A 35 años del estreno de “Cuando Harry Conoció a Sally”
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Fue amor a primera vista. A esta altura ya se sabe que no hablamos de la relación entre los dos personajes principales, entre Harry y Sally. El amor a primera vista fue el del público que desde que la vio por primera vez 35 años atrás adoptó a esta comedia como una de sus favoritas. La gran comedia romántica de los noventa, la más sutil y encantadora, aunque haya sido estrenada en el 89.
Nadie esperaba demasiado de Cuando Harry conoció a Sally. A la guionista no le gustaba el título que habían elegido, los directivos del estudio no estaban convencidos de la pareja protagónica. Una comedia romántica sin estrellas, sin escenas de sexo. Ni siquiera tenía un tema pop que pudiera sonar en las FM: la canción principal era un standard de jazz cantado por un chico de veinte años, un crooner anacrónico. Para muchos era imposible que se hiciera un lugar en medio de los grandes tanques que Hollywood había preparado para la temporada alta: el Batman, de Tim Burton, otra entrega de Indiana Jones, La Sirenita o Volver al Futuro II.
La película superó sus ambiciones. No sólo porque recaudó una pequeña fortuna y lanzó la carrera cinematográfica de sus protagonistas y de Nora Ephron, su guionista, sino porque es un hito para el género de las comedias románticas. Produjo un quiebre con su antecesoras. Fue la primera de muchas que vendrían esos años (seguidilla que también clausuró Nora Ephron con Tienes un Email). Es una película que adelanta el lenguaje del cine comercial que vendrá.
Para cualquier espectador atento, una nueva película de Rob Reiner debía ilusionar. En los últimos años había dirigido tres grandes películas: el mockumentary This Is Spinal Tap, Cuenta Conmigo y The Princess Bride (poco después filmaría Misery, adaptación de la novela de Stephen King que Harry lee en una de las escenas de la película).
Reiner aporta el ritmo, los tiempos perfectos del humor y la ternura. Nora la lucidez, la gracia, la profundidad. Es ella la que impide que el film sea un compendio de chistes de hombres, la que construye personajes femeninos atrapantes, inteligentes, contradictorios. Igual que con los varones. Si la película no envejeció, si pese a algunos pequeños detalles resistió los 35 años que pasaron desde su estreno, posiblemente Nora Ephron sea la gran responsable.
La contribución creativa de Billy Crystal no fue menor. Esta, tal vez, sea su mejor actuación cinematográfica. Su compromiso con la película está presente en cada escena. Sus aportes -además de las improvisaciones permanentes- fueron constantes. Crystal luego tendría gran éxito con City Slickers, su siguiente film, y con Analízame, además de su larga estadía como presentador de los Oscar. Pero no se debe olvidar, para reforzar esta idea de que fue algo más que el actor principal, que como director tiene dos obras maestras como El cómico de la familia (Mr. Saturday Night) y *61.
En algún momento, para Harry fue considerado Tom Hanks. Pero Hanks estaba buscando algo más serio para su carrera y creyó que esta comedia no iba a colaborar con el prestigio deseado, que era un género menor. La paradoja es que luego, poco después, con Sintonía de Amor y Tienes un Email junto a Meg Ryan y dirigido por Nora Ephron se convirtió en la gran cara masculina de la comedia romántica.
Para el papel de Sally buscaron varias actrices. Molly Ringwald, la pelirroja típica protagonista de las películas juveniles de los 80, fue la posibilidad más firme. Pero Reiner y Ephron optaron por Meg Ryan, su sonrisa y su candidez. Ryan se convirtió en la reina de la comedia romántica durante casi una década (también de la mano de Nora Ephron en su papel de directora en SIntonía de amor y Tienes un Email). Luego vendrían los problemas personales, el probar nuevos caminos en el cine y las cirugías que le robaron toda la frescura a su cara.
Los dos papeles secundarios de importancia también fueron interpretados por dos elecciones improbables pero fructíferas. Bruno Kirby y Carrie Fisher son los mejores amigos de cada uno y terminan formando su propia pareja.
Hay un quinto gran personaje en la película. Es Nueva York. Una ciudad cinematográfica. Son muchos los directores que la filmaron, muchas las películas que la recorren. Aquí Reiner muestra su amor por la ciudad. Y no trata de ser original. Los lugares son icónicos. El Central Park, el Met, Katz´s o el Cafe Luxembourg. Lo mismo ocurre con la música. Un crooner joven que se consagra, Harry Connick Jr. Una big band. Y standards. Temas clásicos del cancionero norteamericano con It had to be you como gran estrella. Ese aire clásico, esa afirmación en lo tradicional es toda una declaración de principios del director. Una comedia romántica que representa a toda una tradición, que toma cada uno de los elementos del género y los reconfigura. Cuando Harry conoció a Sally resume todas las grandes virtudes y características del género y porque se convierte en un mojón indispensable para entender todo lo que vino después: Mujer Bonita, Cuatro Bodas y un funeral, Sintonía de amor y muchas más.
