Seis lecciones del caso serbio para la transición en Venezuela  - 800Noticias
800Noticias
Nacionales

Por Erik Jennische y Goran Miletic (*)

Faltan menos que dos meses para las elecciones en Venezuela y con una combinación de habilidades y suerte, la oposición y la sociedad civil pueden cambiar el curso de la historia. Hace 25 años, Serbia tomó un camino hacia la libertad y Civil Rights Defenders, parte del proceso, analiza similitudes y aprendizajes de esa transición a la democracia.  

La década de 1990 fue un período oscuro en Yugoslavia. El colapso del comunismo en Europa del Este, junto con las demandas populares de democracia y libertad económica, empujaron a la ola de democratización más radical y pacífica de la época. Sin embargo, en Yugoslavia, en los Balcanes y en el sur del continente las demandas nacionalistas fueron más fuertes que las por la democracia, y derivaron en consecuencias devastadoras.

La figura de Slobodan Milosevic, presidente de Serbia, una de las seis republicas constitutivas de Yugoslavia, desde 1989 y autor de una brutal represión tanto de aspiraciones nacionalistas como democráticas llevó el país a guerras brutales, a un genocidio de musulmanes bosnios y a flujos masivos de refugiados.

A finales de esa década, Milosevic presidía a Yugoslavia que consistía en las repúblicas de Serbia y Montenegro, las únicas dos que no habían declarado su independencia. La economía estaba en declive y dominada por intereses criminales, la inflación alcanzó su punto máximo en enero de 1994 y llegó ser de 313 millones por ciento. Muchas sanciones internacionales seguían vigentes y durante la primavera de 1999, la OTAN bombardeó la infraestructura yugoslava y mató a miles para obligar a Milosevic a retirar sus tropas de la guerra en Kosovo.

Hacia las elecciones

La situación era insostenible. Quienes apoyaban a Milosevic se habían enredado en teorías de conspiración y mitos no muy diferentes de los que constituyen el mundo de Vladimir Putin en la guerra contra Ucrania. Y quienes querían un cambio, desconfiaban de que las elecciones pudieran sacar a Milosevic del poder.

La oposición, dividida desde hacía tiempo, finalmente se había reunido en una coalición llamada Oposición Democrática de Serbia (DOS) y decidió presentarse a las elecciones parlamentarias yugoslavas programadas para el 24 de septiembre de 2000. Si lograba obtener la mayoría del parlamento federal, también podría elegir un nuevo presidente.

La situación era extremadamente tensa. Un par de meses antes de las elecciones, el parlamento cambió la constitución para que el presidente fuera elegido directamente y no por el parlamento, y que las presidenciales también se celebraran en septiembre. Esto para dificultar que DOS encontrara un candidato común en tan poco tiempo.

La oposición se la jugó por Ivan Stambolić, un ex mentor de Milosevic y presidente de la república yugoslava de Serbia en los 80. En agosto de ese año, antes de ser nominado como candidato y a menos de dos meses de las elecciones, Stambolić desapareció y luego fue encontrado asesinado.

Tras la noticia, DOS designó al conservador Vojislav Koštunica como candidato a la presidencia de Yugoslavia. Él venía de un pequeño partido sin influencia real y sin mucha capacidad de formar gobierno solo.

Sin embargo, la oposición política serbia, unida en el movimiento DOS, tenía personajes fuertes como el filósofo y antiguo activista estudiantil Zoran Đinđić, líder del Partido Democrático. Había sido alcalde de Belgrado y durante mucho tiempo estuvo en desacuerdo con la oposición más conservadora. Đinđić apoyaba al Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia, TPIY, que investigaba crímenes contra la humanidad cometidos durante las guerras en la década de 1990, los conservadores lo rechazaban.

Esa campaña electoral estuvo marcada por las manifestaciones sociales, la cultura y la calle. El movimiento activista no violento Otpor (Resistencia) organizó a estudiantes y jóvenes de todo el país en masivas concentraciones callejeras bajo el lema “¡Gotov je!» “¡Ya está!”.

La elección presidencial en Yugoslavia era a dos vueltas. Toda la oposición democrática estaba unida detrás de Koštunica mientras que el movimiento nacionalista estaba dividido entre varios partidos y candidatos. Según la Comisión Electoral, el candidato opositor sacó más votos que Milosevic, pero no más del 50 por ciento. La comisión declaró que habría una segunda vuelta.

Para el país era evidente que los resultados habían sido manipulados, lo que generó enormes manifestaciones en la calle. La policía y las fuerzas de seguridad, que antes habían reprimido las protestas, se contuvieron al ver la dimensión de las marchas entendiendo que la amenaza contra el sistema era real. Finalmente, cuando Milosevic se dio cuenta de que había perdido el control del aparato de seguridad, se vio obligado a renunciar el 5 de octubre.

Con la renuncia de Milosevic, la comisión electoral invalidó los resultados anteriores y reconoció la victoria de Koštunica como presidente de Yugoslavia con más del 51% de los votos.

