DEVOCIÓN | Historia y Milagros de la Reliquia de la Corona de Espinas de Jesucristo - 800Noticias
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Foros de la Virgen María

La más conocida reliquia de la corona está alojada en la catedral Notre Dame de París. Es un círculo de ramas unidas con hilos de oro. Las espinas se adjuntan a este círculo trenzado, que mide 21 centímetros de diámetro. 

Las espinas se dividieron a lo largo de los siglos por los emperadores bizantinos y los reyes de Francia. Hay setenta, todas del mismo tipo, que se han confirmado como las espinas originales.

El primer viernes de cada mes, la corona de espinas se saca a la veneración de los fieles y todos los viernes de cuaresma, además del viernes santo.

VISIÓN DE LA CORONACIÓN DE ESPINAS

La beata Ana Catalina Emmerich, la monja alemana y mística del siglo XIX cuyas visiones de la Pasión inspiraron la película de Mel Gibson, La Pasión de Cristo,   describe la coronación de espinas de la siguiente manera:

La coronación de espinas se llevó a cabo en el patio interior del cuerpo de guardia.Había allí cincuenta miserables, criados, carceleros, esbirros y esclavos, y otros de la misma calaña. La muchedumbre permanecía alrededor del edificio. Pero pronto fueron apartados de allí por los mil soldados romanos.

Le quitaron a Jesús nuevamente la ropa y le colocaron una capa vieja, colorada, de un soldado, que no llegaba a sus rodillas.

La capa se encontraba en un rincón de la habitación y con ello los criminales eran cubiertos después de la flagelación. El Señor fue sentado al centro de la plaza, sobre el tronco de una columna revestida de pedazos de vidrio y piedras.

Al amarrar posteriormente la corona a la santa cabeza, los verdugos la apretaron brutalmente de tal modo que las espinas del grosor de un dedo se enterraron en su frente y en la nuca. Después le pusieron una caña en la mano; hicieron todo esto con una gravedad irrisoria, se pusieron de rodillas delante de Él y escenificaron la coronación como si realmente coronasen a un rey.

No contentos, le arrancaron de la mano aquella caña, que debía figurar como cetro de mando y le pegaron con tanta violencia en la corona de espinas, que los ojos del Salvador se inundaron de sangre. Sus verdugos, arrodillándose delante de Él le hicieron burla, le escupieron a la cara y le abofetearon, gritándole: “¡Salve, Rey de los judíos!”

Su cuerpo era todo una llaga, tanto que caminaba encorvado y chueco. No podría repetir todos los ultrajes que imaginaban estos hombres. Jesús fue así maltratado por espacio de media hora en medio de la risa, de los gritos y de los aplausos de los soldados formados alrededor del Pretorio.

El Salvador sufría una sed horrible, su lengua estaba retirada, la sangre sagrada, que corría de su cabeza, refrescaba su boca ardiente y entreabierta. El pobre Jesús llegó a las escaleras ante Pilatos, suscitando hasta en este hombre tan cruel un sentido de compasión. El pueblo y los pérfidos sacerdotes lo escarnecían continuamente…

Cuando esta mujer inteligente, Santa Elena, que tenía entonces 72 años, Emperatriz madre de Constantino, decide peregrinar a Tierra Santa, va a hablar con los ancianos, y les pregunta a ellos dónde, según la tradición oral transmitida por generaciones, están los instrumentos de la Pasión.

Y ellos le señalan con toda precisión el lugar, porque lo conocían perfectamente bien. Y podían tener certeza porque pocos años después de Cristo, el Emperador Adriano Aelio (el que hizo el Castel Sant’Angelo en Roma) había hecho colocar sobre el lugar del Calvario un estatua en honor de Venus y sobre el Sepulcro (la Anástasis) había hecho colocar una estatua de Júpiter para contrarrestar el culto cristiano. Eso fue lo que permitió individuar con precisión el lugar de la Pasión, del Santo Sepulcro y el lugar donde estaban enterrados los instrumentos de la Pasión.

Primero fueron trasladadas a Constantinopla, y luego a Europa. Y hay testimonios interesantes. Por ejemplo, el Obispo Paulino da Nola (354-431) contó en su Diario de viaje (409):

“a las espinas con las cuales Nuestro Redentor fue coronado se rendía homenaje, junto a la Santa Cruz y la columna de la flagelación“.

También escribe en una carta al magistradoMacario:

“Si nosotros veneramos con razón las reliquias del Salvador, la columna a la que estuvo atado, las espinas con las cuales fue coronado,…”.

También San Vicente de Lerins, quien murió en el 445, decía que la corona de espinas de Cristo formaba parte del «sagrado ajuar», o sea las mayores reliquias de la pasión, veneradas por peregrinos, santos, penitentes y fieles que llegaban de Europa a Tierra Santa. Y este santo refiere que efectivamente la corona de espinas tenía la forma de un pileus, o sea de un yelmo militar romano, “que tocaba y revestía por todas partes su cabeza”.

También dice Casiodoro de haber visto allí, en Jerusalén, la corona de espinas, Gregorio de Tours la venera en el 593, y afirma en su Historia de los francos que quedó impresionado por el color verde vivo y por la frescura de la reliquia, y escribe en otra parte que la corona se fortalecía milagrosamente con el pasar del tiempo.

Al cabo del tiempo San Luis Rey de Francia le compra al Emperador de Constantinopla la Sagrada Corona, que es llevada triunfalmente por los venecianos a Venecia, de allí a la ciudad de Villeneuve, donde era esperada por el mismo rey, por su madre, Blanca de Castilla, y por todo el séquito real, para ser llevada a París. Era el 10 de agosto de 1239.

Sainte-Chapelle, si no está familiarizado con ella, es más que un pequeño museo de reliquias de las casas reales franceses. Se trata de una “capilla” (aunque uno podría ser excusado por considerarla una catedral) y es considerada una de las grandes obras maestras de la arquitectura gótica en toda Europa.

Ahí la gran reliquia permaneció hasta la Revolución, cuando, después de encontrar un hogar por un tiempo en la Biblioteca Nacional, fue finalmente restaurada a la Iglesia y se depositó en la Catedral de Notre-Dame en 1806.

Noventa años más tarde (en 1896) un nuevo y magnífico relicario de cristal de roca se hizo para ella, cubierta dos tercios de su circunferencia con una caja de plata espléndidamente forjada y enjoyada. La corona de este modo conservada consiste sólo en un círculo de juncos, sin ningún rastro de espinas.