Pérez-Reverte: «En mis novelas intento recuperar la naturalidad del horror» - 800Noticias
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EFE

Arturo Pérez-Reverte ha elegido París para presentar «Sabotaje», la tercera novela de «espías» protagonizada por Lorenzo Falcó, un canalla que el autor español dejará hibernando un tiempo para dedicarse a otros proyectos, y en la que, al igual que las anteriores, intenta recuperar «la naturalidad del horror».

«Falcó no desaparece, pero tras tres novelas dejo que siga su curso y, más adelante, ya veremos», indica Pérez-Reverte, que sostiene que su protagonista no es un personaje literario, sino que es de verdad, como algunas personas que conoció cuando era reportero de guerra: «Yo he estado allí, donde nacen los Falcó».

Y es que Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) se propuso crear «un perfecto hijo de puta (sic)», situarlo a finales de los años 30, con el trasfondo de la Guerra Civil española (1936-1939) y, además, lo introdujo en el bando fascista, aunque no ideológicamente, porque, recuerda, es un mercenario.

De «Falcó» y «Eva», publicadas al igual que «Sabotaje» por la editorial Alfaguara, se llevan vendidos medio millón de ejemplares en España y Latinoamérica, tres novelas protagonizadas por un tipo duro y violento, un mercenario asesino y torturador, que desprecia a las mujeres, pero también simpático, seductor y elegante: «Era una apuesta y funciona», dice el autor.

«Sabotaje», que sale hoy a la venta, transcurre en 1937, y en ella Lorenzo Falcó llega a París con la misión de intentar, de cualquier forma posible, que el «Guernica» que está pintando Pablo Picasso llegue a la Exposición Universal de la capital francesa, donde la República pretende conseguir apoyo internacional.

Frente al edificio que albergó el estudio del pintor, en la Rue des Grands Agustins, el escritor explica cómo la novela le retrata en sus «zonas grises»: «Picasso no pintó el Guernica por la República, lo pintó porque le pagaron», un cuadro que no fue muy apreciado al principio pero que luego fue convirtiéndose en un símbolo, aunque no sea la pintura sobre guerra «favorita» de Pérez-Reverte.

Un año en el que, aunque ya se adivinan en Europa los vientos de la nueva guerra que asolará el continente, la música y el arte siguen llenando un París donde se mezclan intelectuales, refugiados y activistas.

En la novela hay personajes reales con su nombre y apellidos, como Pablo Picasso o Marlene Dietrich, pero hay otros reconocibles bajo una identidad ficticia.

Entre estos últimos se adivina a la mecenas estadounidense Peggy Guggenheim o a Ernest Hemingway, un escritor con cuya «fanfarronería» Pérez-Reverte tenía «cuentas pendientes» y que salda en cierta forma por medio de la paliza que Falcó propina al periodista norteamericano de ficción que tanto se asemeja al autor de «Por quién doblan las campanas».

«Ser novelista es formidable, mejor que ser historiador», señala el miembro de la Real Academia de la Lengua, quien, apostando por el rigor, destaca cómo la «manipulación interior que permite la novela no la permite la historia».

También le ha dejado recuperar en «Sabotaje» el París de los años 30 sin caer en tópicos porque, explica, la historia es «una gama de grises» con la que juega en sus novelas.

«Entre el París de 1937 y la Europa de 2018 hay algunos lazos: entonces había una falsa seguridad y no sabían lo que les venía encima; pensaban que estaban a salvo de la ‘ola parda’. Pero estaba ante ellos porque siempre está ahí, sea parda, verde, azul o amarilla», insiste.

Y hoy día también «nos negamos a ver las señales de alarma. El mundo vive en guerra permanente y Europa ha vivido un oasis de 50 años. Pero Europa se ha ido al diablo. El mundo está cambiando, nuestros valores y las luces se están apagando. Las señales están ahí y el zambombazo va a ser espectacular», advierte Pérez-Reverte.

Tras los tres libros de Falcó, el primero de los cuales acaba de salir a la venta en francés, el escritor ya tiene entre manos el próximo proyecto: «Tengo en la cabeza una novela histórica», asegura sin desvelar la época que reflejará, un proceso de preparación con el que más disfruta porque, confiesa, detesta la parte burocrática de escribir.

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