Al Asad cumple 20 años en el poder en Siria
EFE
El presidente Bachar al Asad cumplió este viernes 20 años en el poder en Siria, un país destruido por casi una década de guerra y sumido en una profunda crisis económica que no ha hecho ninguna celebración oficial por el aniversario.
Pese a sus dos décadas con el bastón de mando, este viernes se ha vivido como un día cualquiera en el país y no ha sido declarado festivo ya que no se conmemora esta fecha desde 2011, cuando comenzó el conflicto que aún continúa, informó hoy a Efe una fuente oficial siria.
Con la esperanza de cambio y una figura renovada, los sirios votaron el 10 de julio del año 2000 por Bachar al Asad para ser el presidente de Siria tras la muerte un mes antes de su padre Hafez. Pero, 20 años después, celebra el aniversario en guerra sin un final a la vista, aislado, con un país en su peor crisis económica y solo salvado por Rusia, su gran aliado.
«Creo que 2020 es el año en el que Al Asad está en su punto más débil desde que heredó el poder de su padre hace 20 años. Sí, sobrevivió y pudo cantar victoria, pero es una falsa victoria. Solo puede sobrevivir porque Irán y Rusia lo apoyan», afirma a Efe Sam Dagher, autor del libro «Assad or we burn the country» (Asad o quemamos el país).
SIN TREGUA
Al Asad, un oftalmólogo que estudió en Londres, juró el cargo el 17 de julio de 2000 con tan solo 34 años, dando un aire de juventud a Siria, un destino turístico en la región y del mundo, pero que once años después se convirtió en escenario del peor conflicto en lo que va de siglo.
Sucedió a su padre Hafez al Asad, que ostentó el poder durante tres décadas dejando un camino de violencia y represión, y era el segundo en la «línea sucesora» de la familia, ya que su hermano mayor Bassel pereció en 1994 en un accidente de coche.
«Al Asad se hizo cargo de un régimen autoritario, estatal-socialista y lo convirtió en un orden oligárquico controlado por sus compinches, mientras abandonaba su base popular original», asegura a Efe el director regional para International Crisis Group, Heiko Wimmen.
Pese a que en su primera década se acercara a Occidente, sobre todo a Francia, de la mano de su mujer Asma, nacida y criada en Londres, y retratada en numerosos medios como la «rosa del desierto», esas relaciones se amputaron desde el inicio de la revuelta en Siria, en la llamada «Primavera Árabe».
«En respuesta a la guerra civil provocada por la tensión social acumulada, el régimen volvió a la máxima violencia en lugar de la cooptación», indica Wimmen.
Las consecuencias de 9 años de guerra se reflejan en las cifras: más de 380.000 civiles muertos registrados por la ONG Observatorio Sirio de Derechos Humanos, 5.550.440 refugiados en el mundo y 6,6 millones de desplazados internos, contabilizados por la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR).
UN PAÍS DIVIDIDO
«El país está destruido y fracturado. Un tercio de los sirios viven en áreas controladas por Al Asad, Irán y Rusia; otro tercio dividido entre áreas controladas por los kurdos y Turquía, y otro tercio son refugiados», asevera Dagher.
La revuelta social se convirtió en una guerra con potencias internacionales que intervinieron en el campo de batalla, además de la ocupación del grupo yihadista Estado Islámico (EI) que agravó aún más la situación en el país.
Como consecuencia, los kurdosirios declararon un gobierno de facto desde 2013 en el norte y noreste de Siria, que aún se mantiene, mientras que las facciones rebeldes consiguieron durante esta última década capturar amplias áreas controladas previamente por Damasco.
En estos dos últimos años, Al Asad ha conseguido retomarlas gracias a la intervención de Rusia desde el 30 de septiembre de 2015 en el territorio, una alianza que ha sido vital para recuperar esas poblaciones, quedando ahora únicamente Idlib y sus alrededores, en el noroeste de Siria.
SIN RIVAL PESE A CRISIS
Siria se enfrenta ahora a una de las peores crisis económicas, obligándole a devaluar su moneda local en un 44 % y acorralado por la comunidad internacional tras las últimas sanciones: la Ley César estadounidense, que de nuevo tiene como objetivo a Al Asad y, por primera vez, a su mujer Asma.
Aunque los analistas no piensan que estas nuevas sanciones vayan a afectarles, dado que llevan décadas enfrentándose a ellas, «la crisis puede aumentar la propensión del régimen a la represión violenta, ya que ese es el único medio que queda para contener el descontento», subraya Wimmen.
Esta crisis ya ha tenido un reflejo en unas protestas que comenzaron el pasado mes en la ciudad de Al Sueida, en el sur de Siria y de mayoría drusa, en la que cientos de personas pidieron el fin de Al Asad y la intervención extranjera, aunque posteriormente fueron reprimidas, según indicaron ONG.
«Las protestas en Al Sueida son muy significativas porque recuerdan al mundo que después de lo que el país ha pasado, el problema sigue siendo el mismo y nada cambiará a menos que se aborde el problema real», asegura Dagher.
Y zanja: «La gente en Al Sueida le recuerda al mundo de qué se trata. Es como volver al punto de partida o cerrar el círculo: volver a 2011».