Santa Ángela Mérici, por María García de Fleury
Por: María García de Fleury
Hablar de Ángela Mérici es hablar de una persona muy atractiva al día de hoy porque existen muchos paralelismos entre la situación que a ella le tocó vivir y la situación actual. Ella vivió en pleno renacimiento, cuando se estaba elaborando un nuevo mundo, había nuevos descubrimientos, nuevos conocimientos y donde la herejía de Lutero estaba haciendo estragos. De niña había aprendido a rezar en familia y a leer por las tardes un libro de piedad o la vida de los santos. Estas prácticas piadosas caseras las mantuvo toda la vida y se las enseño a sus seguidoras.
A los 9 años consagró a Dios su virginidad y persuadió a su hermana para que hiciera lo mismo, entró en la orden tercera de San Francisco y de allí en adelante vivió el espíritu y las reglas franciscanas en toda su plenitud y eficacia, desde aquel momento se llamó hermana Ángela y así pudo permanecer en el mundo y a la vez vivir como una perfecta religiosa.
Un día, llamando la atención por la fama que ella tenía, un estudiante, se le presentó divinamente bien vestido y le preguntó si era verdad que Dios lo llamaba a él al sacerdocio. Ángela lo miró y le contestó: “Tiene usted que mejorarse mucho antes de abrazar el sacerdocio, porque ser sacerdote pide sencillez y modestia y me parece que usted está muy inclinado a la vanidad”. El joven confesó su equivocación y reformó su vida.
Ángela consiguió reconciliar personas de la aristocracia que hacía largo tiempo se profesaban un odio mortal y este hecho tuvo una resonancia muy grande entre toda la población.
En mayo de 1524 Ángela hizo una peregrinación a Tierra Santa y cuando desembarcó en uno de los puertos llamado Candia, perdió de repente la vista, pero siguió el viaje. Al llegar a Tierra Santa, en el calvario, así ciega y todo, renovó sus votos y en la iglesia de Santo Sepulcro entendió más acerca de la misión que Dios quería de ella.
De regreso, el barco hizo escala nuevamente en Cadia, y a Ángela la llevaron a una iglesia donde se veneraba un santo Cristo milagroso. Se puso en oración y al momento recobró la vista, todos felices regresaron a Venecia desde donde habían salido.
Ángela se entrevistó con el Papa Clemente VII Y le habló de la gran necesidad de educar a las niñas y que para eso era lo que sentía que Dios la llamaba. Comenzó su fundación con doce jóvenes, las puso bajo la protección de Santa Úrsula y les propuso llevar una vida retirada en sus respectivas casas. Durante el día ella las instruía en el amor y la práctica, de la pureza, la mortificación, la obediencia la pobreza y la caridad.
Hacia el final de ese año ya sus hijas espirituales eran 28 y se reunían todos los días. Les hizo ver a ellas los males por los cuales estaba pasando la iglesia, como Inglaterra estaba arrastrada por el Rey, como Lombardía estaba amenazada por el protestantismo que estaba destrozando a Alemania y en todas partes la ignorancia religiosa traía grandes males.
A la vez, les destacó el bien que podía producir en el mundo la fundación de un grupo de religiosas que supieran unir la vida activa con la contemplativa y se dedicaran a la enseñanza de las niñas. Las primeras religiosas ursulinas emitieron los votos el 25 de noviembre de 1535 en Brescia, Italia, en la iglesia de Santa Afra, eran 27 y un mes después ya eran 60.
A los tres votos de religión de pobreza, castidad y obediencia, añadían el de consagrase a la enseñanza. Cinco años después de la fundación de Santa Úrsula murió Santa Ángela, el 27 de enero de 1540, sus últimas palabras fueron: “!Dios Mío te amo!”, consciente de que con Dios ¡siempre ganamos!