Babilonia: La ciudad con jardines colgantes
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Fruto de una obsesión bastante frecuente y lógica que suelen tener los grandes hombres, gobernantes o simples dictadores, Sadam Huseín concibió en su día el resurgimiento de la Babilonia de Nabucodonosor II. Cualquier tiempo pasado fue mejor y esas cosas que dicen. Era 1989 y un artículo publicado en El País por entonces ya lo advertía: «Ha tomado la decisión, muy discutible desde un punto de vista arqueológico, de reconstruir la capital del imperio caldea, con los palacios y avenidas e incluso los legendarios Jardines colgantes, una de las siete maravillas de la antigüedad».
Aunque Sadam quería imitar al propio Nabucodonosor en aquello de que «todo lo que hizo mi mano quede para la eternidad», y en 2003 reconstruyó (entre otros) el Palacio de Éufrates sobre las ruinas de la ciudad, en algunas ocasiones las interpretaciones fueron bastante libres y sin duda no pudo recrearse el esplendor de la ciudad legendaria. Eso no quita para que en 2019 Babilonia se sumase al listado de Patrimonios de la Humanidad de la UNESCO, después de que Irak hiciera campaña de su importancia en la historia del mundo durante al menos una década.
La humanidad comenzó aquí
Al fin y al cabo, se dice que la humanidad comenzó en Mesopotamia. Su historia es complicada: las primeras ciudades del mundo, como Uruk, la ciudad del mítico héroe Gilgamesh, que tenía unos 40.000 habitantes y desempeñó un papel importante en la urbanización de Sumer, comenzaron ahí.
En un primer momento, con el paso del ser humano nómada al sedentario, esas ciudades se encontraban desperdigadas por lo que hoy es Irak, pero en cierto momento de la historia se unificaron en el Imperio Acadio y después se separaron en los imperios de Asiria y Babilonia. En algunos casos hablamos de personas que vivieron 3.000 años antes de Cristo, en los lugares donde se descubrió la rueda, se desarrollaron la astronomía y las matemáticas o se inventó la escritura cuneiforme, los primeros vestigios de lo que somos ahora. Figuras tan importantes como Pitágoras o Tales y otros sabios del oeste se refugiaron entre sus muros, dispuestos a descubrir cosas que harían progresar a la humanidad entera.
En el caso concreto de Babilonia, en algún momento del siglo VII a.C se convirtió en la mayor ciudad de Mesopotamia, un importante centro de comercio, arte y aprendizaje, aunque su historia es extensa. En el siglo XVII fue el centro del imperio durante el reinado de Hammurabi. Después pasó a manos de los kassitas, y más tarde los asirios capturaron y saquearon la ciudad. Los derrotó el general Nabopolasar en el 626 a.C., y gracias a él y su hijo Nabucodonosor II, la ciudad recuperó su antigua gloria.
Era el hogar de unas 250 mil personas, de trazado ortogonal (siguiendo el estilo sumerio) y se encontraba fuertemente amurallada, además de dividida en dos zonas de área desigual debido al río Éufrates. El recinto estaba protegido a su vez con un segundo cinturón amurallado idea de Nabucodonosor II, en donde cada entrada tenía el nombre de un dios, a lo que Nabónido añadió otra muralla interior entre la ciudad y el río. La ciudad estaba cruzada por canales y las casas eran típicamente mesopotámicas: de dos o tres plantas y con patios interiores.
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