Nadie puede dudar que el momento más memorable de la comedia es el orgasmo fingido por Meg Ryan en el restaurante rodeada por cientos de personas. Todos colaboraron en su creación. En todas las grandes películas, los momentos más memorables se construyen con aportes de muchos, que van dándole una textura al momento, agregando detalles, sumando capas, perfeccionando la situación original
La novia de un amigo sacó el tema en una cena y Nora descubrió que las mujeres reían mientras los hombres miraban perplejos e incómodos. Al día siguiente cuando le contó a Reiner, este recorrió toda la productora preguntándole a sus empleadas si alguna vez habían fingido un orgasmo. La respuesta fue unánime.
En sus inicios, en las primeras versiones del guión, sólo se trataba de una conversación entre los personajes. Harry se vanagloriaba de que las mujeres la pasaban bien en la cama con él, y ella le afirmaba que seguramente más de una había fingido. El director propuso mostrar la simulación: podía ser más convincente que sólo contarlo. Show not tell, el viejo principio de los narradores norteamericanos. Meg Ryan pidió que fuera en un lugar público, que iba a tener más efecto.
El problema fue que en el momento del rodaje la actuación no convencía a Reiner. Las decenas de personas del equipo técnico, los extras y las cámaras no permitían que Meg se soltara. El director le fue exigiendo cada vez un poco más hasta llegar a la toma que quedó en la película. Para mostrarle a Meg la intensidad de lo que pretendía, Reiner se sentó frente a ella en la mesa, y comenzó a gritar como un poseso mientras golpeaba la mesa. “Algo así tiene que ser”, le dijo.
Con la sonrisa irónica de Meg Ryan y su inmediato volver a la ensalada que estaba comiendo podría haber finalizado la escena. Pero en medio del set, Billy Crystal propuso otro remate. Y ese one-liner es el más recordado de la película (elegido entre las 100 grandes frases del cine norteamericano por el American Film Institute). Apenas Sally finaliza su prolongado orgasmo fingido, vemos a una señora mayor (la madre de Rob Reiner en la vida real: Rob decía que lo peor de haberle mostrado a Meg cómo quería a Sally en la escena fue haber fingido un orgasmo delante de su madre) decirle a un mozo: “Quiero lo mismo que ella”; en inglés es todavía mejor: I´ll have what she’s having.
Hace unos años, cuando tenía 14, la hija de Meg Ryan vio la escena por primera vez. La actriz estaba en su cuarto cuando escuchó que desde el living provenían gritos y gemidos que a ella le resultaron demasiado conocidos. Al asomarse vio a su hija con quien era su pareja en ese momento, el músico John Mellencamp, viendo ese fragmento de la película. Meg se retiró avergonzada. Mientras Mellencamp decía que la chica debía saber que la madre había protagonizado una de las grandes escenas de la historia de la comedia cinematográfica.
En el lugar en que se filmó, en el famoso Katz’s Deli del Downtown de Nueva York, hay un cartel colgando del techo que señala la mesa en que Meg Ryan fingió su orgasmo.
Otro detalle de esa escena sacado de la vida real. La manera de Sally de pedir comida en los restaurantes está sacada de lo que acostumbraba hacer Nora Ephron. En un almuerzo de trabajo mientras pulían el guión, Reiner fue testigo de unos de esos pedidos específicos, minuciosos, obsesivos y pegó un grito: “Esta tiene que ser una de las características de Sally”. A Nora no le costó nada escribir esas líneas; sólo tuvo que hacer un poco de memoria. Unos años después del estreno, Nora Ephron mientras viajaba en primera clase de un avión ante la oferta para almorzar intentó amoldar el pedido a sus gustos, exigiendo muchas modificaciones. Apenas terminó la azafata la miró y le dijo: “¿Usted vio Cuando Harry Conoció a Sally? Me hace acordar a la protagonista?”.
Harry es muy parecido al director. Billy Crystal decidió hacer su propia versión de Rob Reiner, más que a Harry, interpretó a su amigo Reiner, recién separado, sarcástico, algo desesperanzado y repleto de altibajos emocionales
Mientras preparaban el rodaje, Rob Reiner solía tener, por las noches, largas conversaciones telefónicas con Billy Crystal. En varias ocasiones, ambos mientras charlaban sobre la película estaban viendo lo mismo por televisión: algún partido de béisbol, una entrevista, algún clásico de los años cuarenta. De allí, de reconocer esa situación que se había vuelto cotidiana para ambos, provino la escena en la que los protagonistas hablan por teléfono mientras cada uno ve Casablanca en su TV.
