La desnutrición en Venezuela, un problema más allá de la alimentación
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Si Isabela* pidiera un deseo, sería una muñeca. O un vestido nuevo. O una casa de cemento y ladrillo. Aunque, si lo piensa mejor, pediría más bien que nunca más falte la comida en su casa para no tener que dormir cuando le toca comer.
Por ahora, a Isabela no le queda otra salida que asumir con resiliencia la crueldad de la pobreza. Y más que por fortaleza, su resistencia se debe al sometimiento de sus pasos cortos y al balbuceo en sus palabras: a la dependencia inherente de su infancia que le impide hacer o decir algo contra el hambre.
El rastro de la pobreza está reflejado en su cuerpo, y en su rostro, que también es el rostro de los abandonados. En su entorno —como en el de todo el que la sufre—, la pobreza es el desencadenante de carencias que golpean a velocidades fuertes. Y como en Isabela, los síntomas son visibles en quienes fueron despojados de su energía; en el peso y la talla.
Isabela vive en La Victoria, una vereda de Río Chico en Barlovento, una región donde el hospital no tiene insumos médicos y casi no hay profesionales; el servicio de agua no es estable, la luz la cortan todos los días y la venta de gas es cada cinco meses.
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