¿Sabes cúales son las emociones que más engordan?, aquí te lo explicamos - 800Noticias
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Con información de Lecturas

Hoy me merezco un homenaje’, te dices. E inmediatamente engulles un cruasán de chocolate. Si solo comieras cuando tu organismo tiene hambre y justo aquello que necesita para funcionar bien, difícilmente engordarías. Pero, como apuntan cada vez más expertos, la realidad es que muchas veces abrimos la nevera movidas por un apetito distinto al fisiológico: el hambre emocional… que lamentablemente no se sacia por mucho que comas.
En su obra ‘¿De qué tienes hambre?’ (Urano), Deepak Chopra, endocrinólogo que ha dirigido el New England Hospital de Massachusetts (EE. UU.), asegura que dos son los motivos que nos llevan a comer. El primero, lo conocemos todos, sentir hambre. El segundo: «estás tratando de llenar un vacío y la comida se ha convertido en el medio más rápido para hacerlo». Si no logras adelgazar, empieza por averiguar si son tus emociones las que te lo impiden.
Hormonas que se descontrolan: por qué nos refugiamos justamente en la comida
El subconsciente la asocia a protección y, al ingerirla, se activan en el cerebro los circuitos del bienestar. El primer placer que experimentamos tras nacer es comer: la madre nos alimenta, lo que nos provoca bienestar y sensación de protección. Eso se graba en el subconsciente y cuando –a lo largo de la vida– nos sentimos heridas, tristes… volvemos a buscar en la comida bienestar y protección.
Alimentos ‘peligrosos’. Por otro lado, cualquier emoción negativa provoca una respuesta de ansiedad: se favorece el aumento de peso porque crecen nuestros niveles de cortisol. Esta hormona, que favorece la grasa abdominal, nos empuja a buscar energía rápida para afrontar el supuesto peligro que ha despertado la ansiedad. Y por eso recurrimos a alimentos ricos en azúcares y grasas.
Gran placidez. Comer, además, despierta una zona del cerebro (el sistema parasimpático) encargada de relajarnos y hacernos sentir bien.
Qué te empuja a comer: ¿de qué tienes hambre tú?
Para descubrir el vacío emocional que pretendemos llenar comiendo hay que autoobservarse bien. No es tarea fácil porque a veces ni siquiera somos conscientes de comer de más o fuera de horas. El endocrinólogo Deepak Chopra ha elaborado una lista de los desencadenantes más frecuentes que nos llevan a comer en exceso, incluso sin hambre. «Marca tantos como puedas aplicarte en tu caso», propone él como un juego. Y continúa:
«Tiendo a comer en exceso si…
…estoy deprimida.
…me siento sola.
…me siento angustiada.
…siento que no soy atractiva.
…estoy sometida a estrés.
…quiero que me consuelen».
Si te paras a pensar sobre ello, es probable que marques una o más opciones. También puedes elaborar un ‘registro diario de ingestas’ durante unas semanas: anota qué comes, después o antes de qué, en qué lugar, con qué ánimo… Descubrirás, por ejemplo, que lo haces siempre que te aburres o cada vez que hablas con tu madre por teléfono.
Conviértelo en rutina: el plan estratégico que frena la compulsión hacia la nevera
Cuando conoces qué es lo que te lleva a comer aun sin hambre puedes empezar a controlar el impulso. Cada vez que tengas tentación de picotear o de comer algo que en realidad sabes que no te conviene, sigue la siguiente estrategia.
Haz una pausa y respira. Es el primer paso para que lo que hagas a continuación sea fruto de una decisión consciente y no de un mal impulso.
Rescata tu detonante. Si has seguido nuestra recomendación de hacer un diario de ingestas, ya sabrás si es el miedo, la tristeza, el tedio… lo que te hace comer de más. Enseguida te darás cuenta de si te está pasando otra vez lo mismo.
Distrae tu cerebro. Si descubres que sí, sabrás que, en realidad, tu cuerpo no quiere alimento. Ponte enseguida a hacer algo alternativo. No importa lo que sea, pero que te distraiga: una tarea doméstica, llamar a un amigo, leer un libro… El cortisol que segregamos ante cualquier estado de ansiedad incrementa el deseo de todas las actividades placenteras. Eso hace que aumente el apetito y obtengamos mayor placer de la comida ingerida. Pero, como hemos dicho, el cortisol aumenta el deseo de todas las actividades placenteras –no solo comer– por lo que solo hay que buscar otra actividad que nos haga sentir bien sin que nos engorde.
