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Si un historiador tuviera que resumir el siglo XX con una frase quizás recordaría las palabras que Neil Armstrong pronunció el 20 de julio de 1969 sobre la superficie de la Luna, poco antes de dejar la escalerilla del módulo lunar «Eagle»: «Es un pequeño paso para el hombre, pero (un) gran salto para la humanidad».
Ningún otro hecho tan relevante en un siglo tan convulso fue seguido por tantas personas, gracias a la televisión, y condensó en unos segundos el pulso de los tiempos. Una sola imagen reflejó el apogeo de la Guerra Fría, el despegar de la era de la exploración espacial y la revolución tecnológica que trajo. Sin duda, los primeros pasos de Armstrong fueron uno de esos «momentos estelares de la humanidad» con que Stefan Zweig resumió el río de la historia.
Rafael Clemente escribe en «Un pequeño paso para (un) hombre» (Libros Cúpula) una «historia desconocida» de la mítica llegada del hombre a la Luna. Sus páginas están repletas de detalles y facetas insólitas del programa Apollo, de la NASA, normalmente ignoradas por el gran público.
Por ejemplo explica por qué la famosa frase de Armstrong debe de llevar un paréntesis, porque el astronauta en realidad apenas pronunció el artículo «un». También recuerda episodios terribles, como el incendio en una cápsula de entrenamiento que le costó la vida a tres astronautas. O por qué el enorme cohete Saturno estaba repleto de cargas explosivas para destruirlo en caso de error o cómo lo protegían frente a intentos de sabotaje por parte de agentes soviéticos.
El libro recuerda cómo fueron los primeros pasos de esta gran aventura espacial, marcados por el valor de los astronautas y los cosmonautas y por la perspicacia de científicos e ingenieros. Cómo se pensaron las primeras misiones tripuladas, y la enorme cantidad de chapuzas e improvisaciones a las que se recurrió sobre la marcha. También se explica qué comían los tripulantes, cómo eran los ordenadores de las naves a finales de los sesenta y cómo se resolvía el problema de hacer las necesidades fisiológicas en el espacio.
Finalmente, el enorme esfuerzo y dinero puesto en la titánica empresa dio sus frutos, y los humanos lograron poner el pie en la Luna solo 12 años después de que se lanzara el primer satélite dela historia, el Sputnik.
«Cierto que la llegada a la Luna fue un resultado directo de las confrontaciones de la guerra Fría. Es evidente el componente político que la animó, muy por encima del interés científico o tecnológico», escribe Rafael Clemente. «La principal motivación fue el compromiso de un Kennedy que decidió enfrentar a su país a un desafío colosal, no porque fuera fácil, sino por todo lo contrario. Quizá ahí reside la épica del programa Apollo, tal vez la última gran exploración que nosotros o nuestros hijos o nuestros nietos tendrán ocasión de conocer».
Ya ha pasado medio siglo desde aquella aventura. Después del Apollo, nadie ha vuelto a la Luna. ¿Veremos a un astronauta (o taikonauta) poniendo una bandera sobre la superficie de otro mundo en un futuro?
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