Almagro: «A Guaidó lo hemos dejado prácticamente solo»
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En una entrevista concedida por el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA) Luis Almagro, al diario El Mundo de España, sostuvo que «pretendimos que Juan Guaidó, solo se enfrentara a un régimen que disponía de miles de millones de dólares y un aparato represivo y sanguinario».
Entrevista:
Pocos personajes irritan a la izquierda (a veces pseudo izquierda) latinoamericana al nivel que lo hace el uruguayo Luis Almagro. El secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA) recorre su segundo mandato entre acusaciones de «traidor» o «lacayo del imperio» por parte de gente que antes lo elogiaba. Da la impresión, sin embargo, de que a él le importa poco y nada: habla de cómo terminar con la «dictadura» de NIcolás Maduro en Venezuela y denuncia que Cuba influye en forma muy importante en decisiones del gobierno de Alberto Fernández en Argentina.
Almagro nació hace 57 años en una pequeña localidad llamada Cerro Chato, y eso fue lo que se encontró al llegar a la OEA en 2015, chatura, una organización languideciente cuya voz era cada vez más tenue. Hoy la OEA, para bien o para mal, está en la conversación política continental. En una entrevista con EL MUNDO, el uruguayo admite que no lo hubiera logrado sin la ayuda de Twitter, donde cuenta con 1,4 millones de seguidores: «Cuando se asume centralmente una agenda política hemisférica de la manera que se ha asumido, con temas de derechos humanos en forma muy constante, era obvio que la organización iba a recuperar su relevancia».
‘Camaleón’ no sería un apodo errado para Almagro. Llegó al máximo cargo de la OEA sostenido por los gobiernos progresistas de América Latina y ganó la reelección apoyado por los de centro derecha. Se inició en la política uruguaya en el Partido Nacional, de centro derecha, para saltar luego al Frente Amplio, una coalición de izquierdas. Hoy ya se habla de que su próximo destino, una vez que deje la OEA, será buscar la candidatura presidencial por el Partido Colorado, de tintes socialdemócratas.
En 2013 usted hablaba en Telesur del «extraordinario papel de estadista» de Hugo Chávez, de la importancia de organizaciones como UNASUR y CELAC como legado, también daba un «¡Viva la revolución!» en Cuba. Su posición de hoy, ¿se trata de una evolución, estaba equivocado entonces y acierta ahora…?
Mire, siempre hay algo evolutivo en la acumulación de información y de experiencia, es claro que hay cosas más permanentes ya que a nadie se le podría ocurrir en el 2013, ni ahora, decir que Cuba era una democracia cuando no lo es, cuando es una dictadura. En cuanto al papel de Chávez, yo lo reconocí en ese momento y muchas de las cosas que pasaron después, de alguna manera, me dieron la razón en muchos aspectos. Después, obviamente que sí hay elementos nuevos que no se hablaban de Chávez y en muchos casos no se sabían en esa época.
¿Usted entiende que de seguir vivo Chávez la situación sería diferente, sería mejor?
Es fácil concluir que en términos de intuición política, en manejo político, Chávez es diez mil veces superior a Nicolás Maduro, eso es claro. Si, las cosas probablemente no hubieran llegado nunca a este extremo con Chávez, menos en un país tan rico como Venezuela.
Suele decirse que locura es hacer una y otra vez lo mismo esperando resultados distintos. ¿No hay algo de eso en el abordaje de la crisis venezolana?
Sí, hay mucho de eso. Y también es cierto que aquellos que impulsaron los diálogos siempre lo que pidieron fue la eliminación de las variables de presión sobre las dictaduras. Ahora hablan de eso mismo, y eso ha sido uno de los problemas fundamentales. La presión nunca llegó a los niveles que debió haber llegado para hacer sentir al régimen incómodo o ver como conveniente buscar una salida.
¿Por ejemplo?
