Así fue la desdichada vida de Van Gogh
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Fue casualidad, una casualidad macabra, pero el destino quiso que Vincent Willem van Gogh naciera en Groot-Zunder, en el Bravante holandés, un 30 de marzo de 1853, el mismo día que un año antes lo había hecho, pero muerto, su hermano mayor. Una coincidencia que sus padres subrayaron con la decisión de ponerle el mismo nombre que habían elegido para su difunto primogénito.
Así, con esa carga que llevaría para siempre, Vincent Willem van Gogh pasó los primeros años de su vida en el seno de una familia normal y corriente. Pelirrojo, de ojos azules y cara pecosa, su aspecto denotó desde niño una extraña melancolía que nunca pasó desapercibida. Ni siquiera cuando disfrutaba coleccionando insectos y nidos de pájaros vacíos en su más tierna infancia. Ese afán por descubrir la naturaleza contribuyó a su intensa percepción visual, y ambas cosas hicieron que el dibujo fuera un interés potente para él desde siempre. Otro de sus grandes intereses llegó a su vida cuando tan solo tenía ocho años. Fue entonces cuando empezó a acudir a la escuela parroquial y cuando comenzó a interesarse por los pobres y los perseguidos. Colectivos por los que siempre se inquietó, a los que siempre quiso cuidar y de los que siempre se documentó gracias a su insaciable sed de lectura y por las obras sobre los marginados como La cabaña del Tío Tom.
Fracasos laborales
Con el fin de ganarse la vida y dar rienda suelta a su fervor religioso, trabajó a sueldo de un pastor metodista en el barrio londinense de Isleworth, donde se encomendó a la tarea de visitar a los pobres y enfermos. Si bien aquella experiencia alimentó su espíritu, con ella no encontró el equilibrio que buscaba y decidió volver a Holanda para trabajar en otro empleo que le había conseguido, de nuevo, su tío Cent. Esta vez era en Dordrecht, en una librería, donde su familia pensó que se esforzaría dado su amor por la lectura. Se equivocaban. En lugar de desempeñar con ahínco su trabajo, Van Gogh decidió consagrar su tiempo a sus dibujos y a traducir la Biblia al holandés, al inglés, al francés y al alemán simultáneamente. Una excentricidad que le volvió a pasar factura.
Tras abandonar aquel empleo, dirigió sus pasos hacia Ámsterdam con el fin de estudiar Teología. Corría el año 1877. Faltaban menos de 13 años para su muerte, pero aún no había decidido consagrar su vida al arte. Aunque esta vez sí puso empeño en sacar adelante sus estudios, golpeándose incluso cuando le fallaba su concentración, el latín y el griego se le resistieron y un año después abandonó. Y lo hizo con la intención de hacerse misionero, pero también fracasó en ello.
Aquella acumulación de fracasos no hizo ningún bien al alma inquieta de Van Gogh, quien ya había empezado a estudiar la obra de Rembrandt, y quien fue autorizado, sin embargo, a ir a la región minera del Borinage, al sur de Bélgica. Allí, además de trabajar como evangelista dando clases sobre la Sagrada Escritura y visitar a los pobres, pudo inspirarse en los paisajes que lo rodeaban. Paisajes en los que no faltaban ni gigantescas escombreras ni minas a cielo abierto.
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En su ruta hacia el sur, se detuvo en Amberes, donde el arte japonés, que ya había entrado en Europa, estaba de moda. Como de costumbre, se centró en su estudio en detrimento de su bienestar físico. Su salud iba de mal en peor. Vivía de pan y leche, además de porque no podía pagarse mucho más, porque sus dientes estaban demasiado cariados para poder masticar otras cosas (terminó por usar una dentadura de madera). Fumaba en pipa para mitigar el hambre, lo que le hacía toser violentamente, y padecía sífilis. Pese a su decadencia física, no desfallecía en su intento de vivir por y para el arte, y fue así como siguió hasta París. Allí, en 1886, en el aire flotaba un nuevo espíritu artístico. París no solo alteró su técnica sino que también contribuyó, y no poco, al empeoramiento de su físico. Bebía en exceso absenta y vino peleón. Aquel carrusel parisino, pese a su intensidad, acabó en 1888 cuando decidió seguir dirigiéndose hacia el sur y quedarse, esta vez, en el Midi. Un sur lleno de color, sol y pasión.
Con información de Muy Interesante
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