañoso territorio selvático.
Las esperanzas que se desvanecen
Al final de enero, tuvieron que renunciar a su misión. Los suministros de alimentos, que cargaban en sus espaldas, estaban a punto de acabarse y uno de los investigadores, el padre de Pansina Tiriyó, contrajo malaria.
El hermano de Pansina, Aksuni, le hizo seguimiento a la misión gracias a que los participantes se comunicaban a través de un sistema de radio con el hostal donde se estaba quedando en Macapá.
Tiene esperanzas de que su hermana esté viva, pero también reconoce que se están desvaneciendo.
«Crecimos juntos, somos casi de la misma edad. Ella vivía en la casa que está al lado de la mía», cuenta. «Siempre estábamos hablando, somos realmente cercanos. Solía charlar con ella, jugar con ella… y ahora quizás ya no tengo a mi hermana. No tendré esa persona cercana conmigo».
Flavia Moura, la hija del piloto Jeziel, dice que no puede empezar su duelo hasta que el avión no sea encontrado.
«Sé que este es un dolor que nunca sanará», señala.
«No lo puedo ver, no lo puedo enterrar, no le puedo decir adiós. Y no sé si lo volveré a ver algún día o si nunca llegaré a saber lo que pasó».
Ninguna de las autoridades relacionadas con el caso aceptó nuestra solicitud de entrevista. Pero la Fuerza Aérea Brasileña indicó en un comunicado que «efectuaron una búsqueda a lo largo de un área que totalizó los 12.500 kilómetros cuadrados, el equivalente a unas 12.000 canchas de fútbol.
En total, la aeronave involucrada voló una distancia de más de 20.000 kilómetros, lo que equivale aproximadamente a un viaje desde Sao Paulo hasta Tokio, sin encontrar señal alguna del avión».
El ministerio de Defensa dijo que la búsqueda «puede ser reiniciada si emerge nueva información».
La Autoridad de Aviación Civil informó que está ayudando a mapear áreas en regiones que necesitan pistas de aterrizaje.
«Ese trabajo busca facilitar el acceso a servicios, especialmente de salud, para la población indígena. Las discusiones están ahora en una fase final y los planes serán revelados en su totalidad tan pronto como sean aprobados».
«Falta de respeto»
Pero las organizaciones indígenas no están satisfechas.
Kutanan Waiana, una activista que ayudó a coordinar la búsqueda hecha por voluntarios, es una de las varias personas que cree que la respuesta oficial a la desaparición del avión refleja las actitudes racistas históricas hacia los grupos nativos étnicos del país.
«Cuando los indígenas desaparecen, cuando descienden en un avión, el gobierno sólo busca por 14 días porque es un indígena el que se desvaneció, ¿quién sabe a dónde se habrá ido?», dice. «Para nosotros, esto dice que en efecto el gobierno no quiere saber sobre los indígenas, no quiere saber sobre las vidas humanas, sobre seres humanos».
Y añade que pareciera que los funcionarios pensaran que es más importante encontrar minerales para la industria minera que indígenas desaparecidos.
«Considero que esta es la falta de respeto del gobierno brasileño».