Carolina Coronado, la mujer que murió cuatro veces
800 Noticias | Foto: Referencial
En una época en la que la muerte parece algo que no nos va a tocar jamás, que hacemos planes para años en adelante, donde además nos atrevemos a firmar hipotecas para toda una vida y más allá. Los humanos del siglo XXI viven como si fueran inmortales, aunque hay algo que no ha cambiado ni un ápice, estos humanos siguen teniendo sobre sus cabezas uno de los terrores más profundos que ha sometido a la humanidad: el de padecer una muerte dolorosa, en sus versiones más escalofriantes está la de ser ahogado o quemado vivo, aunque por encima de todas está la que podría estremecer al más valiente de los mortales: ser enterrado vivo. Algo que en la antigüedad podría ser una posibilidad si sufrías catalepsia.
Durante el siglo XIX se hizo particularmente viral el hecho de que a varias personas se las hubieran encontrado en sus féretros con signos de haber sido enterradas aún con vida, lo que condujo a una histeria colectiva que obligó, rápidamente, a buscar soluciones de lo más rudimentarias. Entre otras, la construcción de ataúdes con sistema de ventilación o, una de las más conocidas, que consistía en atar unas cuerdas al fallecido que sostenían unas campanas o banderines colocados en el exterior de las lápidas para que este tocara en el caso de que despertarse. Hay incluso un término para las personas que tienen miedo a ser enterradas vivas: tafofobia.
En España durante esos años se fraguaba la corriente más confusa y mitificada de la literatura española, el Romanticismo. Todos leímos en el instituto a Bécquer o Espronceda, pero ningún currículo de ninguna ley educativa y la mayoría de las antologías se olvidaron de muchos otros fundamentales sin los cuales no se explicaría ni certera ni objetivamente esta corriente decimonónica. Por eso hoy traemos a una escritora de la que probablemente se inspiró el sevillano Gustavo Adolfo para crear sus golondrinas, una autora fascinante, con una obra extensa y cuidada, donde el espíritu romántico aparece desde su primera creación hasta su última carta, una vida de luces y sombras digna del mejor guión de cine, la extremeña Carolina Coronado (1820-1911). Los poemas de Carolina Coronado son de una belleza extrema y la biografía de Carolina Coronado un compendio de extravagancias y circunstancias poco habituales.
Nacida en el mismo pueblo que Espronceda, Almendralejo, su existencia está marcada por los constantes delirios y supersticiones que rozan la más tétrica de las historias de terror. Desde muy pequeña dice poder contactar con espíritus de seres difuntos, concretamente el de su padre fallecido tiempo atrás. Las apariciones de su progenitor, algunas incluso en misa, provocaron en Carolina constantes desmayos, convirtiendo su salud en débil y enfermiza. Estos pequeños sustos harán de extremeña un espíritu frágil e incomprendido que curiosamente creará una relación extraña con los animales, sobre todo con los pájaros. De hecho, será la muerte de una simple tórtola la que le empuje por primera vez a escribir un poema, texto que, por cierto, enterró con el propio ave, imposibilitando que lleguemos a conocerlo.
Carolina muere, por primera vez, en enero de 1844, los periódicos de la época lo publican e incluso le llegan a escribir poemas de condolencia, recibe flores en casa, coronas y muchos mensajes de ánimo a la familia, pero será un médico amigo quien dude de la muerte de la joven. Este doctor consideró que la chica se encontraba en una especie de letargo y se negó en rotundo a que la escritora fuese enterrada, de modo que la familia se dispuso a velarla hasta que el médico lo indicase. Con la piel pálida, los tirabuzones negros colocados perfectamente y un vestido blanco impoluto quedó Carolina tendida durante varios días, hasta que una mañana, de repente, volvió a la vida. El médico había salvado a la joven de un entierro terrorífico.
Carolina murió para seguir viviendo y tuvo que anunciar en los mismos periódicos, que días antes anunciaron su deceso, que estaba viva y que, aunque “agradeciéndolo” mucho, evitasen seguir enviando a su domicilio mensajes de pésame.
Esta patología del sistema nervioso volvería a aparecer en su vida hasta en tres ocasiones más, familiarizándose con ella como una compañera obligada de vida. Llegó incluso a sacarle el lado positivo ya que fue la excusa para casarse con Horacio Perry. Así lo contaba él en una de las cartas que envió a sus hermanas: “Yo la amaba pero me resistía, me puse en pie para irme, ¡su corazón se paró!, no se desmayó sino que su corazón se paró de repente, instantánea, enteramente. Yacía muerta delante de mí. Pero no, un minuto, dos, no sé, me pareció un año, de pronto como si su pecho se abriera de golpe con un soplo que se podía haber escuchado en el apartamento contiguo y que convulsionó todo su esqueleto, el corazón latió de nuevo, reanudó penosamente sus funciones”. Ante tal temor, el joven Horacio se casó con la escritora no una, sino dos veces.
Con información de Muy Interesante
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