Enfréntate a tu miedo, tu tristeza, tu rabia… Llegados a este punto, aún te queda algo importante por hacer: plantarle cara a la causa de la emoción negativa que te incita a comer para que no vuelva a ocurrirte. Si te sientes sola, sal de casa y relaciónate con gente nueva: apúntate a clases de baile, a un club de ajedrez…; si un jefe te estresa, intenta ponerte en su lugar, estudia qué le gusta y qué no para interaccionar mejor con él…; si la relación con tu madre te daña, reflexiona sobre qué te pasa con ella e intenta solucionarlo. Si no logras dar con la emoción que te bloquea o no consigues vencerla, quizá necesites la ayuda de un profesional de la psicología.
Háblate en positivo. Si cuando te embargue una emoción negativa te dices a ti misma una y otra vez que está en tu mano cambiar las cosas, la transformación empezará. Lánzale siempre mensajes positivos a tu cerebro y visualízate en la situación que te gustaría alcanzar.
Ayudas para no sucumbir
1. Tensa un músculo. Cuando desees comer algo a toda costa, tensa un músculo del cuerpo (puede ser cualquiera: en las manos, en los glúteos, en la barriga…). Es un mecanismo que ayuda a mantener el autocontrol en un determinado momento porque supone dirigir la atención del cerebro a cumplir esa orden, en lugar de acordarse de la comida.
2. Bebe agua. Muchas veces creemos tener hambre cuando, en realidad, el cuerpo necesita hidratación. Antes de picar, bebe siempre un vaso grande de agua. Tras unos minutos, el ‘presunto’ apetito puede haber desaparecido por completo.
3. Imagínate devorando. Qienes están a dieta intentan no pensar en dulces o alimentos grasos para rebajar la tentación de tomarlos. Sin embargo, un estudio de la Universidad de Carnegie Mellon (EE. UU.) ha comprobado que el ansia por comer se reduce más cuando nos imaginamos a nosotras mismas devorando durante unos minutos el ‘manjar’ que más nos apetece.
Y si sucumbes, que sea de la forma más sana posible
Mientras trabajas para evitar el hambre emocional usa este manual de supervivencia. Te acaban de dar un disgusto y, aunque lo intentas, no logras distraer tu cerebro de las ganas de comer que sientes. Pues adelante, ve y come, pero de otra manera.
1. Practica la sustitución consciente. En la nevera de casa, en la oficina… ten a tu alcance caprichos saludables: unos pepinillos en vinagre; queso fresco con miel; bastoncitos de pan integral con semillas; un par de onzas de chocolate negro ya cortadas (la tableta entera guárdala en un sitio poco accesible); fruta desecada… Y si no tienes nada previsto, cuenta hasta diez con la nevera abierta: te darás tiempo a analizar las diferentes opciones que hay en ella para escoger la mejor.
2. Disfruta el placer de masticar. La satisfacción que provoca comer no se deriva solamente del hecho de ingerir el alimento. «Gran parte de ella procede de masticar», recuerda en su libro ‘Comer atentos’ (Kairós) la doctora y profesora de meditación Jan Chozen Bays. Además, mientras más te recrees en hacerlo, más tardarás en acabar, dando tiempo al cerebro de enviar al estómago la señal de saciedad necesaria para que dejes de comer (tu mente tarda 20 minutos en hacerlo desde que tomas el primer bocado).
3. Usa técnicas de retardo. Para lograr comer más despacio, y por tanto con menos ansiedad, hay métodos muy eficaces. Por ejemplo, «come igual que un catador de vinos cata un caldo». Dice Chozen Bays: antes de ingerir el alimento, obsérvalo, huélelo, luego toma un pequeño trozo, ensalívalo bien, saboreándolo.
Por otro lado, «cada vez que te lleves un bocado de comida a la boca, deja el tenedor o la cuchara sobre el plato» y no los vuelvas a coger hasta que hayas tragado. También ayuda si comes con la mano que no es la dominante (con la izquierda si eres diestro y al revés).
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