El Vaticano abre sus telescopios al mundo
EFE
Dos cúpulas de madera coronan el palacio veraniego de los papas en Castel Gandolfo, un pueblo romano sobre un volcán extinto. En su interior, desde hace casi un siglo, unos antiguos telescopios apuntan al cielo, brindando una ventana al universo que «pronto» se abrirá también al público.
Este singular e histórico observatorio astronómico, conocido como ‘Specola Vaticana’ (del latín ‘specula’, lugar de vigilancia), es uno de los más antiguos del planeta, pero se ha ido actualizando para seguir contribuyendo al debate científico internacional.
«Colaboramos con todos los observatorios del mundo (…) y, como el resto, participamos en los estudios. Ahora, por ejemplo, estamos elaborando una clasificación espectral de las estrellas», explica a EFE el asistente técnico Claudio Costa, entre máquinas y lentes.
El Vaticano en realidad posee varios telescopios en distintos lugares para adentrarse en los insondables secretos de la Creación.
Dos estaciones se encuentran desde hace casi un siglo en Castel Gandolfo, al sur de Roma, mientras que otra moderna y completamente robotizada fue abierta en 1993 en el monte Graham de Arizona, en Estados Unidos (Telescopio Vaticano de Tecnología Avanzada – VATT).
El palacio-telescopio pontificio
Castel Gandolfo es un apacible pueblo frente a un lago volcánico dominado por un palacio de muros amarillos y cuidados jardines que los papas usaron tradicionalmente para escapar del calor sofocante que asola Roma durante el estío.
Pero también fue el lugar que la Santa Sede eligió para construir dos observatorios para estudiar el universo: uno en la azotea del mismísimo palacio pontificio y otro en la cercana Villa Barberini.
En el primero, dos cúpulas de madera revestidas con metal rotan, se abren y cierran para permitir ver el cielo mediante dos objetivos de unos 8 metros de altura, uno «visual» capaz de abarcar una vasta región de cosmos y ver a gran distancia, y otro fotográfico.
El ingeniero Costa pasea y habla bajo los gigantescos visores de esta planta en la que trabaja desde 1982, demostrando con un tono evidente de orgullo que conoce cada engranaje, y promete que «pronto» estará abierto al público, puede que este mes de octubre.
Los apasionados de astronomía ya pueden reservar la visita a los telescopios de Villa Barberini, pero el Vaticano quiere ahora abrir los del palacio papal, ya que Francisco desde su elección en 2013 decidió no pisarlo (para disgusto de los vecinos del pueblo, que habían hecho de la presencia pontificia un maná comercial).
Para ello ya se está asegurando la azotea, poniendo, por ejemplo, una verja que evite que alguien caiga al vacío en las futuras noches de contemplación celeste, y habrá que cambiar ventanas o asegurar unas cúpulas cuya madera rechina fuerte con el viento otoñal.
Ciencia y fe, juntas en los cielos
El interés de la Iglesia por los astros es centenario y está repleto de claroscuros. Galileo fue condenado por la Inquisición por avalar el heliocentrismo en el siglo XVII y no fue rehabilitado hasta 1992, por Juan Pablo II; Por otro lado un cura belga, George Lamaitre, pergeñó la teoría del ‘Big Bang’, por citar dos ejemplos.
En cualquier caso, los orígenes históricos de la ‘Specola’ arraigan en el siglo XVI, cuando Gregorio XIII hizo construir en el Vaticano la ‘Torre de los Vientos’ para que astrónomos y matemáticos jesuitas reformaran el calendario -«gregoriano»- en 1582.
Pero la fundación de la institución como tal se dio el 14 de marzo de 1891, mediante una bula con la que León XIII quiso rebatir las acusaciones de oscurantismo llegadas del neonato Estado italiano (dos años antes Roma levantaba un monumento al astrónomo Giordano Bruno en la plaza donde fue quemado en 1600, Campo dei Fiori).
Los científicos trabajaron en la ‘Torre de los Vientos’ vaticana hasta que la modernidad iluminó Roma, dificultando la observación nocturna, y a comienzos del siglo XX tuvieron que mudarse a un lugar alejado de las farolas y el tráfico.
El papa Pío XI dispuso entonces que la ‘Specola’ se trasladara a su residencia de Castel Gandolfo en el año 1935, dotándolo de nuevos telescopios e instrumentos, y asignó a los jesuitas su gestión para el estudio de planetas, estrellas y todo tipo de fenómenos celestes.
Desde entonces, el Vaticano participa en múltiples estudios con los datos que consigue -sobre todo- desde los montes estadounidenses. Entre otros, contribuye a analizar la información del telescopio espacial ‘James Webb’, de la Nasa y la ESA europea, y se afana en la búsqueda de nuevos planetas extrasolares, explica Costa.
Mientras, en la Tierra, los papas seguirán mirando a las alturas a la espera de que sus telescopios ayuden a resolver los misterios del universo, naturalmente con el anhelo eterno de encontrar a Dios entre los destellos celestes de la noche.
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