Un momento inolvidable de la película es el de la conversación telefónica simultánea entre los cuatro personajes principales. Es la mañana posterior al primer encuentro sexual entre Harry y Sally. Los dos llaman a sus mejores amigos, que son pareja entre sí. Atienden desde la cama matrimonial. Así vemos y escuchamos como le cuentan qué sucedió y cuál es su estado de ánimo y, principalmente, sus temores.
La escena tiene un timing perfecto. Es un ballet verbal. Sincronicidad, armonía, impacto y gracia. Está magistralmente escrita pero las actuaciones y la puesta en escena son magistrales. Rob Reiner decidió disponer tres sets para llevarla a cabo. Uno era el principal, el del dormitorio de la pareja de amigos interpretado por Bruno Kirby y Carrie Fisher. En otro estaba Billy Crystal y en el tercero Meg Ryan. No hay cortes, todo sucede simultáneamente. Y no es una situación breve. Durante la filmación nadie podía equivocarse. La escena era de un solo largo plano fijo. Si había errores debían empezar de nuevo. A la interacción de los cuatro se sumaba otro inconveniente, la coreografia. Al principio y al final de las conversaciones debían suceder simultáneamente algunas cosas; por ejemplo debían cortar el teléfono en el mismo momento. Todo eso ocasionó que se requieran 61 tomas hasta llegar a la que queda en la película.
Hay una enorme cantidad de one liners, réplicas brillantes, diálogos cincelados, escenas encantadoras. El primer viaje en auto, apenas se conocen, cuando Harry instala su teoría de la imposibilidad de la amistad entre el hombre y la mujer, que luego irá rigiendo el resto del relato, mientras escupe semillas de uva por la ventana.
O la caminata -marcha atlética, un signo de época- por el Central Park mientras Crystal y Kirby analizan qué pasó después de la noche de sexo: “Es que la mayoría de las veces te acostás con alguien y ella te dice todas sus historias, y vos le contás todas tus historias. Sally y yo ya habíamos oído todas las historias de cada uno. Así que una vez que no acostamos, no sabíamos qué hacer. ¿Entendés?”, dice Harry.
O la argucia que él mismo encuentra para explicar por qué no funciona lo que tendría que funcionar: “Quizás llegás a un punto en una relación donde es demasiado tarde para el sexo”.
O esa magnífica escena final, la del reencuentro, la de la fiesta de fin de año, luego de que Harry atravesara toda la ciudad corriendo para llegar hasta Sally con una encantadora declaración de amor, la enumeración de detalles, gestos menores (pero definitivos) que sólo ve alguien que conoce mucho al otro, que sólo ve un enamorado: “Adoro que sientas frío cuando hacen 22 grados; adoro que tardes una hora y media en pedir un sándwich; adoro que se te frunza la frente cuando me mirás como si estuviera loco; adoro que después de pasar el día con vos después siga oliendo tu perfume; adoro que seas la última persona con la que quiero hablar antes de irme a dormir. Vine porque cuando te das cuenta que querés pasar el resto de tu vida con alguien, querés que el resto de tu vida empiece lo antes posible”.
Nora Ephron además de guionista era periodista. Tuvo una idea que, al principio, a los demás no convencía demasiado: incorporar unos inserts en los que parejas mayores contaran su historia de amor mirando a cámara. Esas historias, desgrabadas, luego fueron recreadas por actores desconocidos (la mano de Reiner para dirigir intérpretes queda evidenciada en cada una de estas intervenciones). Esos inserts airean la película funcionan como elipsis, marcan los saltos temporales e incorporan ternura e historias encantadoras. Además sirve para darle circularidad a la historia y ubicar en el último tramo a Harry y a Sally contando su historia, su casamiento con la torta con la crema y la salsa a un costado porque no a todos les gusta.
Ese final no era el original. En las primeras versiones del guión la pareja no terminaba junta. El enojo -el dolor- se prolongaba y se reencontraban cinco años después profesándose el cariño de siempre pero cada uno en una relación con otra persona. Reiner cuenta que se decidió a modificarlo, resolvió que Harry y Sally terminen casados, porque en medio de la filmación se enamoró luego de diez años de soltero. Fue, sostiene, su apuesta por el optimismo.
Otro motivo un poco más profano fue el de la taquilla: una comedia con final feliz funciona (mucho) mejor que la que tiene uno realista pero más amargo. El final original, posiblemente, fuera más acorde a esta historia. Un amor platónico que tiene gran parte de su asidero, de su concreción (porque el amor, la entrega, la intimidad se habían concretado mucho antes, más allá de la noche de sexo) en que siempre hay otras personas entre ellos. O que valoran tanto lo que construyeron sin darse cuenta, casi casualmente, que prefieren sacrificar el contacto permanente para que lo cotidiano no erosione su amor. Tal vez se trate de otra cosa: tal vez cada uno sea para el otro la última reserva, la última carta y siempre crean que todavía no es tiempo de jugarla. Una forma de esperanza.
Con información de infobae.com
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