Reflexión: Santa Clara, San Antonio de Padua y la Eucaristía - 800Noticias
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María García de Fleury

Santa Clara de Asís, la primera mujer que siguió a San Francisco de Asís, vivió una vida de espiritualidad intensa. San Francisco le pidió a ella y a sus compañeras que vivieran en la iglesia de San Damián, donde se retiraron para orar y venerar al Santísimo Sacramento, rezando por la eficacia de la labor de Francisco y sus compañeros.

Sin embargo, vivieron en tiempos de guerra. El emperador Federico II, conocido por su mala conducta y su tensa relación con la iglesia, había sido excomulgado dos veces. En 1234, su ejército sarraceno estaba devastando los valles de Italia. Cuando llegaron a Asís, se prepararon para escalar los muros de San Damián, donde vivía Santa Clara y las primeras seguidoras de su recién fundada orden religiosa.

A pesar del miedo, Santa Clara mantuvo la serenidad. En su habitación, a pesar de estar muy enferma, se arrodilló con el Santísimo Sacramento y oró por protección. En respuesta, oyó una voz suave que le aseguraba que las defendería. Clara continuó rezando, pidiendo protección también para la ciudad de Asís y sus habitantes.

Confiada, Clara aseguró a sus hermanas que no sufrirían ningún daño si confiaban en Cristo y en el Santísimo Sacramento. Cuando los soldados sarracenos entraron, Clara levantó el Santísimo Sacramento y, para su sorpresa, los soldados cayeron de espaldas y huyeron. Desde entonces, Santa Clara es a menudo representada llevando un recipiente con el Santísimo Sacramento.

Siete años después, un ejército aún más grande amenazó Asís. En respuesta, Clara convocó a sus hermanas para orar y demostrar su humildad y desprendimiento a Dios. En ese momento, una furiosa tormenta dispersó al ejército, salvando la ciudad una vez más gracias a la intercesión de Santa Clara.

Por otro lado, San Antonio de Padua, también vivió en Italia. Criado en la nobleza portuguesa, Antonio se dedicó a la vida religiosa desde joven. A pesar de las tentaciones, se fortaleció visitando al Santísimo Sacramento y consagrándose a la Virgen María.

Antonio se convirtió en fraile y se dedicó a la oración y al servicio a los demás. Su elocuencia y sabiduría lo llevaron a ser reconocido como un gran orador y fue enviado a predicar. Su acción apostólica contra los herejes fue tan eficaz que se ganó el apodo de “el incansable martillo”.

En una ocasión, un hombre desafió a Antonio a probar que Jesús estaba en la Eucaristía. Antonio aceptó el desafío y, en un milagro ahora famoso, una mula hambrienta se arrodilló ante la Eucaristía en lugar de comer el pasto que se le ofrecía. Este milagro es uno de los más conocidos de San Antonio.

San Antonio, un incansable predicador, instruyó a jóvenes y se dedicó a la oración hasta su muerte a los 35 años. Durante sus funerales, se produjeron demostraciones extraordinarias de veneración, un testimonio del amor y respeto que le tenían como un hombre de Dios.

Estas historias de Santa Clara de Asís y San Antonio de Padua nos recuerdan el poder de la fe, la oración y la Eucaristía. A pesar de las dificultades y desafíos, ambos santos demostraron que, con Dios, ¡siempre ganamos!

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