Es una dictadura denunciada en Nueva York por narcotráfico, acusada en La Haya por crímenes de lesa humanidad y de corrupción en Houston o el propio Tribunal Supremo legítimo. ¿Y cuál es el aliciente para que esos dictadores se vayan? Solo la presión. Los juzgamientos que penden sobre ellos son demasiado graves. Los crímenes de lesa humanidad no prescriben, los casos de corrupción son demasiado grandes. Toda la corrupción de Odebrecht son 800 millones de dólares en comisiones, cualquier negocio de PDVSA son 1.500 millones. Eso es lo disparatado de la corrupción del régimen.
Henrique Capriles le dijo recientemente a la BBC que Juan Guaidó «se acabó», que «está fundido». ¿Qué opina sobre esa afirmación?
Yo no puedo discutir con ningún político del hemisferio, yo no puedo opinar sobre eso. Sí debo elogiar el trabajo del presidente encargado Guaidó, por una sencilla razón. Levantó expectativas muy altas de democracia en Venezuela. Pretendíamos que Guaidó, solo se enfrentara a un régimen que disponía de miles de millones de dólares y un aparato represivo y sanguinario, con capacidad de avasallar las garantías y las libertades más esenciales que pueden existir, con la capacidad de atentar contra la vida y la libertad de las personas. Y lo hemos dejado prácticamente solo enfrentándose a ese régimen, y vemos que ni siquiera con la ayuda de Capriles. Podemos recriminarnos a nosotros mismos, pero nunca a Guaidó, que se ha jugado el pellejo enfrentándose a una dictadura completamente sobrepasado en medios en una proporción infinita. Mi reconocimiento por su discurso siempre claro en defensa de la redemocratización de su país.
El Tribunal Penal Internacional (TPI) ve delitos de lesa humanidad en Venezuela, que es lo que la OEA venía denunciando. ¿Cuán satisfecho está con ese paso del TPI?
La Justicia es el mejor instrumento para restablecer la democracia en Venezuela. Ya sea la internacional para los delitos de lesa humanidad, así como diferentes jurisdicciones para narcotráfico y corrupción. Si la Justicia, con sus tiempos, puede alcanzar los resultados cumpliendo con el Estado de derecho, la Justicia nos puede limpiar de dictadores. A veces la Justicia llega cuando los dictadores no están en el poder, hoy creo que cabe la posibilidad de que se haga justicia con los dictadores aún en el poder.
Usted no se habla con el presidente argentino, Alberto Fernández, y dijo que Cuba influye en la Argentina pidiendo su cabeza. ¿Es realmente así?
No he tenido contacto [con Fernández]. Y mire, esto es algo que se vio mucho en la campaña [para la elección del secretario general de la OEA], y no solamente en Argentina. Rascando, rascando, llegando al final había siempre alguna queja o posicionamiento cubano respecto de la secretaría general de la organización. Ese fue un tema recurrente para ellos. Siempre ha sido su papel el de desestabilizar a la propia organización. Parte de la gente en el Gobierno argentino le debe mucho a Cuba, y eso tiene verdaderamente una influencia política muy directa en las decisiones políticas que se toman. Pero listo, eso forma parte del paisaje político con el que debo trabajar.
¿Tiene la OEA algún reparo hacia el gobierno de Luis Arce en Bolivia?
Para nosotros el proceso electoral ha terminado. Una vez presentados los informes de la misión de observación electoral y constatados los resultados no hay más para hacer desde el punto de vista de ese proceso electoral por parte de la organización.
Con Donald Trump, la OEA coincidió en muchos aspectos. ¿Cree que en una presidencia de Joe Biden habrá divergencias en temas delicados como, por ejemplo, Cuba?
No, nosotros esperamos que los niveles de cooperación se mantengan, para nosotros sería clave.
Vuelvo a Venezuela: ¿se tomaría un café con Nicolás Maduro?
Es que yo no tengo la posibilidad, yo no puedo como secretario general de la OEA decir que no me reúno con Maduro. Yo no puedo decirle a nadie en este mundo «no, no me reúno con usted».