Nuevo primer ministro

Unos meses después, se celebraron elecciones parlamentarias en Serbia y el movimiento opositor DOS obtuvo la mayoría con lo que Zoran Đinđić se convirtió en primer ministro de esa la república más grande de Yugoslavia.

Su primer objetivo fue emprender una serie de reformas para garantizar la democracia. En abril del año siguiente, Slobodan Milosevic fue arrestado por la policía de Serbia, y entregado al TPIY en La Haya. Koštunica, cuyo gobierno yugoslavo no controlaba la policía en Serbia, protestó enérgicamente.

Milosevic se convirtió en el primer presidente en ejercicio en ser acusado de crímenes de guerra.

Las tensiones entre el presidente Koštunica en Yugoslavia y el primer ministro serbio Đinđić complicaron el proceso de democratización, y las fuerzas militares y de policía, históricas aliadas con el crimen organizado, nunca fueron reformadas a fondo. Justamente una conspiración entre estas derivó en el asesinato de Zoran Đinđić en marzo de 2003.

Años más tarde, Serbia y Montenegro declararon su independencia, y Yugoslavia dejó de existir.

Un camino de espinas

Desde entonces han pasado casi 20 años, en los que el aislamiento ha cesado, la economía se ha modernizado y tanto las elecciones como las libertades de expresión y de organización son garantizadas por la constitución. Por ejemplo, hace quince años era imposible celebrar un desfile del Orgullo LGBTIQ+ en el país. Ahora, el desfile de Belgrado es un evento grande y popular, protegido por la policía y que convoca a activistas y visitantes de toda Europa.

Sin embargo, los gobiernos serbios nunca han dejado de interferir políticamente en la parte de Bosnia y Herzegovina dominada por su país. Y aunque Kosovo, una vez una provincia de Serbia, ha sido reconocida como independiente por muchos de los países de la región y del mundo, Serbia lo rechaza. Esto ha socavado los procesos políticos de transición en los tres países, ya que los argumentos nacionalistas prevalecen sobre los democráticos.

El TPIY ha condenado a decenas de políticos y militares de la antigua Yugoslavia a prisión por crímenes contra la humanidad, lo que ha contribuido a los procesos de justicia transicional en la región. Pero el juicio contra el actor más importante de las guerras, Slobodan Milošević, se prolongó durante años, y en marzo de 2006, Milošević murió en prisión justo antes de que se presentaran las conclusiones.

En Serbia todavía persiste una cultura política asociada a las décadas del 80 y 90, con nacionalismo extremo y temor por los valores modernos y liberales. El actual presidente Aleksandar Vučić, elegido en 2017, es cada vez más autoritario. Tiene buenas relaciones con Vladimir Putin, y cuando Xi Jinping recorrió Europa a principios de mayo, Belgrado fue una de las tres capitales que visitó.

Las redes criminales formadas en Yugoslavia durante las guerras de la década de 1990 aún permanecen intactas y tienen poder más allá de las fronteras del país.

Guías para la transición

El caso serbio puede brindar al menos seis luces para la transición de Venezuela hacia un cambio político:

1. Reformar movimientos políticos aferrados al poder es casi imposible y no van a renunciar de forma voluntaria. Lo que sí puede pasar es que un conjunto de presiones pueda llevarlos a elecciones, y los comicios pueden agrietar su sistema político y de seguridad. Una oposición bien organizada puede explotar aún más esas grietas y encontrar las alianzas necesarias dentro del sistema que permitirán la transferencia de poder.

2. Una oposición democrática necesita una sociedad civil bien organizada en momentos electorales: en Serbia, la sociedad civil salió a movilizarse por la candidatura alternativa, contra resultados considerados fraudulentos y empujó que la transición fuera una realidad.

3. Cuando la oposición tiene una victoria electoral sobre el gobierno, las diferencias y tensiones preexistentes pueden resurgir. Por eso el programa de reforma debe tener un apoyo político lo más amplio posible, arraigo popular y promovido en transparencia.

4. Las estructuras que sostenían al gobierno no van a desaparecer con una transición política, tratarán de recuperar el poder. Por eso, es necesario tramitar una reforma estructural a las fuerzas de seguridad tan pronto como sea posible, para posibilitar el éxito del nuevo gobierno.

5. Activar y dar celeridad a procesos de justicia transicional es fundamental para garantizar el derecho a la verdad, la justicia y la reparación a víctimas de graves violaciones de derechos humanos e impedir que los responsables regresen al poder.

6. La paz con los países vecinos y el respeto por su independencia son requisitos para la democracia del país y para la convivencia pacífica de la región. Tener posiciones hostiles con los vecinos amenaza las relaciones y debilita los valores democráticos internos.

(*) Erik Jennische y Goran Miletic, directores de los departamentos de América Latina y Europa de Civil Rights Defenders.

Únete a nuestro canal de Telegram, información sin censura: https://t.me/canal800noticias

Síguenos por @800noticias