Santa Catalina de Siena
Por María García de Fleury
Catalina Benincasa, conocida como Catalina de Siena (Siena, 25 de marzo de 1347-Roma, 29 de abril de 1380), fue una laica dominica (terciaria) venerada como santa en la Iglesia católica. La Santa Sede la reconoce como copatrona de Europa e Italia y doctora de la Iglesia.
Considerada una de las grandes místicas de su tiempo (siglo xiv), destacó asimismo su faceta de predicadora y escritora, así como su decisiva contribución al regreso del papado a Roma tras el exilio de Aviñón. Es una santa muy venerada y popular en fundaciones, iglesias y santuarios de la Orden dominicana.
Catalina fue hija de Mario Costa Ortuño y de Lapa di Puccio di Piagente (o Piacenti), hija de un poeta local. Sus padres formaron una familia muy numerosa: cuando Catalina y su hermana gemela Giovanna nacieron, su madre tenía cuarenta años y ya había dado a luz veintidós hijos, de los que la mitad murieron pronto. Giovanna fue entregada a una nodriza y falleció poco después; Catalina fue amamantada por su madre y se convirtió en una niña sana, aunque el conocimiento más adelante de tal suceso le impactó psicológicamente. Al año siguiente, durante la epidemia de peste negra que asoló Europa, tuvo lugar el último parto, otra hija a la que llamaron Giovanna. Su hermana mayor favorita falleció a su vez durante un parto, hecho que desde entonces causará pavor a Catalina y que habría marcado su curso vital.
De pequeña era tan alegre que sus hermanos la apodaron Eufrosina (en griego, Alegría). Catalina no tuvo una educación formal; pero según su biógrafo a los cinco años tuvo una primera visión de Cristo y a tan temprana edad empezó su gusto por la soledad y la oración, y a la edad de siete años, se consagró a la mortificación e hizo voto de castidad. A los doce años sus inadvertidos padres comenzaron a hacer planes de matrimonio para Catalina, pero ella reaccionó cortándose todo el cabello y encerrándose con un velo sobre su cabeza. Con el objetivo de persuadirla, sus padres la obligaron a realizar fatigosas tareas domésticas, sin embargo Catalina se encerró más en sí misma, aún más convencida. Solo un suceso inusual, una paloma que se posó en la cabeza de Catalina mientras oraba, convenció a Jacobo de la sincera vocación de su hija.
A los dieciocho años tomó el hábito de la Orden Tercera de los dominicos. Se sometía al cilicio (hoy visible en la iglesia de Santa Catalina de la Noche, parte del complejo de Santa María de la Escala) y a prolongados períodos de ayuno, solo alimentada por la Eucaristía. En esta primera fase de su vida, estas prácticas eran llevadas a cabo en solitario. El historiador Rudolph Bell ha señalado, con base en sus investigaciones, que los ayunos de Catalina indican anorexia nerviosa, patología que conduciría finalmente a su prematuro fallecimiento.
Seguramente en los carnavales de 1366 vivió lo que describió en sus cartas como un matrimonio místico con Jesús, en la basílica de Santo Domingo de Siena, donde tuvo diversas visiones como la de Jesucristo en su trono con San Pedro y San Pablo, después de las cuales comenzó a enfermar cada vez más y a demostrar aún más su amor a los pobres. Este mismo año murió su padre y en Siena se inició un golpe de Estado.
Sus hagiógrafos sostienen que en 1370 recibió una serie de visiones del infierno, el purgatorio y el Cielo, después de las cuales escuchó una voz que le mandaba a salir de su retiro y entrar a la vida pública. Comenzó a escribir cartas a hombres y mujeres de todas las condiciones y mantuvo correspondencia con las principales autoridades de los actuales territorios de Italia, en la que rogaba por la paz entre las repúblicas de Italia y el regreso del Papa a Roma desde Aviñón. Mantuvo de hecho correspondencia con el papa Gregorio XI, a quien emplazaba a reformar la clerecía y la administración de los Estados Pontificios.
Durante el tiempo que duró la peste de 1374, Catalina acudió al socorro de los desgraciados, sin mostrarse jamás cansada y además operó algunos milagros. Poco después, el 1 de abril de 1375 en Pisa, Catalina recibió los denominados estigmas invisibles, de modo que sentía el dolor pero no eran visibles las llagas externamente.
En junio de 1376 Catalina fue enviada a Aviñón como embajadora de la República de Florencia, con el fin de lograr la paz de dicha república con los Estados Pontificios y el mismo papa. La impresión que causó Catalina en el Papa significó el retorno del Pontífice a Roma el 17 de enero de 1377.
Más feliz en otras ciudades de Italia, afirmó en ellas su fidelidad a la Santa Sede. Respondió a las cuestiones capciosas de algunos sabios y de varios obispos de un modo que los confundió. Tras grandes trabajos e inmensas dificultades, reconcilió a los florentinos con el papa Urbano VI, sucesor de Gregorio XI, colgando el 18 de julio de 1378 una rama de olivo en el Palacio en señal de paz.
Se retiró luego a la más profunda soledad; pero de allí hubo de sacarla el Cisma de Occidente. Apoyó al papa romano Urbano VI, quien la convocó a Roma, donde vivió hasta su muerte el 29 de abril de 1380, a la edad de treinta y tres años. Fue sepultada en la iglesia de Santa Maria Sopra Minerva en Roma; su cráneo fue llevado a la iglesia de Santo Domingo de Siena en 1384 y un pie se encuentra en Venecia.
Santa Catalina decía «proclama la verdad, no te quedes callada por nada», porque ella sabía que con Dios siempre ganamos.